Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
En la preciosa dedicatoria que antecede a la obra “El Príncipe”, try su autor, ampoule el extraordinario escritor y diplomático, doctor Nicolás Maquiavelo (que tantos entuertos resolvió, no sin sufrir muchos embates de la fortuna), dice entre otras brillantes palabras, al Magnífico Lorenzo de Médici: “Porque así como aquellos que dibujan un paisaje se colocan en el llano para apreciar mejor los montes y los lugares altos, y para apreciar mejor el llano escalan los montes, así para conocer bien la naturaleza de los pueblos hay que ser príncipe, y para conocer la de los príncipes hay que pertenecer al pueblo”.
Cuando leí por primera vez estas líneas, tenía apenas catorce años; y no puedo negar, que me causaron un esclarecedor impacto.
Desde luego, este impacto, sólo tenía su explicación, por el entorno familiar. La política siempre fue el día a día en la mesa de mi hogar.
Mi padre, un notable entendido en economía-política, que se desempeñaba como funcionario gubernamental en el área de integración económica centroamericana, era además, profesor universitario y articulista; y se había esmerado en dotarme de un marco de referencia nacional e internacional, muy crítico. Fue de él, de quien recibí las grandes lecciones de pragmatismo sobre los asuntos de la polis.
Por supuesto, que su historia personal de militancia, exilio y continuos estudios filosóficos, históricos y marxistas, pesaban muchísimo.
En especial, su manera de entender las dinámicas propias de la realidad (incluso, más allá, de las orejeras ideológicas) fue lo determinante en mi temprana formación.
Por ello, ni mi paso por el colegio laico o por las aulas jesuitas, fue tan decisivo, como esa educación, a partir de la cual, me fue muy difícil ser absolutamente crédulo de cualquier doctrina o institución, sea de la naturaleza que sea.
Sin embargo, fue a finales de 1983, en el Externado de San José, cuando uno de mis grandes amigos, me habló del socialismo democrático y del Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) de Guillermo Manuel Ungo.
Leer la carta de principios del MNR, conocer sus antecedentes (mis padres siempre votaron por la Unión Nacional Opositora, UNO) y empaparme de sus idearios, me llevaron hacia el descubrimiento de lo que sería mi más auténtica propensión política, más cercana a los equilibrios que fundamentan a las democracias, que a los radicalismos que nutren el despotismo.
Tras el trágico asesinato de Héctor Oquelí Colindres; y luego, con la desaparición física del doctor Ungo, ese capítulo nacional y personal se cerró. De ambos guardo excelentes recuerdos.
En una ocasión, Héctor, hizo una definición de la política: “La política es el arte de las posibilidades”.
Vivimos una época donde la publicidad, la politiquería, el sensacionalismo, ha suplantado el lenguaje y la cabeza de la real política. La política es el gran instrumento para superar los naturales obstáculos sociales, y poder así, avanzar.
Reivindicar el ejercicio de la política, buscando el bien común, a través del diálogo, la negociación, la tolerancia, y la atenta escucha popular, constituyen, hoy por hoy, el gran reto de nuestra convulsa polis.
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