Luis Armando González
Tengo amigos (y amigas) de distintas adscripciones políticas e ideológicas, pero entre ellos destacan los efemelenistas de toda la vida, es decir, personas que desde su juventud se vincularon a las distintas organizaciones que, durante la guerra civil, conformaron el FMLN, y que después de 1992 lo apoyaron decididamente una vez que se convirtió en el partido político que es en la actualidad.
Con la mayor parte de ellos tengo una amistad de muchos años, e incluso con algunos esa cercanía se remonta hasta nuestra niñez y juventud. Aunque quizás no nos encontremos regularmente, en distintos momentos la fortuna o las simpatías compartidas nos permiten, además de ponernos al día sobre la situación de nuestras familias, el trabajo o la salud, intercambiar opiniones y hacer valoraciones políticas. Suelo escucharlos con atención y respeto, pues su trayectoria y experiencias revelan una sabiduría ajena a la superficialidad y a lo light tan en boga en este tiempo.
Las elecciones, casi siempre, nos permiten coincidir ya sea en nuestra colonia –para quienes nacieron y se criaron en ella—, en mítines o reuniones partidarias, en charlas o en los centros de votación. Precisamente, en las elecciones de marzo del año pasado, antes y después de la votación, tuve intercambios de opinión con varios de mis amigos de siempre. Efemelenistas de pura cepa, en esa elección no votaron por el partido ni para alcaldes ni para diputados y diputadas. Recuerdo bien sus críticas y su enojo en aquel momento –críticas y enojo con los que justificaban la anulación de su voto o su abstención—, ante las cuales en realidad preferí quedarme callado. No estaba de acuerdo con todos los motivos de su malestar –ni con su decisión—, pero sí coincidía con parte de esos motivos. En un análisis que escribí a propósito de los resultados de esas elecciones, traté de dejar constancia de ese malestar en los simpatizantes y militantes del FMLN que le habían retirado su apoyo en esa coyuntura electoral1.
Pues bien, en estos primeros días de enero –casi en vísperas de las elecciones presidenciales del 3 de febrero— he podido conversar con varios de mis amigos. A veces he coincidido con uno, a veces con dos o a veces con tres de ellos; en todos los casos la plática ha sido intensa y prolongada: entre la gente que conozco con filiación política, no tengo conversaciones más animadas que con quienes son de izquierda. Apasionados, preocupados, analíticos, críticos… eso es lo que encuentro en mis amigos (y amigas) efemelenistas. Y con la franqueza y confianza que los caracteriza no han dudado en decirme –con quienes he conversado— que esta vez van a votar por el FMLN.
Siguen molestos –me han ido diciendo en grupo o de forma individual—, pero su enojo no significa que quieran que el partido desaparezca, lo cual es su mayor temor. “Yo voy a seguir criticando a los que han perdido el rumbo” –me dijo uno de ellos-, “pero no voy a dejar que el proyecto muera porque yo no lo apoyo”. Otro añadió: “que el Frente muera es un precio demasiado alto a pagar para mí. Hay cosas en el partido que no me gustan para nada. Pero me jugué el pellejo para tener un partido que fuera nuestro, del pueblo. Eso es el FMLN”. Un tercero apuntó: “si el Frente desaparece ¿qué nos queda? Nada. Nos quedamos silbando en la loma; y a iniciar de cero para crear otro proyecto, que quién sabe cuánto va a tardar o si va a ser lo que esperamos”.
Voy a citar ahora, de forma más extensa, las palabras de un amigo querido, al que me une un vínculo fraterno que viene de muchos años compartir buenas y malas experiencias.
“Mirá Luis –me dijo— vos sabés que me organicé siendo un cipote, y para eso tuve el impulso y ejemplo de mi mamá. Me fui a pelear a Nicaragua. Allá me hice adulto. Regresé a El Salvador e inmediatamente me enmontañé. Hasta que terminó la guerra regresé a mi casa, con arrugas y canas, pero satisfecho de haber luchado por un mejor país. El FMLN es como un hijo para mí. Ayudé a parirlo, junto con otros compas. Lo he visto crecer y hacerse adulto. Como hacen algunos hijos, una vez creció, se puso malcriado y nos faltó el respeto. Por eso merecía ser castigado en marzo, pero eso no quiere decir que yo le desee un mal o que no esté dispuesto a ayudarle en caso de necesidad. En estos momentos, me necesita, no le voy a dar la espalda. Después, con derecho, seguiré volándole riata a los que han perdido el rumbo”.
Por ahí anda, en estos momentos, el sentir de muchos de mis amigos del FMLN. No estoy generalizando. Habrá quienes, también amigos y amigas, tengan otro sentir. No he tenido la suerte de haber conversado con ellos en estos días de enero. No se trata tampoco de hablar de la cantidad de personas con las que he intercambiado opiniones, pues lo que me interesa es dejar en evidencia las valoraciones de amigos a los que respeto y quiero. Eso sí: son personas que expresan un sentir de izquierda moldeado por años de lucha y compromiso.
No son valoraciones hechas por recién llegados o por quienes no saben de lo que hablan. Se trata de los héroes de este país, a quienes debemos mucho de lo bueno que tenemos en materia democrática. Personas curtidas en la lucha por la justicia, en tiempos en los que eso significaba jugarse la vida. Personas a las que la muerte les pisó los talones una y otra vez. Gentes que, después de acabada la guerra, no han dejado de aportar trabajo y esfuerzos para construir un país democrático y con igualdad y justicia. Los escucho y aprendo.
1L. A. González, “El principal reto político electoral del FMLN en la presente coyuntura”. https://www.diariocolatino.