Alejandro A. Tagliavini*
En julio de 2017 escribí una columna titulada “Trump, el heredero de Nixon” donde mencionaba una reseña de la reedición en español del libro de Carl Bernstein y Bob Woodward, “Todos los hombres del presidente”, sobre el ‘escándalo Watergate’. La historia va por los mismos lugares, aunque Richard Nixon y Donald Trump comienzan en posiciones distintas. Richard es el abogado cuáquero que vivió desde joven la política, hasta perder una contienda presidencial contra John F. Kennedy, luego ganarle dos a Hubert Humphrey y George McGovern. La última, ya iniciado el escándalo Watergate.
Trump procede de otro planeta, al punto que algunos lo consideran lunático. Es un adorador de la fama, el dinero y el poder, que jamás había enfrentado unas elecciones. Con Nixon quedó expuesta toda podredumbre del aparato -que los políticos taparon con el impeachment- y que subsiste y enoja, por ello triunfa Trump que representa el antisistema.
Pero Richard y Donald escribía en esa columna, están unidos por un halo, el olor a impeachment que sobrevuela Washington, en caso de que el actual presidente enerve excesivamente al establishment. Pues resulta que la profecía se cumplió y enervó a más de uno.
El artículo primero de la Constitución de EE. UU. garantiza que los funcionarios puedan ser procesados por mandato de la Cámara de Representantes a causa de delitos graves. Luego es el Senado quien se encarga de llevar a cabo el juicio. Y el castigo consiste en la destitución del acusado y su inhabilitación para desempeñar cargos públicos.
Ahora la Cámara de Representantes inició una investigación para llevar a impeachment a Trump, luego que un informante anónimo revelara un contacto telefónico con el presidente de Ucrania para obtener información privilegiada, con fines políticos, sobre los negocios del eventual candidato presidencial demócrata Joe Biden y su hijo Hunter.
La llamada se produjo poco después de que Trump decidiera congelar cientos de millones de dólares en ayuda militar a Ucrania.
Según los críticos este fue un intento ilegítimo de presionar a un gobierno extranjero para que le consiga información incriminatoria sobre un rival electoral, en tanto que la Casa Blanca considera que se trató de una llamada “normal” entre dos mandatarios.
Si la política fuera una actividad seria Trump no ganaría su reelección, no solo por culpa del Impeachment sino porque su comportamiento se parece al de un milenial que se escapa de la escuela para dedicarse a hacer travesuras y contarlas por Twitter. Pero la política no es seria, al punto que los candidatos suelen hacerse eco de una frase atribuida a Salvador Dalí: “Lo importante es que hablen de uno (…) aunque hablen bien”. Es decir, lo importante para ganar una elección es tener publicidad sin importar que sea negativa o positiva.
Con lo que pareciera que el informante anónimo fuera el mismo Trump, porque el impeachment no solo le dará mucha publicidad, sino que terminará pareciendo el héroe que supo superar las “injurias” de sus malos adversarios, ya que difícilmente lo condenen. En EE. UU. dos presidentes fueron juzgados mediante este procedimiento: Bill Clinton (1998-1999) y Andrew Johnson (1868), y fueron absueltos. Richard Nixon interrumpió el proceso al dimitir en 1974. Y para condenar al acusado es necesario el voto de las dos terceras partes de los senadores que hoy en su mayoría son republicanos.
*Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California
@alextagliavini
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