Por Enrique Bello
Al visitar en estos días al pueblo de Nahuizalco que está estrenando un nuevo mercado y un parque central remodelado por la alcaldía, sovaldi sale me chocó sumamente una imagen que no esperaba encontrar ya. En una esquina del nuevo parque, purchase amontonadas en un espacio muy pequeño (parecía rodeado por un cerco invisible), prescription en pleno sol, sobre el cemento caluroso y resplandeciente sin ninguna protección, habían unas 30 mujeres indígenas de los cantones, con sus canastos de güisquil, pipián, rábano, limones, hierbas aromáticas y petates – su producción de patio o, con suerte, de una pequeña parcela arrendada. Estas ventas son sus únicos ingresos que desde luego no cubren ni de cerca las necesidades de una familia para alimentación, vestimenta, salud, educación.
Solo “ganan” algunas coras para comprar lo más necesario; aunque en realidad muchas veces no ganan, sino pierden, ya que la venta aquí es “lenta” y muchas veces venden por un precio menor del costo real de producción, para no llevarse el producto de regreso a casa.
Llevo años de observar a estas mujeres amontonadas, marginadas, segregadas, en una calle de Nahuizalco cerca de la iglesia, en la misma forma como hace más de 100 años, cuando el etnógrafo Carl Vilhelm Hartman les tomó fotografías que el Museo de la Palabra y la Imagen ha dado a conocer. Estas fotografías evidencian la segregación, la discriminación de ayer y hoy: Las indígenas de los cantones bajo el sol, en la calle polvosa; las mujeres del pueblo o con “cuello”, en el mercado. Siempre son las más pobres las que sufren las peores condiciones.
Y paradójicamente, con el nuevo mercado y el parque remodelado, las mujeres de los cantones están todavía peor: Para no afectar la estética del parque, ahora no se les permite ni siquiera poner una sombrilla o una sombra con plástico, como antes lo tenían en la calle polvosa. ¿Cómo se sienten después de una mañana (o más) debajo del sol? Me afirman que regresan a sus casas cansadas, con dolor de cabeza por la insolación y sin energía para la otra jornada de trabajo que les espera allí. También han tenido enfermedades de la piel por el sol.
Lo escandaloso de esta situación es que se da en un municipio que aprobó en 2010 la primera “Ordenanza Municipal sobre Derechos de las Comunidades Indígenas de Nahuizalco” que en su Artículo 22 reza que las mujeres indígenas tienen “derecho a ser protegidas por sus familias, comunidades y gobierno municipal”, y “que sean escuchadas en las diferentes instancias comunitarias y gubernamentales”. Y el Art. 28 sobre el Derecho al Desarrollo dice: “El municipio promoverá políticas de desarrollo económico, cultural y social hacia los pueblos y comunidades indígenas en concordancia y armonía con la propia cultura de estas comunidades y bajo la consulta popular a las comunidades indígenas.” Según estos artículos, el proyecto del mercado y la remodelación del parque deberían haber sido consultadas con las comunidades, y especialmente con las mujeres cuyos ingresos dependen de las ventas que hacen en la calle, y quienes desde hace años reclaman un lugar más digno para ellas. Caminar desde sus cantones con sus canastos (para ahorrar la cora que cobra el pick up) y vender en una calle polvosa, o como ahora, sobre el cemento caliente y sin sombra, sin ni siquiera recibir un precio justo, no es parte de esa “cultura” de las comunidades, sino resultado de discriminación y empobrecimiento. ¿No deberían haber sido éstas mujeres las primeras en participar del “desarrollo” promovido por el municipio?
En una esquina del nuevo parque, amontonadas en un espacio muy pequeño, en pleno sol, sobre el cemento caluroso y resplandeciente sin ninguna protección, habían unas 30 mujeres indígenas de los cantones, con sus canastos, estas ventas son sus únicos ingresos que desde luego no cubren ni de cerca las necesidades de una familia para alimentación, vestimenta, salud, educación.
Aunque en Nahuizalco existe la Ordenanza Municipal sobre Derechos Indígenas, ésta no ha sido socializada ampliamente. Se conoce mejor fuera que dentro del municipio, pero la población en su mayoría no sabe de ella. La alcaldía ha logrado vender su imagen afuera, pero no se ven pasos serios por parte de la alcaldía y el concejo municipal para cumplir con los derechos que se suscriben en la ordenanza. La realidad de las mujeres indígenas de los cantones, por nombrar solo un ejemplo, demuestra que sigue la misma discriminación de siempre. El Consejo Municipal Nahuat-Pipil – instancia formada por ordenanza municipal y lamentablemente no orgánicamente desde las organizaciones y comunidades indígenas del municipio – no ha dado a conocer aún un plan de trabajo que permitiría ver un camino para poner fin a esta situación injusta para las mujeres. Y a muchas otras situaciones sobre las que hay que actuar, por ejemplo, la continua apropiación y compra-venta de terrenos dentro del perímetro de las comunidades indígenas por personas ajenas a las comunidades. Estos terrenos forman parte de las tierras ancestrales que deberían volver a las comunidades para sus propias actividades productivas. Urge desarrollar desde las comunidades una propuesta seria sobre este tema también, y al estado, cumplir con esta demanda. Es posible cumplirla.
La profundización de los cambios, en el tema indígena, implicaría no solamente “respetar la cultura”, como algo folklórico y un recurso para el turismo, sino implicaría también hablar de la base económica y productiva que requiere esta cultura, denunciar y abandonar definitivamente prácticas discriminatorias y cumplir con seriedad los derechos que establecen diferentes instrumentos internacionales que aún no han sido ratificados por el estado de El Salvador o adoptados como parte de la legislación interna. Implicaría, sobre todo, el reconocimiento constitucional de pueblos indígenas en El Salvador. En ese sentido la comunidad indígena en los cantones de Nahuizalco que dará su voto el 2 de febrero espera mucho más del nuevo gobernante.