José M. Tojeira
En este momento de cercanía ya de la Navidad es importante reflexionar sobre su significado. Generalmente los medios de comunicación comerciales, que abundan en nuestro país, insisten en el aspecto mercantil y consumista. Detrás del consumo se deja ver una familia feliz, olvidando las dificultades para consumir de tantas familias en El Salvador. Y dejando totalmente aparte esa dimensión del consumo que aparenta con frecuencia felicidad pero que deja a veces vacías a las personas o las llena de superficialidad. Hablar en este contexto del sentido político de la Navidad es necesario, si deseamos que los acontecimientos que en estos días celebramos incidan algo en nuestra convivencia ciudadana y en nuestro comportamiento como seres libres y solidarios que quieren convivir en un mismo suelo de un modo fraterno y humano.
La primera dimensión política de la Navidad es su dimensión solidaria. El apóstol Pablo insistía en que Jesús, siendo rico, se hizo pobre por salvarnos (2 Cor 8, 9). El Nacimiento de Jesús en medio de la falta de solidaridad del mundo no es fruto de un capricho divino, sino expresión de que los problemas de los seres humanos solo se pueden solucionar si comenzamos solidarizándonos con los que sufren las diversas plagas que los hombres creamos y nos aplicamos unos a otros desde nuestros egoísmos, violencias y desmedidos orgullos. Celebrar la Navidad sin pensar en los migrantes, en los desplazados internos, en las víctimas de la violencia, de la pobreza o de la marginación, es una burla y un escarnio de lo que ocurrió hace dos mil años en Belén.
Otro aspecto importante es la protección de la primera infancia. A finales de diciembre, y como parte de los recuerdos navideños, conmemoramos la matanza de los niños inocentes. Recientemente se nos daba una lista de niños asesinados en la masacre del Mozote. De los cerca de mil campesinos asesinados por el batallón Atlacatl, más de 500 eran niños. Y de estos, más de 400 tenían menos de doce años. No estamos tan lejos de la cultura de exterminio de niños. Todavía hoy la primera infancia es la más desprotegida y olvidada por las políticas públicas. El índice de niños que mueren en el primer año, aunque haya bajado sustancialmente respecto a hace algunos años, todavía tiene unas tasas que deben ser drásticamente disminuidas. Cuando hoy todos los estudiosos, tanto de la neurociencia como del desarrollo, dicen que una inversión en la primera infancia tiene uno de los mejores retornos sociales y económicos, nosotros continuamos evadiendo, o al menos avanzando con excesiva lentitud, en un apoyo a la primera infancia.
Y finalmente, aunque se podrían decir muchas más cosas, la Navidad es tiempo de construcción de paz. Incluso en la primera guerra mundial, y contra las órdenes de sus superiores jerárquicos, los soldados interrumpieron la lucha y confraternizaron con sus enemigos al otro lado de la trinchera durante la Noche Buena. La violencia que vivimos en El Salvador, el verbo agresivo de demasiadas personas, hablando más de castigo y eliminación del enemigo que de construcción de una cultura de paz, rompe con el mensaje de la Navidad. Si a algo nos invitan estas fiestas es a construir un mundo de hermanos, una casa común y un desarrollo donde todos podamos sentirnos con las misma dignidad.
La Navidad tiene también significado político, además de religioso. Ocultar los significados políticos convierte una fiesta fundamental de la cultura y la fe cristiana, en una fiesta superficial y con frecuencia desgastante. Saber que la Navidad no es la fiesta del consumo, sino la fiesta de la solidaridad de Dios con los seres humanos es básico y elemental. Son muchas las responsabilidades sociales, y por tanto políticas, que entrañan la vida y las palabras de ese Hijo de Dios que poco antes de su muerte le dijo a sus discípulos, “ámense unos a otros como yo les he amado”.
Amar como Dios ama tiene demasiado que ver con la justicia, el desarrollo, la solidaridad y la construcción de la paz. Entenderlo de otra manera es no entender el mensaje de los Evangelios.