Luis Armando González
Joan Manuel Serrat
En estos días me ha estado rondando en la cabeza cómo cerrar el año 2021, con un escrito –el último de 2021— que fuera apropiado para la ocasión, es decir, algo agradable y relajado. Nada de balances políticos, económicos y sociales; ya tuve bastante de eso durante demasiado tiempo. De todos modos, para qué gastar energías –y años de vida saludable— en asuntos irresolubles. Es como gastar pólvora en zopilotes.
Pues bien, pensando en qué escribir en este fin de 2021 se me ocurrió, en un primer momento, hacer algo que pensaba llamar “Curiosidades” (o “Cosas curiosas”), en donde haría mención de hechos o situaciones que me llaman la atención por su sinsentido, pero también por la forma en que han arraigado en los usos y costumbres de los últimos días. Es el caso de la expresión “veinte veintiuno” [(20) (21)] que se toma como equivalente, sin serlo, de dos mil veintiuno (2021). En la lista de estas fórmulas que han arraigado se encuentran, entre otras, “bioseguridad” (para referirse a la higiene básica) y “24/7” (para referirse –dado que nadie podría trabajar sin dormir, alimentarse e ir al baño 24 horas los 7 días de la semana— a uso de turnos laborales, como, por ejemplo, los establecidos por algunas farmacias desde hace mucho tiempo). También se me ocurrió comentar, como otra curiosidad, una experiencia reciente en una librería, en la cual, al pedirle a una señorita el libro La puta de Babilonia (de Fernando Vallejo), me dijo que iría buscarlo a la sección de espiritualidad. “Este libro –le comenté cuando me lo dio—no tiene nada de espiritual”, y ella, riendo, me respondió: “es cierto, no tiene nada de espiritual”.
Pero, pensando mejor las cosas, me decidí por escribir sobre alguien que ha estado presente en mi vida desde hace un largo rato: Joan Manuel Serrat. Me motiva a hacerlo, por un lado, el anuncio que él ha hecho de que se retirará de los escenarios una vez que concluya lo que será su última gira; por otro lado, la época navideña, pues mi primer contacto con sus letras –no con su voz—fue durante una navidad de 1970 o 1971. Fue en un taller de joyería de la familia Quintanilla –en el que yo era aprendiz— en el que escuché “Señora”, interpretada por la agrupación “Hielo ardiente”. Escuché tanto esa versión –tenía yo 9 o 10 años— que se me quedó grabada en la memoria para siempre. Asimismo, se me quedó grabado el nombre del autor: Joan Manuel Serrat, estampado el enorme acetato [“Long Play” (LP) se les decía] que, además de “Señora”, contenía otras canciones de la banda. Años después escuché la canción en la voz de Serrat y se trató de una experiencia distinta a la de esa primera vez. Como quiera que sea, con “Señora” Serrat se hizo presente en mi vida.
“Ese con quien sueña su hija
Ese ladrón que os desvalija
De su amor, soy yo, señora
Ya sé que no soy un buen yerno
Soy casi un beso del infierno
Pero un beso, al fin, señora”
Hacia 1977-1978 –cuando se fraguaban las dinámicas que llevarían a El Salvador, no irreversiblemente, sino por acumulación de decisiones individuales y colectivas, a la guerra civil— yo tenía otro encuentro con Serrat. Esta vez acompañado de un grupo de amigos, entre quienes destacaba Jorge “El rojo” que con guitarra en mano –en el patio de mi casa— me pedía que lo acompañara con “Cantares”. Decía “El rojo” que yo no cantaba mal, pero estoy seguro que lo decía por esa solidaridad gregaria propia de los cachorros que éramos en aquel entonces. Mencionar aquí a Jorge “El rojo” me da la oportunidad de rendirle un tributo póstumo a una de las personas más talentosas y nobles que se han cruzado en mi camino.
“Todo pasa y todo queda,
Pero lo nuestro es pasar,
Pasar haciendo caminos,
Caminos sobre la mar.
Nunca perseguí la gloria,
Ni dejar en la memoria
De los hombres mi canción;
Yo amo los mundos sutiles,
Ingrávidos y gentiles,
Como pompas de jabón”.
