Víctor Manuel Guerra Reyes
La sociedad salvadoreña, buy viagra debido a la falta de pensamiento y reflexión crítica, help no ha vinculado la violencia directa de la delincuencia común o delincuencia pandilleril con aquella violencia que genera el evasor de impuestos. Usualmente los que eluden o evaden impuestos son individuos que tienen una solvencia económica tal, que muchas veces son catalogados como ricos o millonarios. En este escrito se vincula de forma radical ambas expresiones sociales de la violencia, la del delincuente que hace uso de la violencia directa y la violencia que genera el que no paga impuestos al fisco salvadoreño. Ambas son expresiones de una misma realidad de violencia que arremete contra la vida de los salvadoreños; solo que la violencia directa quita la vida de un solo golpe, mientras que la violencia del evasor la quita poco a poco. Pero como ambas son expresiones de la criminalidad, entonces, contra ambas habrá que luchar y aplicarles la justicia.
Ahora bien, con todo respeto hacia aquellos que piensan que es posible la reinserción social de personas que han estado inmersas hasta los tuétanos en la vida pandilleril y toda la dinámica que este estilo de vida conlleva; se tiene que decir que existe otro segmento de la población, en el que me incluyo, que no piensa igual, sino todo lo contrario. En este sentido, en mi criterio y mi fuero interno, no comparto en lo más mínimo la opinión que afirma que sí es posible la reinserción de delincuentes o terroristas como ahora se les llama, porque ya se sabe que los que han hecho uso de mecanismos de terror y de violencia para autoafirmarse como dominadores y ejercer mayor poder y control en la sociedad en la que viven, difícilmente podrán cambiar de idea y de acción o regenerarse realmente, si no es gracias a dos posibilidades. Una es un proceso casi milagroso de conversión personal; cosa raramente vista en nuestro ámbito social. La otra es el quiebre radical de la personalidad, acto que es ejercido por la imposición coercitiva y fáctica que solo otorga el cumplimiento de la pena civil en un centro destinado a ello, el centro de readaptación o mejor conocido como la prisión.
¡No lo entiendo! Es decir, que aquellos que han llevado dolor y luto al pueblo salvadoreño, ahora afirman que tienen una sincera intención de reinsertarse en la sociedad a la que han ultrajado, vejado, maltratado constantemente. Estos que han actuado delinquiendo y generalmente haciendo uso de altos niveles de barbarie contra la población salvadoreña, ahora pretenden cambiar de vida y enmendar sus errores. Con un historial como este, difícilmente lograrán cambiar y regenerarse. Pienso de esta manera porque es muy difícil creer que aquellos que de forma despiadada y cruel han sometido a su prójimo ahora quieren emularlo sinceramente, en lo más sagrado que tiene toda sociedad; a saber, la inocencia de su niñez. Pero es que esta niñez y toda su inocencia ha sido una de las víctimas más recurrentes de estos sujetos que asesinan para forzar a que se les tome en cuenta. Para muestra un botón, el día 1 de octubre de 2015, pandilleros del municipio San Francisco Menéndez asesinaron cruelmente a un salvadoreño nacionalizado estadounidense, únicamente por el hecho de tener impreso en su piel, tatuajes con cierto contenido artístico. O lo que sucedió el 5 de octubre de 2015, que un sastre es asesinado por pandilleros en el municipio de Nahuizalco, únicamente por ser la persona que remendaba uniformes policiales. Así existen diariamente casos y casos en El Salvador. Este tipo de acciones que rayan lo macabro, hace pensar a cualquier persona sensata que aquel o aquella que ya sintió el olor a sangre, que ya saboreó la característica salobridad de la sangre humana derramada del prójimo y bebió del dolor, del miedo y del sufrimiento del otro, se encuentra ya instalado en el camino sin retorno de la oscuridad y perversidad de la necrofilia. Esto conlleva la maldad y el terror despiadado que genera una dinámica perversa que engulle la vida humana y la trastoca en dinámica ominosa propia de lo inhumano. Por lo que esta dinámica perversa y ominosa no permitirá fácilmente la superación del mal si no es, como se dijo ya, por una fuerza sobrehumana y milagrosa de conversión o porque se le fuerza a ello a punta de justicia, de verdad y de fe en la humanidad.
