A la hora de escribir este editorial, El Salvador había superado los 20 mil contagios por COVID-19 y superado el medio millar de víctimas mortales, según el dato oficial. Es necesario hacer hincapié en el dato oficial, porque la cifra real por el subregistro podría ser hasta tres veces mayor al dato gubernamental, y es que tratándose de una pandemia no podría ser de otra forma.
Lo grave es que los casos siguen en un promedio de 450 diarios, desde hace dos semanas. El crecimiento de casos podría también ser lógico, dado que, por un lado, se ha iniciado una buena parte de la actividad económica y, aunque las empresas han tomado sus medidas, al parecer no existe un control estricto de las autoridades de salud o del ministerio de Trabajo.
Es decir, así como el Ministerio de Salud lleva un control diario, mediante llamadas telefónicas a los pacientes de COVID-19 aislados en sus viviendas, por no necesitar hospitalización, así el mismo ministerio o el Ministerio de Trabajo debería llevar un control o un reporte de los trabajadores contagiados en las empresas que han estado laborando.
Un control empresarial, llevado por el Gobierno, daría un dato exacto del impacto de los contagios por la apertura económica, lo que serviría no para cerrar la empresa temporalmente, ni parar la actividad económica, sino, para tomar otras medidas que permitan evitar más contagios. El sector empresarial, como la ANEP, debería llevar esos controles, sin ocultar la información, para hacer sus propias valoraciones y tomar también medidas a partir de sus intereses económicos, pero que podrían contribuir a la salud pública.
Otro aspecto que deseamos retomar en este editorial es el insistente llamado de las autoridades para el “aplacamiento” del número de contagios por el nuevo coronavirus. No deja de causar extrañeza que las autoridades le apuesten a “una cuarentena total”, la cual supuestamente solo se puede declarar si existe el Estado de Excepción, es decir, si suspenden algunos derechos constitucionales. Esta postura choca con el planteamiento de la mayoría de las fracciones legislativas, cuyos voceros aseguran que el Código de Salud es una herramienta suficiente para tomar otras medidas que no sea la cuarentena general y estricta, que también podría dar buenos resultados.
Obviamente, quienes deberían dar la mejor opción, pero suficientemente argumentadas con números, con resultados esperados y otros criterios de evaluación, son los expertos: los epidemiólogos, los salubristas, entre otros.
Es decir, un equipo técnico liderado por el ministro de Salud, Francisco Alabí, y otros funcionarios del ministerio.
Más allá de que solo se tenga la versión del Ministerio y los independientes, como el Colegio Médico, creemos que deberían analizarse los datos de acuerdo con puntos concretos geográficos. Por ejemplo, San Salvador presentaba, a la hora de elaborar este editorial, cerca de ocho mil casos de contagiados, mientras que Morazán 183. Entonces surge la pregunta ¿por qué las autoridades no definen un cerco sanitario (no militar), en San Salvador?, dado que es el departamento con más contagios, ¿por qué hay que aplicarle a Morazán la misma cuarentena estricta que a San Salvador?
El segundo departamento es La Libertad, que contempla cerca de tres mil contagiados. La pregunta es, ¿debe aplicarse la misma cuarentena estricta en La Libertad que en el departamento de Cabañas que reporta cerca de 200?
Y si en cada departamento revisamos el comportamiento por municipio, ¿por qué aplicarle la misma medida a la capital, con 2,500 contagios, y a El Paisnal que reporta menos de 20?
Es decir, ante una situación de pandemia y ante una necesidad de aplicar medidas efectivas para el aplacamiento, el primer indicador debería ser el número de contagios por departamentos, luego por municipios y, dentro de los municipios, los barrios o colonias. Esa debería ser la lógica, por lo menos desde el periodismo, y así se puede ver y proponer.
Desde el punto de vista de los expertos no sabemos por qué no incluyen estos valores y, desde lo político, pues, quién sabe.
Lo que también es lógico es que, así como el mundo no solo es blanco y negro, sino que existe una gama de grises y multicolores, los criterios para tratar una pandemia deberían ser multicolor. Decir “cuarentena o nada” es una visión, si está basada en la ciencia, reduccionista.