Renán Alcides Orellana
Escritor y poeta
A principios de la década de los años cincuenta, sovaldi tuve la primera noticia en serio sobre Serafín Quiteño, rx cuando hasta mi natal Villa El Rosario, buy viagra al norte de Morazán, me llegara su libro “Corasón con S”. Digo en serio, o de fondo, porque antes por mis maestros de lenguaje, apenas había tenido referencias del poeta. Y ahora, que un libro así llegara hasta mis manos, lo consideraba un privilegio.
Con los años, a fines de aquella década (1959), emigré a la capital en busca de oportunidades para estudiar y hacer periodismo y, por qué no, para buscar y establecer contacto con los escritores de la época, los anteriores y los jóvenes en boga entonces. Ya en la capital, aquel privilegio sería mayor al estrechar la mano de Serafín Quiteño, para el inicio de una, aunque breve, especial amistad.
El encuentro fue en la redacción de El Diario de Hoy, ubicado
entonces frente al desaparecido Cine París, Barrio El Calvario de San Salvador, allá por 1964. Meses antes, yo recién me había iniciado en el periodismo activo, como redactor del vespertino Tribuna Libre, que dirigía el también periodista, escritor y poeta Pedro Geoffroy Rivas, mi maestro en el periodismo práctico. Ahora estaba en El Diario de Hoy, mismo periódico en el que laboraba, como especial columnista, el poeta Quiteño.
Aunque sonriente a la hora en que fuimos presentados por el también periodista y poeta Rolando Elías, Serafín Quiteño me pareció un hombre serio, tanto que, a pesar de la cordialidad del momento, con su mirada sagaz pareció fulminar mi timidez provinciana. Fue sólo mi percepción, pues en adelante siempre estuvo atento y muy afable con sus sugerencias y su amistad. Y aunque estaba claro que la diferencia generacional no sería un obstáculo, en adelante para mí sería don Serafín, muestra de mi aprecio y respeto a su innegable condición de periodista y literato.
Serafín Quiteño nació en Santa Ana, en 1906; y murió en San Salvador, en 1987. Poeta, escritor y periodista de reciedumbre intelectual, su obra literaria recopilada en libros fue poca, pero dejó abundante obra dispersa, sumada a su trayectoria en el periodismo, género que cultivó durante varias décadas. “De aguda intención irónica -según sus biógrafos- unas veces su lirismo es cosa íntima, muy personal, si bien vuelca a veces los contenidos de sus motivaciones líricas hacia el paisaje salvadoreño…”.
En 1941, Serafín Quiteño había publicado Corasón con S y, posteriormente, publicó Tórrido sueño (1957), libro en coautoría con el poeta nicaragüense Alberto Ordóñez Argüello. Un libro que expresa amor al suelo cuscatleco, a su belleza y a sus tradiciones. Es “su Cuscatlán en colores”. En el campo periodístico, era el autor de “Ventana de colores”, columna que calzaba con el seudónimo de Pedro C. Maravilla. Y aquí es donde, sin lugar a dudas, Quiteño fue verdadero maestro. Periodista por vocación, esta disciplina le apasionaba. ¿Cómo ignorar su aporte como editorialista? Y, ¿cómo el de columnista de singular maestría en el difícil campo del periodismo cuestionador y humano? La columna “Ventana de colores” es el mejor testimonio de erudición profunda y magistral dominio del idioma, para enfocar el ser y acontecer social y cultural de su época, además de su admirable fecundidad y constancia, reflejadas en el mantenimiento de esa columna por más de 15 años ininterrumpidos. Un récord envidiable de continuidad, difícilmente igualado.
Pero, aparte de todo lo anterior, quizá la mejor y más ejemplarizante actitud de Serafín como intelectual lo constituyó, pese a su gran modestia, el sentido de seriedad y respeto por el idioma, seguro, desde su delicada interioridad, de que la pureza de la expresión contribuye al buen comunicar y distingue al buen comunicador. Serafín Quiteño fue eso: un gran comunicador. Un poeta de regia estirpe. El siguiente es fragmento de su poema:
MENSAJE DEL
CORASÓN CON “S”
… Por todo eso, alma mía, ¡por todo eso!..
por tu bella costumbre de estar triste,
por tu amor silencioso y por el beso
que me pudiste dar y no me diste…
… desde un ángulo amargo del olvido
en que un negro pavor la sombra acrece,
te envío esta canción como un latido
de mi sencillo corazón con S.
Sea este recordatorio al escritor poeta Serafín Quiteño (Serafín con “S” mayúscula), un intento agradecido de aquel “muchacho del oriente cuscatleco venido al diario”, como se le dio en llamarme una vez, de perpetuar el nombre de este intelectual salvadoreño, ahora, a lo mejor, transitando hacia el olvido, pese a su reciedumbre literaria. Un intelectual que, por derecho propio, con su muerte se sumó al grupo de reconocidos poetas que se han ido, en diferentes fechas de la segunda mitad del siglo pasado e inicios del presente, adelantados en el viaje sin retorno: Francisco Gavidia, Carlos Bustamante, Alfredo Espino, Claudia Lars, Salarrué, Vicente Rosales y Rosales, Pedro Geoffroy Rivas, Quino Caso, Raúl Contreras, Oswaldo Escobar Velado, José María Méndez, Napoleón Rodríguez Ruiz, Luis Mejía Vides, Ricardo Trigueros de León, Roque Dalton, Ítalo López Vallecillos, Armando López Muñoz, Álvaro Menén Desleal, Roberto Armijo, Ricardo Bogrand, Matilde Elena López, Rafael Góchez Sosa, Ricardo Martell Caminos, Antonio Gamero, Waldo Chávez Velasco, Cristóbal H. Ibarra, Eugenio Martínez Orantes, Eduardo Menjívar, Mercedes Durand, Rolando Elías, Hildebrando Juárez, Jorge Campos, Jorge Cornejo, Ulises Masís, Melitón Barba, Luis Galindo, Uriel Valencia, Heriberto Montano, Jaime Suárez, Ovidio Villafuerte, Alfonso Hernández, Reyes Gilberto Arévalo, Mauricio Vallejo, José María Cuéllar, Lil Milagro Ramírez,… y tantos y tantos otros, de omisión involuntaria… (RAO).
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