No se puede obviar que este tipo de personas que se han comportado tan inhumanamente son en realidad personas brutales y crueles que no son primitivos sino que son personas racionalmente tan capaces e inteligentes como cualquiera de nosotros. Ahora bien, si estoy equivocado en mi juicio y opinión, entonces, estas personas tienen la oportunidad de demostrar lo contrario y someterse al proceso de declaración pública de buenas intenciones de cambio real y práctico. Es decir, que se presenten ante la autoridad competente, se declaren culpables de sus actos inhumanos y arrepentidos del terror provocado, se comprometan a una conversión genuina. Esto conlleva por supuesto, a someterse al juicio legal y si son vencidos en él, están obligadas a pagar como es debido, para comenzar el proceso de regeneración personal y social. Es decir que la única solución es que paguen sus delitos. Ya que nadie en absoluto debe ubicarse sobre la ley, porque cuando eso sucede, se desencadena un proceso de violencia que provoca sustancialmente un mal mayor que el que puede generar la sumatoria de todos los males individualizados de cada uno de los malvados. Esto es lo que hemos vivido en El Salvador desde hace varias décadas y como ya hemos experimentado, si se deja que el dinamismo de la violencia cobre carta de ciudadanía, entonces, ineludiblemente los salvadoreños asistiremos a otra guerra civil. Si esto se lleva a cabo de forma sostenida, entonces, como sociedad, estamos realmente perdidos, cosa que quizá estemos experimentado tan crudamente los salvadoreños cuando somos testigos del alto índice de criminalidad y alto número de asesinatos por violencia social, narco actividad, tráfico de armas y violencia común y pandilleril.
Pero existe otro tipo de delincuente en El Salvador, que aunque no hace uso de la violencia directa, sí es el creador y promotor de la violencia estructural que hace muchísimo daño al país. Este tipo de violencia es aquella de los que no pagan impuestos como es debido, que eluden o evaden al fisco. Y estos evasores no son nuevos en la historia salvadoreña, muchos hicieron así su riqueza, pagando salarios paupérrimos a sus obreros, eludiendo y evadiendo impuestos que al final de cuentas, también corrompe a la sociedad. Estos individuos se han aglutinado en una institución o estructura que les protege y promueve. Esta es la Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP), a quien incluso el embajador estadounidense Douglas Barkley, el 16 de octubre de 2006 en su discurso de finalización de su misión diplomática en El Salvador les pidió abiertamente que pagaran sus impuestos. Lo recuerdo muy bien, fue en la noche de aquel 16 de octubre, que el embajador Barkley dirigió un discurso a la ANEP en un hotel capitalino. Allí dijo a los millonarios salvadoreños las siguientes palabras: “Los salvadoreños deben pagar sus impuestos. No hay espacio para gorrones que le roban la posibilidad de un mejor futuro para sus conciudadanos”. Y continuó el embajador diciendo: “Paguen sus impuestos señores empresarios”. Y lo dijo a todos los miembros de la ANEP, no solo a los reunidos en ese hotel, y lo hizo de forma general ya que no podía ser él, quien diera los nombres de los evasores sino la ANEP como representante de la gremial empresarial salvadoreña. Es la ANEP la que sabe quiénes son los evasores y corruptos. Por supuesto, ante las palabras del embajador Barkley, la ANEP no tuvo más remedio que callar, pero no tomó acción alguna. Todavía nueve años después de aquel discurso del embajador Barkley en contra de los evasores de impuestos, la ANEP no ha hecho algo coherente para expulsar de sus filas a los empresarios corruptos que evaden anualmente el pago de sus impuestos; dinero tan necesario para que el estado de derecho funcione en todo país y este, por supuesto que no es la excepción.
Lo mismo puede decirse del amaño de las pensiones que las AFP’s han hecho desde 1998 en este maltrecho país. Eso es así cuando no se le da al pueblo lo que en derecho le corresponde, por ejemplo, salud, educación, trabajo, vivienda, etc., cosa que en las circunstancias actuales no es del todo responsabilidad de los distintos gobiernos, si no de todos los ciudadanos, principalmente de aquellos millonarios y poderosos que históricamente han sido privilegiados en esta sociedad. Pero por desgracia, en general los millonarios salvadoreños son tan insolidarios que no pagan sus impuestos como es debido. Por ello no puede haber justicia distributiva en El Salvador.
De ahí que hablar de terrorismo es hablar de violencia directa que es muy sentida y desgarradora para la sociedad salvadoreña. El terrorista y asesino es por supuesto un necrófilo, pero lo es también aquel millonario que estando obligado a pagar impuesto no lo hace. Este también es un asesino que mata poco a poco a aquellos menos favorecidos social y económicamente, que no se pueden costear la medicina que contrarreste una enfermedad padecida o aquellos que no pueden pagar su educación o que no cuentan con un trabajo digno que le alimente a él y a los suyos. Por todo esto, resulta satisfactorio escuchar que el partido en el gobierno esté impulsando en la Asamblea Legislativa una propuesta de modificación a los códigos Penal y Procesal Penal para castigar con cárcel de 4 a 6 años a los evasores de impuestos en El Salvador. De aprobarse esta iniciativa, esto hará que aquellos que históricamente han eludido y evadido impuestos, por lo menos, comiencen a hacerle justicia a la sociedad que le ha generado con su fuerza de trabajo, la riqueza que gozan y se las ha aumentado a tal punto que ahora son millonarios. Pues es este pueblo el que debe también forzarles a que dejen de ser corruptos y que comiencen a ser honestos en el pago de sus impuestos y contribuciones al fisco salvadoreño.