1979 fue un año intenso, tanto en el plano personal como también para la sociedad salvadoreña. Y primeros años de la década siguiente fueron, además de intensos, trágicos. “Tiempos de locura”, los llamó un escritor. No lo creo, porque la locura es algo clínico y lo que se hace en ese estado no implica responsabilidad para quien está atrapado en sus garras. Pero lo que abunda en esos tiempos son responsables, por acción o por omisión, del drama de sangre que desde el cierre de 1979 comienza a abatir al país y que no terminará sino hasta 1992. A lo largo de todos estos años Serrat estuvo cerca, pero con distintos significados según fueran mis particulares vivencias. Estuvo, con su canto de un poema de Antonio Machado, en mis meditaciones sobre la autonomía y la soledad.
“Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; me debéis cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar”.
Con “La Fiesta” caí en la cuenta de que “el noble y el villano, el prohombre y el gusano” pueden compartir momentos felices, pero momentáneos:
“Y con la resaca a cuestas
Vuelve el pobre a su pobreza,
Vuelve el rico a su riqueza
Y el señor cura a sus misas.
Se despertó el bien y el mal
La zorra pobre al portal,
La zorra rica al rosal,
Y el avaro a las divisas”.
Viajé con la imaginación hacia el mediterráneo; sus atardeceres rojos, sin nunca haberlos visto, se me hicieron familiares. “Penélope”, “Lucía” y “Cartón piedra” son las más hermosas canciones de amor que yo pude haber escuchado jamás. De esta última, copio unas líneas que no dejan de conmoverme:
“Y yo, a todas horas la iba a ver
Porque yo amaba a esa mujer
De cartón piedra
Qué de San Esteban a Navidades
Entre saldos y novedades
Hacía más tierna mi acera…
Y yo le hablaba de nuestro futuro
Y ella lloraba en silencio, os lo juro
Y entre cuatro paredes y un techo
Se reventó contra su pecho
Pena tras pena
Tuve entre mis manos el universo
E hicimos del pasado un verso
Perdido dentro de un poema
Y entonces, llegaron ellos
Me sacaron a empujones de mi casa
Y me encerraron entre estas cuatro paredes blancas
Donde vienen a verme mis amigos
De mes en mes
De dos en dos
Y de seis a siete”.
“Barquito de papel” me remite una y otra vez a mi infancia en La Colonia Dolores, con sus días de lluvia suave e intermitente, y yo caminando por las cunetas sin zapatos, deslizando barquitos de papel u hojas en la corriente de agua y siendo inmensamente feliz. Son las “pequeñas cosas” que
“Uno se cree
Que las mató el tiempo
Y la ausencia
Pero su tren
Vendió boleto
De ida y vuelta
Son aquellas pequeñas cosas
Que nos dejó un tiempo de rosas
En un rincón
En un papel
O en un cajón”.
Cuando me estrené como papá, Serrat estuvo ahí, acompañándome en con dos mis “locos bajitos”, que ahora son unos hombres adultos.
“A menudo los hijos se nos parecen
Así nos dan la primera satisfacción
Esos que se menean con nuestros gestos
Echando mano a cuanto hay a su alrededor
Esos locos bajitos que se incorporan
Con los ojos abiertos de par en par
Sin respeto al horario ni a las costumbres
Y a los que por su bien, hay que domesticar
Niño
Deja ya de joder con la pelota
Niño, que eso no se dice
Que eso no se hace
Que eso no se toca
Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma
Nuestros rencores y nuestro porvenir
Por eso nos parece que son de goma
Y que les bastan nuestros cuentos
Para dormir…
Nos empeñamos en dirigir sus vidas
Sin saber el oficio y sin vocación
Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones
Con la leche templada
Y en cada canción
Niño
Deja ya de joder con la pelota
Niño, que eso no se dice
Que eso no se hace
Que eso no se toca
Nada ni nadie puede impedir que sufran
Que las agujas avancen en el reloj
Que decidan por ellos, que se equivoquen
Que crezcan y que un día
Nos digan adiós…”
¿Qué más puedo decir de la presencia de Serrat en mi vida? Puedo añadir detalles a lo dicho, puedo mencionar otras canciones que me han acompañado desde aquel lejano 1971 hasta este 2021, pero lo que haría es reafirmar lo ya anotado: en la fragua de mi vida, con sus idas y venidas, Serrat me ha dado palabras de amor sencillas y tiernas, gracias a las cuales me hice un poco más humano.
San Salvador, 20 de diciembre de 2021