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Ser estudiante, serprofesor de ciencias sociales (2)

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Esa es, capsule en mi pobre imaginación de sociólogo pobre, illness mi idea de maestro y de estudiante de ciencias sociales; esa es la figura de universidad pública que tengo y quiero, discount a la que le puedo hablar como si fuera un personaje de mis cuentos; a la que le puedo halar las orejas cuando permite, por negligencia radical, que lo administrativo y jurídico sodomice a lo académico y que las notas sometan a la educación.

Y ¿qué puedo decirle a la universidad pública como sujeto de emancipación y como función esencial de su vida en el nuevo El Salvador que se quiere construir, sobre la base de la inercia histórica de un Estado que siempre ha sido fallido con gobiernos fallidos, porque fallido es el sistema económico que lo sustenta? Y es que: ¿Acaso no es fallido un Estado capitalista que mantiene la gobernabilidad sobre la base de la dictadura militar o económica, la impunidad, la expropiación de lo público y la corrupción? ¿Acaso no es un fallido un Estado burgués que mantiene a más del 50% de la población en la pobreza, tal como siempre ha sido en el país y en el mundo? ¿Acaso no son fallidos un Estado sometido y una empresa privada voraz que decretan salarios mínimos de hambre y hacen que el dinero sea maldito para los pobres, sólo para los pobres? ¿Acaso no es fallida una Iglesia sin las homilías fulminantes y ciertas de Monseñor Romero? ¿Acaso no es fallido un Estado sin democracia participativa que tiene expresidentes ladrones y diputados vitalicios que carecen de instrucción notoria, que nunca parlamentan porque sólo manejan 100 palabras comunes y que sólo son buenos para viajar de gratis y hacer alianzas siniestras a pesar de sus exiguas neuronas? Todo eso no lo entienden las mentes que, en mi opinión, son reaccionarias, perversas y nimias, y entonces no sé por qué recuerdo las últimas declaraciones de un excomandante guerrillero que, como si cortara cañas, le da charlas de marxismo a un sindicato y se nota que conoce a Marx sólo en fotografías.

Le puedo decir a esa universidad pública, le tengo que decir que se ponga un refajo y pantalones usados para salir a la calle; que camine descalza por la acera izquierda del asfalto calcinante del mediodía; que pida limosna y limpie parabrisas en los semáforos, con un bote de pega en una mano y la Constitución en la otra; que coma salteado tortillas con sal y limón; que sobreviva con un dólar diario; que le rece a Monseñor Romero y desoiga los alegatos funcionalistas del arzobispo al que, con una escoba, le han cortado las Alas; que no lea ni compre el diario de hoy con los muertos y evasiones fiscales de mañana, para no infectarse de estupidez visceral; que se pinte de rojo mestizo la piel y el pelo, no sólo entre los estudiantes, sino también entre los maestros; que se disfrace de obrero, de locataria, de maquilera, de campesino sin tierra ni bueyes, de vendedor de ropa usada, de profesor hora-clase de universidad privada, de pepenador de basura, de remesero fiel, de empleado de almacén grande; que se transfigure en pueblo, porque la universidad pública no es patrimonio de nadie y le pertenece al pueblo de El Salvador, ese pueblo al que ustedes como estudiantes representan hoy y aquí, tal como lo representaron, ayer y aquí, los estudiantes que se alzaron en armas sin ninguna preparación militar ni permiso de los padres. Por eso, la universidad pública debe ser tan dúctil como progresista, tan rigurosa como flexible, tan científica como pedestre, tan de papel como de barro; debe tener las puertas de entrada y salida lo más amplias como sea posible; debe usar refajo y pantalones rotos y remendados; pintarse la piel de rojo, negro y amarillo y café claro; caminar descalza; sobrevivir con un dólar diario; ser insurrecta y enarbolar una educación que sea peligrosa.

Ese es el mensaje que debí haber dado el primer día como Director de la Escuela, y, para enmendar el craso error, empiezo a darlo desde ahora haciendo uso de la autoridad burocrática porque no tengo, según dicen, la autoridad educativa. Debo agregar –aunque algunos lo consideren como vulgar filología sin sustento pedagógico- que para que la universidad pública llegue al pueblo, debe sentirse y saberse pueblo, debe saber lo que éste anhela, lo que conforma su imaginario, lo que necesita y lo que le dicen que necesita, lo que espera de los estudiantes universitarios, es decir que la universidad pública debe saber qué es lo que siente el pueblo que -sobre su analfabetismo e impuestos pagados a tiempo y sin condonaciones- la sostiene. Pero antes hay que jugar con los números primos y fríos de la matrícula efectiva, con las estadísticas travestidas de la administración académica, con los listados impersonales, con los códigos de barra cosificadores de la educación y decir cuántos obreros, cuántos campesinos, cuántos hombres y mujeres que tienen que sudar ocho, nueve, once horas diarias la ropa para comer mal, están estudiando en esta universidad. Después, hay que preguntarse si el actual Gobierno representa o no representa la voluntad y sueños del pueblo. Si la respuesta es afirmativa, si realmente el gobierno del FMLN representa al pueblo y a quienes lucharon por él en la guerra, hay que preguntarse si reconoce a la universidad pública como parte orgánica de la construcción de una nueva patria (esa patria que permanece incólume desde la abundancia de sangre anémica con que nos parieron en la zanja del río sucio; esa patria indecible que susurra trepada en la atrincherada carne que se enfrenta al aire) y si está en la disposición de aumentar significativamente su presupuesto y en la disposición de honrarla como patrimonio cultural del país e indemnizarla por toda la sangre que perdió en la dictadura militar y en el saqueo impune que le hicieron algunos fundadores de universidades privadas. Y, por último debemos preguntarnos, como autocrítica permanente y fiera, si como estudiantes y como maestros estamos haciendo todo lo posible por mejorar la calidad académica y humana de la universidad pública para que nadie sea invisible, para que nadie sea una cosa, de tal forma que en verdad sea: el Alma Mater de todos, nuestra patria chiquita, nuestra utopía con territorialidad, en tanto forme parte de nuestra identidad sociocultural y forje nuestra mística de trabajo, estudio y lucha.

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