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Ser joven en El Salvador

José M. Tojeira

Con algunos amigos comentábamos positivamente la gran cantidad de jóvenes que veíamos en las procesiones y actos de piedad correspondientes a la recién pasada Semana Santa. Que la vida de Jesús de Nazaret, impacte y atraiga a gente joven siempre es una esperanza para un país de tradición cristiana. Porque la vida de Jesús, y más en los momentos de la Pasión, siempre nos remiten a la solidaridad, al amor generoso, a la verdad, a la justicia y a la lucha pacífica, pero clara, contra el mal y contra el sufrimiento que los seres humanos causamos, directa o indirectamente, a otros seres humanos.

Viviendo en un mundo y en un país donde la injusticia, la desigualdad y el menosprecio y la marginación de los pobres es frecuente, el recuerdo de Jesús es siempre fuente de vida humana fraterna y de crítica constructora de solidaridad. Frente a quienes saltándose normas y derechos básicos califican como guerra violenta la persecución del delito, el seguimiento de Jesús nos impulsa más a transformar estructuras injustas que mantienen a muchos en la pobreza y la vulnerabilidad, y que constituyen una forma de violencia estructural que incita a la violencia delincuente.

Y es positivo que los jóvenes se fijen en la persona de Jesús porque ser joven en El Salvador no es fácil. El trabajo ni abunda ni está con frecuencia bien remunerado. Los jóvenes son los que más pueblan nuestras cárceles, los que más muere en accidentes o en asesinatos, los que más sufren el acoso de destrozar sus vidas con la corrupción, las drogas o la violencia. Son los que más emigran, los que tendrán que cargar, si se quedan, con una población donde abundarán los ancianos sin protección social ni pensión.

Incluso muchos de los que obtienen una beca en el exterior y desarrollan con excelencia sus estudios, tienden a quedarse fuera del país, atraídos por condiciones de vida que no encontrarían en un posible retorno al propio país. Fijarse en la vida de Jesús da pertenencia y responsabilidad a la propia historia. Ayuda a asumir la realidad en la que se vive y a trabajar por mejorarla y transformarla. Da esperanza y ánimo frente a la frustración que puede ocasionar una sociedad marcada por el oportunismo y la búsqueda de dinero a como dé lugar, sin principios ni valores.

La juventud es siempre una etapa de esperanza, de ilusiones y generosidad. Tener ejemplos, personas y narraciones de vida que permitan soñar con un futuro mejor, resulta indispensable tanto en el marco educativo como en el ámbito de las creencias.

Y aunque podemos decir que ejemplos no faltan, la propaganda dominante habla más de triunfadores individuales que se han enriquecido o que han tenido éxito con los estudios para abrirse paso en la vida. Los espíritus generosos son menos cotizados. Muchos murieron en los tiempos duros de las guerras civiles, mientras trabajaban en favor la paz, de la justicia y del diálogo y son ejemplares.

Pero se cultiva más la imagen del individuo exitoso, mientras que a quienes han impulsado soluciones sociales se les margina en el día a día. Ver, en este contexto a una buena cantidad de jóvenes participando en actividades religiosas en torno a la figura de Jesús de Nazaret da ánimo y esperanza. Se acercan a una persona que ofreció soluciones comunitarias a partir del servicio y del amor al prójimo. Entran, aunque sea a través de costumbres y actos tradicionales, en la esfera de la generosidad y de la capacidad de sacrificarse en beneficio de otros.

Es probable que no sea suficiente para enfrentar los grandes retos que El Salvador tiene en el terreno del desarrollo solidario y la justicia social.

Pero abre una posibilidad fuerte e intensa de trabajar con los jóvenes para que a la generosidad personal le añadan una conciencia social moderna, construida sobre la apertura de oportunidades para todos y la protección social universal. La sociedad laica, para salir adelante, necesita cristianos conscientes de su responsabilidad social. Lo mismo que el ámbito de los creyentes necesita una sociedad laica abierta a las necesidades de todos. Los jóvenes con espíritu religioso nos abren a la esperanza de un futuro salvadoreño mucho más justo que el actual presente, tan desigual y tan capaz de marginar y menospreciar a muchos.

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