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Ser revolucionario/revolucionaria hoy

Iosu Perales

La política se desarrolla de una manera veloz. Posiciones, propuestas; personas, se sustituyen por otras con cierta facilidad, en la medida en que los partidos políticos buscan acomodarse al sentir del electorado. Un sentir que a su vez está influido por modas y desafecciones, que inteligentemente manipuladas desde el uso de nuevas tecnologías, pueden abrir nuevos espacios electorales y políticos (o antipolíticos) también en estos tiempos, el miedo es utilizado, sobre todo por el populismo de derechas para alimentar el voto conservador e incluso el de la extrema derecha.

Hace unos años, el cartel y la pancarta eran instrumentos preferenciales de las campañas electorales, luego fue la televisión el marco preferido por los candidatos. Hoy, el facebook, el whastsapp, internet en general, son los medios por excelencia que se utilizan en la creación de opinión. Son medios en los que se cruzan acusaciones, mentiras, calumnias, que no necesitan ser probadas. Estas técnicas han cambiado las reglas de juego de las campañas electorales y de la confrontación política. Para este juego los partidos fichan a expertos informáticos: incluso a hackers capaces de invadir ordenadores rivales en busca de información sensible. Cada vez más los partidos son  conscientes del papel que la comunicación y las redes sociales pueden jugar en el debate político (sobre este punto me propongo elaborar nuevas notas).

Sea como fuere, el tablero en que se lleva a cabo la política, cambia muy rápidamente, y los partidos que no se preparan técnicamente lo tienen más complicado (…) pero en el ámbito que más afecta la nueva política es en el del perfil de la militancia. Ya no se trata de que seamos oradores capaces de tener todas las respuestas o de citar autores clásicos. No se trata de saber recitar de memoria frases de Marx o de Lenin. Se trata de que seamos sólidos éticamente y tengamos asumida una posición personal de corrupción cero hacia nosotros y hacia los demás.

Ciertamente la corrupción, tan extendida en la esfera de la política, está barriendo y sacando de la política a líderes y funcionarios, en todo el mundo. En el caso de las izquierdas no estamos libre de esta plaga. Es por eso que volver a pensar qué es ser revolucionario/a hoy, es fundamental. Al hacerlo no olvidamos que los partidos –también lo de izquierda- somos un reflejo de la sociedad. Por fin, reflexiono sobre algo tan decisivo como es el objetivo de cambiar la correlación de fuerzas, centrando la idea de que es una misión de la revolucionaria y del revolucionario de hoy, a reflexionar sobre esto último dedico estas notas, escritas desde la sinceridad y sin ánimo alguno de dar lecciones o reprender a nadie. Son anotaciones críticas dentro de las cuales incluyo mi propia revisión personal.

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Ser revolucionario/a en los años setenta, en América Latina, pasaba por tomar las armas o estar vinculado a un proyecto político insurreccional.Hoy, ser revolucionario/revolucionaria es, sobre todo, no fallar al pueblo, ser honrado, moderadamente austero, de manera que ideas y comportamientos caminen juntos. También el tener  propuestas alternativas llevadas a la práctica.

La confrontación armada ha dado paso, de la mano de grandes sacrificios de las izquierdas, a regímenes políticos que siendo débilmente democráticos, permiten luchar en marcos legales, en las instituciones y en las calles. Si la lucha armada era el modo de entregar hasta la vida en el altar de los ideales de justicia, era además un modo de vivir como los santos, que diría el poeta nicaragüense Leonel Rugama. Hoy, la lucha es más fácil en el sentido de que la seguridad personal y el no matar permiten la competencia política pacífica y una vida más ordenada. Pero es más difícil cuando se trata de ser consecuente.

Hace muchos años que escribí que los Acuerdos de Paz abrían una oportunidad para llevar a cabo nuestro compromiso con el pueblo en un marco general pacífico, pero señalé que también cabía prever la posible amenaza de una paulatina desnaturalización del FMLN, en la medida en que la vida institucional fagocita las mejores energías militantes. No digo nada nuevo. Es algo suficientemente experimentado en diferentes lugares del mundo. 

