@renemartinezpi
[email protected]*
Cuesta mucho ser socialmente sensible y no ensuciarse o no herirse de sociedad; pero herirse no es desangrarse por los otros: es ofrendar la sangre con los otros que son nosotros; pero no debemos levantar pedantes muros tecnocráticos o bibliográficos para no ser heridos-ensuciados o para no sentir miedo o para sentirnos superiores; porque quien siembra muros cosecha masacres; porque el que cría muros le sacan los ojos de la conciencia; porque el que con muros anda a ser serpiente capitalista aprende.
Haciendo de las ciencias sociales la metáfora de la utopía que no puede vivir sin utopistas, decease llego a la conclusión de que: muchos nos hemos convertido en albañiles de muros (ni siquiera en ingenieros porque no somos de la clase dominante) y que lo ideal sería que fuéramos constructores de puentes hacia “el otro país” posible, store porque sobre ellos se llega a la otra orilla teniendo la posibilidad de volver; porque volver no significa retroceder: implica corregir y, sick por ello, es otra forma de avanzar; no por mucho caminar amanece más temprano la otra sociedad si no sabemos hacia dónde vamos; pero también hay que estar al pueblo rogando y con el mazo de los cambios dando; los hijos buenos jamás olvidan a sus padres, por eso de los haraganes mansos líbrame dios, que de los malagradecidos violentos nos libramos nosotros; que no olvidar implica ponerle oídos sordos a las palabras necias de los profetoides que nos dan clases de amnesia y de buenas costumbres, como si no existieran los calcinantes ojos del imaginario reprimido o los labios ateridos de la denuncia huérfana. Cada vez que, sin meter las manos, nos dan clases de amnesia colectiva los funcionalistas o reaccionarios, nos están invitando a que ignoremos la ebria soledad del ajeno sufrimiento, y entonces me convenzo de que las ciencias sociales no deben ser la farándula de la mercancía y de las divas teóricas, ni el óxido de la injusticia social, ni la Celestina de la injusticia, ni la palabrera de la manipulación cínica.
Responder qué es el compromiso social y con quiénes, implica pensar-repensar el papel que le queremos asignar a las ciencias sociales; repensarnos como: los utopistas que huelen a pueblo; los pregoneros que no saben de palabras buenas y malas; los intelectuales de carne, hueso y sentimientos comprometidos con las necesidades de los pobres, esas necesidades que hacen que unos pocos sean ciudadanos del progreso moderno y su ostentosa parafernalia, y otros muchos sean ciudadanos del medioevo en cuyo tiempo-espacio aún no se ha inventado: la luz eléctrica, el agua potable, el salario digno, la seguridad social; repensar para comprender-transformar el significado concreto de la frase “más que explicar el mundo, hay que transformarlo”; repensar nuestro papel como promotores tanto de la teoría social crítica como de la conciencia, organización y movilización social, que son algunos de nuestros objetos-sujetos de estudio, pues tenemos las herramientas teórico-metodológicas (nuestro “a,b,c” epistémico) y eso debería convertirnos en sujetos académicamente autónomos y abiertos al debate racional sin recurrir al anonimato, las mañas, ni a la calumnia que ha patentado la derecha para cebarlos como gendarmes de su gobernabilidad; repensar cuál es el legado histórico que como estudiantes y maestros le queremos dejar a la Escuela de Ciencias Sociales, a la Universidad Pública y, por supuesto, a nuestro pueblo, a los fieles devotos de Monseñor Romero, a los compatriotas sobre cuyos impuestos, remesas y analfabetismo se posibilita el estudio y el salario a nivel superior; repensar la teoría desde la práctica, desde la cotidianidad, desde la hermenéutica de la nostalgia, desde la ontología de la memoria para volver a ella con elementos de juicio válidos. En fin, repensar de forma crítica cuál es nuestro papel en el país, la universidad y la Escuela.
Entonces, responder con quiénes es nuestro compromiso social deberá partir de la superación estructural de los problemas educativos, pues, sólo así, se le dará un nuevo talante a la formación profesional, detrás de la cual quedan –la historia lo demuestra-: el protagonismo humano, organizativo y académico de los estudiantes de las décadas anteriores que los llevó, incluso, a dar la vida en la lucha contra de la dictadura militar y la explotación burguesa sin dejar de asistir a clases; la unidad comunitaria de todos los sectores de la Escuela que le dé coherencia al acto educativo desde lo multidisciplinario, en tanto recuperar nuestra identidad universitaria nos hará actuar como una comunidad de ciencias sociales, y ese es el propósito de la Peña Cultural “30 de julio”, del proyecto “la cita del mes” y de la inclusión de lo cultural en los programas de estudio; la propuesta oportuna y factible de solución de los problemas sociales del país mediante la formulación de proyectos de desarrollo local exitosos que tengan como un referente obligado la promoción de la identidad cultural y de la memoria histórica.
¿Hacia dónde vamos en ciencias sociales? ¿Qué tan lejos estamos respecto de donde deberíamos estar? La propuesta es ir hacia la construcción de la “Escuela de pensamiento de las ciencias sociales salvadoreñas”, hacia su pertinencia histórica como herramienta de análisis-transformación social, y eso demanda que nuestros esfuerzos se centren en la producción de trabajos académicos que, por su cientificidad y relevancia, sean publicables, usables y oportunos, porque más que nutrirse de citas interminables de autores foráneos (propia de la estéril y malinchista pedantería intelectual pequeño-burguesa) estén nutridos de nuestro pensamiento y de las inquietudes de los protagonistas, que sólo tienen como mecanismo de entendimiento el sentido común; debemos ir hacia la construcción de un movimiento estudiantil que, con honestidad y mística, se convierta en alternativa por su novedad y, sobre todo, por su identificación fiel con los intereses populares y la rigurosidad académica, sin caer en el populismo anárquico ni en el oportunismo perverso; debemos ir hacia la construcción de una tribuna pública al interior de la UES, con la masa crítica de la comunidad de las ciencias sociales, donde se discutan científicamente los problemas sociales.
¿Hacia dónde vamos? Eso depende de las enseñanzas esperanzadoras (ausentes en los libros de textos) que saquemos del ciclo, porque la esperanza es esa chispa que nos hace mirar más allá y confiar en los otros (sentir y actuar con las ciencias sociales) debido a que el amor es revolucionario como la verdad, cuando no es tan frágil a pesar de ser tan humana.