José M. Tojeira
En una entrevista reciente el representante de FUSADES, buy patient Francisco de Sola, drugstore y empresario de una connotada familia mantenía que “la desigualdad económica es una cosa natural en países donde unos tienen más oportunidades que otros”. Y proponía, malady para “limar” la desigualdad, generar más oportunidades para todos. Al tratarse de un representante de la gran empresa, directivo además del principal centro de pensamiento económico-social de la empresa privada, conviene no dejar pasar este tipo de afirmación. ¿Es realmente “natural” la desigualdad cuando unos tienen menos oportunidades que otros? Si por ese uso de la palabra natural entendemos que la desigualdad es el resultado lógico de la falta de oportunidades de muchos, podría ser aceptable la afirmación. Pero la palabra natural se opone con frecuencia, y en la mayoría del uso lingüístico entre nosotros, a lo que podríamos llamar construcción social. Y en ese sentido, las palabras de Francisco de Sola entrañan una grave confusión. Discutir el tema sin prejuicios es importante, dado que con frecuencia se piensa que la pobreza y la riqueza son fruto de diferencias naturales en las personas, cuando en realidad son construcciones sociales que entrañan graves injusticias.
En efecto, la desigualdad económica existente en nuestras tierras es fruto de la injusticia social y no de la naturaleza de las cosas. Lo mismo que la desigualdad de oportunidades. Quienes reflexionan hoy desde la ética suelen hablar de una justicia mínima, necesaria para el desarrollo económico social con equidad y respeto a la dignidad humana. Cuando el PNUD habla de desarrollo suele partir de este enfoque de justicia mínima, que ellos, siguiendo a algunos teóricos suelen llamar enfoque de capacidades. No bastan las oportunidades si se carece de capacidad para aprovecharlas. Y en nuestro país el desarrollo de capacidades básicas está demasiado limitado por una serie de privaciones que impiden a muchos su plena realización personal.
El problema de este tipo de afirmaciones, especialmente cuando las pronuncian representantes de la empresa privada, es que refuerzan una serie de prejuicios erróneos sobre las posibilidades de desarrollo de nuestros pueblos. Reducir el desarrollo a la oferta de oportunidades deja en la respuesta individual el camino hacia el desarrollo. Y cuando además las mismas leyes y normas generadas por exigencias de la empresa niegan las oportunidades, hablar de abrirlas suena demasiado irreal. Cómo vamos a hablar de abrir oportunidades si la misma empresa privada respalda una ley de salario mínimo que establece asignaciones salariales escandalosamente diferentes a los trabajadores según estén empleados en el sector servicios, industria, maquila y agropecuario. ¿Podrá el obrero del sector agropecuario que gane el raquítico salario mínimo asignado por ley contribuir al desarrollo de capacidades de sus hijos? ¿Qué oportunidades van a aprovechar esos niños si no han desarrollado sus capacidades?
El camino del desarrollo pasa necesariamente por soluciones políticas en un primer momento. Políticas de inversión en la gente, en su educación, salud, vivienda, seguridad y pensiones de ancianidad universales y adecuadas. Porque sólo invirtiendo en la gente se desarrollan capacidades que pueden después aprovechar oportunidades o simplemente crearlas. La gran empresa en El Salvador ha estado demasiado ocupada en atender sus negocios, muchas veces pagando bien a sus empleados, pero ha carecido, salvo excepciones, de conciencia social. Piensa que con dar trabajo y pagar suficientemente bien ya cumplió con su misión. Olvida su responsabilidad social, que va más allá de algunas mejoras en los alrededores. Y olvida también que con demasiada frecuencia ha utilizado al Estado para su propio beneficio, incluidos partidos políticos afines, creando un tipo de organización social y política que discrimina, excluye y deja en la pobreza o la vulnerabilidad a una gran cantidad de ciudadanos.
Cuando se habla de la desigualdad económica como “una cosa natural” hay que tener mucho cuidado. Porque con frecuencia quienes eso afirman son los que han contribuido más a crear esa desigualdad. No desde la naturaleza de las cosas, sino desde el afán de lucro, desde la manipulación de las instituciones estatales en beneficio propio, desde la búsqueda de un poder cómodo, económico, financiero y político, puesto al servicio de los propios intereses. La empresa privada es necesaria para el desarrollo. Pero las derivas hacia lo que Monseñor Romero llamaba la idolatría del dinero y el poder, así como la indiferencia de hecho frente a las graves desigualdades, con tanta facilidad llamadas naturales, acentúan la ruptura del tejido social y la convierten en uno de los factores de la crisis real por la que pasa El Salvador.
Debe estar conectado para enviar un comentario.