Álvaro Darío Lara
Escritor y docente
Cualquier iniciativa económica, política, cultural, social, que emprenda la nueva administración, pasa necesariamente, por la recuperación del control territorial y por el combate sin tregua a la corrupción enquistada desde el Estado y extendida, como una nefasta cultura, por todo nuestro país. Y ambos problemas son dramas históricos, arrastrados por largo tiempo, y agudizados en las últimas décadas.
Formas de corrupción son muchas. Probablemente como en el pasaje evangélico lo más común es mirar “la paja en el ojo ajeno” ignorando nuestras propias “vigas”. Ya lo decía muy bien la Conferencia del Episcopado Latinoamericano, reunida en Medellín, Colombia, en 1968: “No tendremos un continente nuevo sin nuevas y renovadas estructuras; sobre todo, no habrá continente nuevo sin hombres nuevos…”. Y es que las transformaciones verdaderas arrancan siempre de nosotros mismos, de nuestros propios corazones y acciones.
En este esfuerzo de recuperación nacional, la reconquista de la territorialidad en las ciudades y el campo, es pieza clave. Programas del pasado reciente, tanto sociales como educativos, no lograron sus objetivos porque no fueron al meollo del problema. En el caso educativo, siempre sostuvimos, que si bien la formación de los mentores era importante al igual que los paquetes escolares, lo era más, la salvaguarda de la seguridad de la escuela, de su entorno, y de las condiciones básicas de infraestructura, logística y servicios que el centro educativo debe brindar. Para esto, no hacían falta sesudos estudios o gurús, era cuestión de lógica.
Actualmente una efectiva reorganización del aparato del Estado, de su burocracia, es asimismo una urgente tarea, no sólo de cara a la presente administración, sino a un futuro lleno de desafíos. Hay que entender que vivimos ya otros escenarios, que claman no sólo por la entrada de las modernas tecnologías en el día a día de la cosa pública, sino por un viraje estructural, integral, en el gobierno. Hay que desmontar las jerarquías excluyentes, la tramitología, y los manejos arbitrarios de los recursos financieros.
En este camino, don Alberto Masferrer, continúa iluminándonos: “Por eso, decíamos, no hay más que una actitud verdadera, racional y sencilla para el Estado, frente al vicio y al crimen, y es combatirlos a muerte; si el gobierno malconoce y descuida esa actitud, o no la cumple con máxima energía, entonces el gobierno es una maldición, un fraude, porque nos falla en aquel trabajo y misión que únicamente lo hacen tolerable: perseguir, atenuar, aminorar, reprimir el crimen y el vicio. Nos carga entonces con grandes y enojosos grillos, inherentes a su naturaleza, y no nos da, en cambio, aquello único por lo cual hemos consentido su tiranía y pesadez. En consecuencia de lo que llevamos advertido, afirmamos que la más perversa teoría y práctica de gobierno, son las de contemporizar con el vicio y el crimen, las de tolerarles en alguna forma…” (El Estado corruptor). Concretar la esperanza popular, en el momento presente, es el deber de todos, sin distingos y ¡sin vuelta atrás!