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*Sobre “El dilema de las redes sociales”*

*Por Msc. Jaime Edwin Martínez Ventura.
Miembro del Centro de Estudios Penales de El Salvador. CEPES* 

Recientemente pude ver en Netflix, este “Docudrama” -el cual recomiendo a todos quienes puedan verlo-, que en síntesis expone como las bondades del uso de las redes sociales como Facebook, Instagram, Twitter et al, quedan relegadas por la manipulación de las mismas como herramientas de infinito enriquecimiento de sus propietarios, quienes nos hacen creer que son gratis cuando en verdad pagamos el más alto precio: ¡Nosotros somos el precio! 

Es como ganar un poco de compañía, amistad, cariño, popularidad, fama o simplemente sentirnos importantes, a costa de entregar nuestros datos personales, nuestra  individualidad, privacidad e intimidad. Sí, aunque suene exagerado, es como vender el alma al diablo a cambio de poder, amor o riqueza.

Lo peor es que estos instrumentos tecnológicos, debido a la adicción que generan, trascienden su impacto individual, por cierto ya devastadores en la psiquis de millones de personas, especialmente adolescentes entre  quienes se ha incrementado el índice de suicidios, por la ansiedad y la depresión que les causa el no tener muchos seguidores o no conseguir suficientes “likes”; sino que  generan diversos efectos sociales destructivos a nivel planetario. Me limitaré a mencionar solo algunos:

1. Profundización de la ignorancia, mediante la banalización del conocimiento y la información, puesto que cientos de millones de personas usan estas herramientas como su única fuente de formación e información. Hace mucho tiempo que los libros quedaron relegados por los medios de comunicación tradicionales, radio, prensa y televisión; hoy es peor: la gente ya no lee ni los periódicos, prefiere la píldora de conocimientos que les proporcionan los “medios digitales”, muchos de ellos con información falsa y discursos llenos de injurias, odio y difamación. Entre estos medios electrónicos rechazan al periodismo digital de investigación, porque leer más de 600 palabras resulta aburrido o ininteligible;

2. La desnaturalización de la libertad de expresión, ya que en las redes sociales cualquier persona cree tener el derecho a insultar, difamar, injuriar a quien sea, no solo a políticos o gobernantes de turno, sino a cualquier persona que sencillamente no comparta sus gustos o formas de pensar en el campo político, cultural, social, religioso e incluso deportivo;

3. Ahondamiento de la fragmentación social, puesto que las redes sociales utilizan logaritmos  mediante los cuales tienen perfectamente perfilados a cada uno de sus usuarios, de modo que saben cuáles son sus gustos, inclinaciones, preferencias, tendencias y, conforme a ellas, le hacen llegar notificaciones o sugerencias individualizadas de personas, cuentas, blogs u otros productos digitales a seguir. Esta hiper segmentación es el producto que más enriquece a los multimillonarios dueños de las redes sociales, ya que esa información la venden por millones de dólares a grandes corporaciones, gobiernos, partidos políticos y otros conglomerados que las utilizan para ganar los votos o preferencias de las personas.

Esa segmentación genera o acrecienta  el fenómeno del “tribalismo”, es decir, el sentido de pertenencia a un determinado grupo que se considera “la mayoría”, los más “importantes”, los “buenos”, los únicos con derechos, los dueños de la verdad, que además tienen la misión de acabar con los otros: la “minoría”, “los malos”, “los irrelevantes”, los que son una molestia, los “mentirosos”.

El tribalismo pone las bases del estallido social, porque combinado con los efectos indicados en los numerales uno y dos, cada persona recibe una dosis de información diaria a la medida de sus preferencias, de sus miedos, de sus odios; desconoce otras fuentes, otras formas de pensar y por lo tanto solo cree en la verdad de su tribu. Quedan atrapados dentro de la burbuja o el círculo vicioso de su distorsionada concepción del mundo.

Es aquí donde se presenta la peor amenaza: la hiper polarización social exacerbada por el odio y la falta de reglas mínimas de conducta en el trato a los otros. Cada vez se vuelven más populares las personas ofensivas, soeces, cínicas que, desnaturalizado la libertad de expresión, son capaces de publicar, muchas veces con horrores de ortografía y redacción, los peores insultos, mentiras e injurias, amparados en la impunidad que les genera el apoyo y los aplausos de su tribu, así como la pasividad de las autoridades competentes.

Esos grupos fanatizados, enceguecidos por el odio, terminan siendo utilizadas por políticos inescrupulosos, como hordas dispuestas al linchamiento y la confrontación ya no solo virtual, sino en los hechos reales, como ha sucedido en EE.UU. en el caso George Floyd, o en otros lugares y como algunos instigan a diario que suceda en nuestro país. De ahí que, el mayor temor expresado por algunos de los personajes del film mencionado, sea el surgimiento de nuevas guerras civiles, guerras ya instaladas en el ciber espacio, con ansias de algunos de llevarlas al terreno de la realidad.

Para reducir estos efectos nocivos, los expertos recomiendan tomar precauciones como reducir el uso de las redes o aplicaciones, desconectar celulares o dejarlos en modo avión, desactivar notificaciones, no atender sugerencias o recomendaciones automáticas, buscar información por nuestra cuenta, lectura de libros u otras fuentes serias de conocimiento y leer a quienes no piensan como nosotros con el fin de no encerrarnos en nuestra “propia verdad”. Si no actuamos preventivamente, las “benditas redes sociales”, pueden terminar siendo infernales.

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