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Sherlock Holmes: el sociólogo de la deducción cotidiana

René Martínez Pineda (Sociólogo, UES y ULS)

El más fascinante -y a la vez más mundano y milagroso- personaje de la criminología con tinte sociológico, Sherlock Holmes, tenía -como Verne, Wells y Saramago- una memoria infinita que jugaba con el tiempo-espacio, y una mirada más allá de lo fenomenológico que podía ver lo que otros no podían, y una capacidad deductiva más eficaz que la de Aristóteles y Descartes. Esas virtudes que, Doyle, le heredó a Sherlock, deberían ser las virtudes de oficio del sociólogo que quiere dar cuenta de los códigos de lo cotidiano para comprender la realidad social en su talidad. Si, en esa línea, hacemos un constructo simbólico-comparativo, diré que la memoria infinita representa el archivo histórico de los imaginarios, de las víctimas y los victimarios; el ojo incisivo y depurado que va más allá, al conocimiento político, económico e ideológico plagado de intereses de clase; y la deducción (sobre lo cuantitativo y cualitativo), a la comprensión sociológica de las presencias y ausencias a partir de los detalles, rastros y lógicas de movimiento, tanto de la realidad como de la nostalgia con la que los pueblos enfrentan las traiciones más atroces y las crisis más feroces. La relación que el sociólogo construye entre esos aspectos (estructura y coyuntura como tiempos del tiempo) se manifiesta como una reflexión sociológica sobre lo cotidiano que va y viene entre el pasado, presente y futuro (la relatividad social como epistemología), lo cual es fundamental en el análisis sociopolítico de la correlación y acumulación de fuerzas en el marco de las hegemonías y contrahegemonías.

Ahora bien, si los recuerdos -que subsisten con la condición de contener olvidos- están errados o manipulados y, no obstante, nos empeñamos en hacer conjeturas, juicios, proyecciones e implicaciones sociales ¿es la sociología una ciencia pertinente o es politiquería ideológica? El Sherlock del Estudio en Escarlata sabía que cualquier caso criminal -pensemos acá en los crímenes que la sociedad comete con los pueblos y se convierten en hechos sociológicos- podía ser investigado a través de la deducción decodificadora de sus aspectos, y que, para ello, se debe partir de la observación participativa -in situ- para no perder ningún detalle, o sea partir de la militancia en la realidad de las presencias. El Dr. Watson entra a una habitación de elevado techo, llena de frascos que se alineaban a lo largo de las paredes o yacían desperdigados por el suelo. “Dr. Watson, el señor Sherlock Holmes, anunció Stamford, a modo de presentación. Encantado, dijo Sherlock, y, después de un vistazo efímero, agregó: por lo que veo ha estado usted en tierras afganas”. Esa fue la primera deducción que se conoce del personaje que debería ser nacionalizado por la sociología, y cuando Watson preguntó cómo había llegado a esa conclusión, Holmes sonrío y respondió que no era de relevancia y, desde ese momento de la literatura, la observación profunda de las cosas cotidianas -que tienen voz propia y olor pedestre- y la transformación de la realidad a partir de sus datos se convirtió en el factor que le da relevancia a la sociología, si ésta hace de la deducción una herramienta tan infalible como lo fue en manos del Sherlock observador implacable, tal como se puede ver en este perifraseo del Estudio en Escarlata:

Molesto, Watson, vio por la ventana al cartero que busca algo, pidiendo a Holmes que le dijera a qué se dedicaba con anterioridad, pensado que éste no lo podría saber. Holmes respondió que era sargento retirado de la marina. El cartero -por aquello de las coincidencias inducidas por el escritor- tocó la puerta y dijo ‘para el señor Sherlock Holmes’. Watson abrió la puerta y preguntó ‘¿buen hombre, a qué se dedica usted?’ y el cartero respondió: sargento de la marina. Nuevamente, Watson quedó asombrado por el acierto de Holmes quien leía la carta, de modo que tuvo que interrumpirlo para indagar cómo es que lo supo. Elemental, mi querido Watson -debe haber pensado- ya que su acierto se debió a que había notado un tatuaje en forma de ancla perteneciente al cuerpo de marina, además del porte que mostraba al caminar, y por la forma en que movía su bastón notó que tenía don de mando, así que fue evidente -sólo para él- que había sido sargento.

Esa deducción parece excesivamente elemental (en realidad toda deducción lo es cuando se recorre el camino a la inversa) por los datos que están a la vista de quien puede verlos, pero son menos elementales que los datos, señas y luces que la realidad muestra sin que los sociólogos, o las personas interesadas, se percaten de ellas, tal como le sucedió al partido de izquierda en El Salvador que, aparentemente por sorpresa, entró en modo de extinción desde las elecciones de 2019, pero su proceso de extinción era una deducción elemental (mucho más elemental que acertar con el cartero) si se analizaban los datos electorales de 2014 y se deducía de ellos el proceso de deterioro ideológico y alejamiento de la utopía de los 80s. De la misma forma, es fácil, desde la deducción sociológica, comprender el momento actual en tanto cuestión política urgente. Elemental, mi querido Engels, diría Marx, “los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado”.

Weber, Durkheim y Boaventura, por su lado, le proponen al sociólogo construir, como Holmes, su sujeto de estudio desde lo cotidiano, separar lo esencial de lo superfluo (¿el cartero es más cartero que sargento?) y luego establecer los comportamientos individuales y colectivos. Entonces, el sociólogo pasa a fundar leyes, explicaciones y comprensiones que deben ser comprobadas en la realidad y a cuestionar, con Marx, los límites del razonamiento en el marco de los intereses de clase. Los sociólogos piensan en los procesos y, como Holmes, en la hojarasca de sus tramas plagadas de causas; piensan en las relaciones sociales y en las singularidades que se producen en las coyunturas sociopolíticas e ideológicas en las que la hegemonía intelectual y social busca nuevos rumbos y otros actores de lo concreto. Un ciudadano que conoce su poder electoral se pregunta ¿por qué debo participar en la construcción de la sociedad? Holmes diría que debe hacerlo porque, en la democracia electoral, cada voto es un eslabón de la cadena de hechos que llegan a la causa originaria: la soberanía del pueblo.

La sociedad moderna tiene causas originarias y hay que buscarlas en la historia de los imaginarios, pues el hombre contemporáneo no puede tener una cabeza de súbdito de la santa inquisición. ¿Por qué? Elemental: porque los súbditos de la inquisición creían que se llega a comprender la vida sólo a través de los ángeles, los santos, los demonios y los sacerdotes del paraíso en el cielo, no en la tierra.

Con Holmes, el sociólogo es capaz de comprender una singularidad como la que vive el país y que se expresa en la redefinición del liderazgo weberiano, pues existen nuevas esencias sociales y hay otra configuración de lo que significa una revolución social latiendo en los detalles para construir otras deducciones.

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