¿Qué quiere decir desnaturalización? básicamente me refiero al gradual abandono del ideal de vivir como el pueblo. Suele suceder. Y cuando eso ocurre, el caudal revolucionario se debilita y se estanca. Claro que nadie puede añorar el pasado, ni una vida espartana, sería un sinsentido.

La imagen del compañero o compañera con cargo público, que antes era igual hasta en el modo de vestir, y ahora llega elegante, en un buen carro, solo cuando puede, no es del gusto de mucha gente de base. Puede ser una reacción injusta, de acuerdo, pero es un sentimiento real que debiera actuar como una alarma o toque de atención para corregir la relación cotidiana con la gente común y corriente. La gente quiere que los cuadros vivan con el pueblo, no haciendo visita de médico.

Siempre hemos dicho que aspiramos a hacer otra política. Pero otra política no se refiere únicamente a las ideas y propuestas, sino que también se refiere al modo de hacer política, al cómo debe ser la relación con las bases, a cómo debe vivir el militante y el cuadro político. No, no se trata de vivir como los monjes, nada de eso. Se trata, como dice el gran José Mujica -ex presidente de Uruguay- de vivir pegado a la gente, escuchando a las bases, mandando obedeciendo, con una digna sencillez, dejando a un lado toda presuntuosidad. Vivir de este modo no como táctica sino como un hecho natural de coherencia.

Lo cierto es que conozco a hombres y mujeres que se dicen revolucionarios/as y lo saben explicar. Tienen el don de la facilidad de palabra, y exponen muy bien sus ideas. Pero no las viven. Y ese es el problema, pues antes o después mucha gente se siente defraudada al observar esa brecha entre palabras y hechos. Siento decirlo así de claro, pero solo con los lentes de la verdad se puede ver la realidad en sus detalles y cambiar a mejor.

No se trata de comparar dos épocas, los años setenta, y esta segunda década del siglo XXI. Pero lo cierto es que ser revolucionario/a hoy es muy costoso. Me refiero ahora a que en este mundo de neoliberalismo globalizado, pelear por una alternativa de modelo económico y democrático presupone tener una gran valentía, mucha audacia y buenas ideas. Estoy acostumbrado a ver que cuando la izquierda llega a formar gobierno, no se atreve. Las presiones desde los poderes económicos, internos y externos, son tantas que nos limitamos a implementar medidas a las que llamamos transformaciones, pero que en buena parte son medidas asistenciales y en el mejor de los casos tenues reformas. Este es el segundo punto de por qué en las bases crece un malestar de que algo no estamos haciendo bien.

Mucha gente conoce la anécdota del militante que en tiempo de guerra asalta un banco y vuelve a su piso franco caminando para no gastar en el ticket del autobús. Ese perfil de militante ya no se lleva pero debiera ser al menos fuente de inspiración. El/la revolucionario/a no se lleva un dólar de dinero público. Como Jesús sacó a latigazos a los usureros del Templo, el Che Guevara haría lo mismo con los aprovechados que también hay en las filas de la izquierda. Ese es el tercer punto que genera malestar en la gente y en las bases de los partidos de izquierda. Son pocos, pero es mucho lo que joden con su comportamiento. Si se corrige esta anomalía, mediante la tolerancia cero, sería un gran avance.

Naturalmente yo no soy ejemplo de nada. No voy de maestro. Soy de izquierda desde la cuna, pero eso no significa que yo confunda -como compañeros y compañeras por cierto muy queridos por mí-, la religión con la política. No soy fanático, ni religioso en política. Lo que quiero decir es que ser revolucionario/a hoy, es practicar el sentido crítico, remover las aguas propias, buscar la verdad en los hechos. No vale construir marcos teóricos preconcebidos para analizar la realidad de manera oportunista y superficial. Esta búsqueda, unida al amor al colectivo del que se forma parte, hacen de un partido un instrumento fuerte, no solamente como portador de propuestas económicas, sociales y políticas, sino que también de otro tipo de vida más acorde con los anhelos de felicidad. 

Los dogmas no sirven. Ofrecen un mundo seguro pero falso. Sirven las ideas frescas. Lo dijo Lenin: “La teoría es gris y verde el árbol de la vida”.

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