Álvaro Darío Lara,
Escritor
Un correo electrónico de mi amigo el poeta y filósofo Luis Alvarenga, me trae la triste noticia de la transición del escritor, dibujante, artista, Bernardo Mejía Rez (1942-2017), un gran amigo al que recuerdo y recordaré siempre por su especial don de gente, y por ser uno de los hombres de letras, que escuchó y animó mis primeras incursiones literarias y editoriales.
Conocí a Bernardo, en 1982, en la Editorial Abri-Uno, un proyecto novedoso que había fundado junto al hombre de imprenta, Mauricio Sarmiento. Las oficinas de la editorial estaban situadas en el edificio Morazán, justo al frente de la plaza que eterniza el nombre del paladín de la unión centroamericana, en San Salvador.
La amistad y el aprecio mutuo, nacieron y se forjaron muy rápidamente. Bernardo era un lector voraz, compulsivo. Se refería a sí mismo, no como escritor, no como artista, sino como «un lector profesional». Su amor por los libros era inmenso. La memoria me lo dibuja, inclinado; diseñando, sobre las páginas de los formatos periodísticos; aplicando su rapidrograf, sus pinceles encendidos de color, su regla que todo lo medía, que todo lo sabía, por la técnica y por la intuición creadora.
Está ahí, fumando sus cigarrillos Rex, compartiéndolos, con el adolescente del ayer. Sorbiendo la taza de café. Exhortándome a que no doblara las páginas por su ángulo para indicar dónde dejaba la lectura, sino que utilizara separadores. Me hacía uno al instante, y me lo obsequiaba. Era Bernardo, el amigo, que un día diseñara e ilustrara la carátula y la contra carátula de mi primer libro, un breve volumen de versos, prologado por el querido Ricardo Lindo, «Vitrales», hacia 1987.
Pero antes de ese libro, Bernardo animó mi entusiasmo periodístico al frente de «El Cervantino», periódico estudiantil que editamos en el Instituto Cultural «Miguel de Cervantes, y que estuvo bajo mi cargo entre 1982 y 1983. Luego, Bernardo, me hizo cómplice de «Mi pequeño mundo», primer periódico infantil en los grandes rotativos, que se publicó semanalmente, en Diario «El Mundo», dirigido en aquel tiempo por don Cristóbal Iglesias, y donde colaboraban tantos viejos periodistas y caricaturistas. El periódico que entregaba semanalmente, a «los ávidos lectores», «La Salamandra de Oro», página literaria del poeta Luis Galindo; y que posteriormente abriría su espacio al grupo Cinconegritos.
Era una época donde las cafeterías del centro de San Salvador, eran el especial sitio de reunión de poetas, intelectuales, periodistas, escritores, pintores. Recuerdo a Ulises Masís, Gilberto Santana, Jorge Cornejo, Lilian Serpas, Francisco Aragón, Miguel Ángel Orellana y tantos otros…
Bernardo, el creador de «Pajaritas de papel», la sección infantil de «La Prensa Gráfica», donde años atrás había desarrollado una notoria labor. Bernardo, el técnico en diseño, diagramando, creando bellas portadas para la «Editorial Tercer Mundo» de Álvaro Menén Desleal. Bernardo, el artista.
Un golpe del destino, impactó dolorosamente a Bernardo en 1997, su querido hijo, Gabriel Edmundo, falleció, causándole una pena, de la que nunca se pudo recuperar totalmente. El joven era también la obra de Bernardo, lo había educado, cultivado, con esmero; y el muchacho había heredado ese talento artístico de su padre. Se llamaba Gabriel, como un homenaje al escritor colombiano, que toda la generación de Bernardo, había leído y admirado con vehemencia.
Días después, Bernardo, publicaba la segunda edición de su libro «La casa sin alma… y otros relatos» (Editorial Abril Uno, octubre de 1997), como un homenaje a la memoria de Gabriel.
Ahora, que Bernardo ha cruzado la otra orilla, y que ya no lo veremos caminar por estas calles crueles de San Salvador, queremos decirle que su memoria seguirá viva entre nosotros, siempre que exista un joven, un niño, que tome un libro entre las manos, y que trace una línea sobre una página en blanco, señalándonos con ello, el advenimiento de un país más luminoso.
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