Los Angeles / AFP
Laurent Banguet
«Comida, un lugar donde dormir, algo que vestir: son cosas por las que un niño de 7 u 8 años no tendría que preocuparse», dice José Razo, el director de una escuela primaria en los suburbios de Los Ángeles.
En el patio se les ve jugando como los otros, nada los diferencia salvo un dejo de preocupación en su mirada. Al menos uno de cada cuatro alumnos de Razo es considerado «sin techo».
Construida en 1945 pero con los muros recién pintados de beige, la primaria Telfair es una de las escuelas del distrito de Los Ángeles con la mayor población de niños en esta condición.
El 98% de los jóvenes son de origen latinoamericano. Y ante la falta de recursos, más de la mitad de las familias de estos alumnos se apiñan en viviendas compartidas con otras personas.
«Cuando eres madre soltera y ganas el salario mínimo», 12 dólares la hora en Los Ángeles, «apenas te alcanza para alimentarte a ti y a tus dos hijos», explicó Razo a la AFP. «Alquilar, incluso una habitación, es muy difícil (…) por lo que cada familia toma una habitación con dos o tres niños, a veces incluso duermen en la sala».
Un 30% de los alumnos sin techo viven en garajes, no siempre equipados con sanitarios, una realidad que no es nueva para Razo que creció a una manzana de la escuela.
Una minoría va de motel en motel y los más desafortunados de Telfair duermen en casas rodantes, en autos o en albergues.
Es muy difícil vivir en estas condiciones. Algunos terminan haciendo las tareas en un baño, tal vez el único lugar con cierta paz e intimidad para trabajar.
– «Ser pobre no es normal» –
En Telfair, cerca de 160 estudiantes entran en la categoría de sin techo, pero el director estima que entre 10% y 15% no respondieron bien al cuestionario «por vergüenza de su situación» de calle.
De cualquier forma, esta escuela no es un caso aislado: el distrito escolar de Los Ángeles calcula que 18.000 niños no tienen un hogar.
California es la quinta economía del mundo, pero tiene un récord en la tasa de pobreza de Estados Unidos si se toma en cuenta el costo de vida.
«Debemos romper el ciclo de pobreza», subrayó Razo. «¿Cómo lo hacemos? Les cuento mi historia: puede que seas pobre ahora pero no vas a serlo más. Ser pobre no es normal», siguió este exmarine, que luce casi como un sacerdote con sus pantalones y camisa negra.
Para Razo, hoy con 44 años, escapar de la pobreza comienza por ir a la escuela y ese es el mensaje que les repite sin parar.
«Puedes perder tu casa, puedes perder tu trabajo, pero hay dos cosas que nadie te puede quitar: tu voluntad y tu diploma».
Además de tres comidas durante el día, el equipo educativo también invierte tiempo y dinero para ayudar a los niños. «Los maestros son también trabajadores sociales, enfermeras, psicólogos y padres», dijo Razo, destacando que a veces trabajan hasta 12 horas al día.
A mediados de febrero, el director y un profesor llevaron a 10 de los estudiantes más pobres a una feria organizada por una ONG que les entregó mochilas, ropa, zapatos y libros, que los niños reciben con los ojos llenos de brillo.
Seria y reservada, Kaila dijo a la AFP -casi repitiendo una lección- que los libros eran sus preferidos «porque la lectura es lo más importante».
El pequeño Ángel, de primer grado, no le quita los ojos de encima a unas hermosas zapatillas de básquet negras que ha elegido y que quiere llevar siempre.
«Los zapatos son indispensables», bromeó Razo mientras lo ve pasar.
Pero la realidad es que lo son. En una oportunidad, algunos de sus alumnos faltaron a la escuela porque «estaba lloviendo y los zapatos tenían agujeros»… De su bolsillo, les compró unos nuevos.