Por Mauricio Vallejo Márquez
Ahí estaba yo. Observando el recorrido que haría sin usar mis pies. Con mi mejor rostro de valiente sonriendo ante el enfrentamiento del temor, como de costumbre. Subí los peldaños de madera en el juego de Gerónimo, listó para recorrer cuatrocientos metros de largo. Sólo cruzaba por mi mente aquel día en 1982 ó 83 cuando mi mamá y yo quedamos atrapados en un góndola del teleférico a medio camino. Una góndola que se balanceaba ligeramente y los otros usuarios no dejaban de mostrar su rostro de terror. Y como niño inocente, le dije a mi mamá: “qué bonito se ve ahí abajo”. Un cobarde dijo en su desesperación: “Sí bonito. Ahí vamos a quedar todos despedazados”. Yo observé a mi mamá y le dije: “¿Verdad que eso no va a pasar?”. Mi mamá con su estoicismo me abrazo y me dijo: “No, hijo. Eso no va a pasar”. Unas horas después la góndola reaccionó y terminó de llegar a su destino. Desde ese día le creí a mi mamá y a la entereza, pero también me llevé el temor por la altura. Las palabras de aquel temeroso se me contagiaron de alguna forma.
Mis compañeros emocionados. Admiré el valor de ellos y la normalidad con la que atendían a aquella diversión. Yo sonreía en silencio sintiendo el clack de los arneses, mientras me colocaban la lona que me sostendría bajo los dos cables que recorrería. Recordaba las otras veces que vencí temores y pensaba que valía la pena hacerlo para dejar caer una de mis tantas cargas emocionales. Me dijo el individuo que me sostuviera en el banco de madera y me colocó los dos cables, uno usual y el otro de seguridad. Listo para zarpar. De pronto me preguntó: ¿está listo? Y yo dije un sí para darle una patada al miedo. Así inició la escena en que surqué los cielos, volé sobre los árboles y sentí que estaba en alguna película que de niño vi. Sentía que era una cámara que filmaba paso a paso aquello y por momentos el miedo me decía que me descontrolara, pero entonces tomaba del cuello aquella vos y dejaba brotar mi alma guerrera. Como si la muerte me diera paso y autorización para ver desde arriba el paisaje, el cielo, las nubes y sentir el delicioso sabor de la valentía. Era un pájaro, como esos poemas en los que anhelaba la libertad y volaba desde mis ojos, pero con la mirada al suelo. En la altura dándole otra perspectiva a la vida y pensando qué cosas pasarían si no tuviera miedo, si enfrentara mis miedos.
Al llegar al destino, sentí aquel alivio de haber vencido ese miedo que cargaba desde niño. Los alambres tensos y aquella velocidad que me daba la impresión de detonarme contra la torre, pero que obviamente algo se haría para detenerme. Con un lazo y un gancho generaran la fricción para que me detuviera y llegué con tranquilidad. Temía a las alturas, pero aun así la he enfrentado subiendo a edificios y ese largo etcétera donde se involucra volar en avión y cosas así; pero ahora sentí que le había puesto el pie a ese temor, desde ese momento me siento listo para enfrentar lo que venga y recuperar camino y reconstruirlo.
Y tú, ¿Qué harías si no tuvieras miedo?
Mtro. Mauricio Vallejo Márquez
Licenciado en Ciencias Jurídicas
Maestro en Docencia Universitaria
Escritor y editor
Coordinador Suplemento Cultural 3000
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