México / AFP
Joshua Berger / Jennifer González Covarrubias
Cincuenta años después de la masacre de centenas de estudiantes de la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, en el corazón de Ciudad de México, exlíderes de esos jóvenes alzados, activistas y estudiantes marcharon el martes en memoria de los caídos, cuyo número exacto sigue sin conocerse.
La conmemoración inició por la mañana cuando legisladores -en su mayoría de izquierda- y el secretario de Gobernación, Alfonso Navarrete, encabezaron una ceremonia en el Zócalo (plaza central de la capital), en la que la bandera mexicana fue colocada a media asta.
Activistas dibujaron además el contorno del territorio de México en el piso del Zócalo y colocaron dentro de éste zapatos y sacos manchados de pintura roja, simulando la sangre y los objetos que cubrieron la Plaza de las Tres Culturas tras la masacre.
La tarde del 2 de octubre de 1968, los líderes estudiantiles improvisaron una tribuna en el edificio Chihuahua del complejo habitacional de Tlatelolco, que da a la Plaza de las Tres Culturas, para explicar a los 8.000 asistentes los resultados de una reunión que habían sostenido esa mañana con representantes del entonces presidente, Gustavo Díaz Ordaz.
El gobierno, liderado desde hacía casi cuatro décadas por el hegemónico Partido Revolucionario Institucional (PRI), quería contener las protestas estudiantiles 10 antes de la apertura de los Juegos Olímpicos en Ciudad de México, la primera vez que un país latinoamericano fuera anfitrión del evento.
El mitin proseguía pacíficamente cuando repentinamente, un helicóptero dejó caer luces de bengala verdes y francotiradores abrieron fuego indiscriminado contra la multitud.
Este martes, medio siglo después, el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, acudió a Tlatelolco junto a líderes estudiantiles, y entre flores blancas hizo el «juramento» de que al tomar el poder el 1 de diciembre «jamás se utilice la fuerza para resolver conflictos, diferencias, protestas sociales».
«No va a haber autoritarismo», subrayó, mientras los asistentes gritaron entre banderas de color blanco, negro y rojo «¡2 de octubre no se olvida, es de lucha compartida!», y «¡ni perdón ni olvido, castigo a los asesinos!».
Sin embargo, el izquierdista no habló de la reapertura de los archivos oficiales sobre este evento, que es demandada por sobrevivientes, familiares de víctimas e historiadores para darle justicia a los muertos.
– El mismo horror –
Severiano Sánchez, entonces un estudiante de 18 años, recuerda cómo logró salvarse rodando por unas escalinatas situadas en una de las esquinas de la plaza.
«Había francotiradores hasta arriba de todos los edificios», rememoró para la AFP, justo cuando decenas de voluntarios dirigidos por académicos de artes escénicas de la Universidad Nacional Autínoma de México desarrollaron el lunes una recreación de la masacre.
La estremecedora dramatización también incluyó bengalas verdes y reproducciones en altavoces de extractos de los discursos de los líderes estudiantiles de ese fatídico día mezclados con el sonido de ráfagas de ametralladoras.
La escena provocó en Sánchez el mismo «miedo y terror» que sintió ese 2 de octubre.
«¡Era un mitin pacífico y estos cabrones nos rafaguearon!», dijo a gritos ahogados por su llanto.
Testigos y habitantes de Tlatelolco relataron a la prensa de entonces que vieron cientos de cadáveres sobre charcos de sangre, amontonados adentro de camiones de carga o apilados sobre las paredes de una iglesia.
Frente al edificio Chihuahua «hicieron como un cerro de cadáveres, del pueblo. Porque no nada más fueron estudiantes. Eran obreros, campesinos, estudiantes, madres de familia, niños, señoras embarazadas. Los pusieron en un montón de cadáveres. Y de este lado un montón más pequeño de soldados. Es imposible saber» cuántos había, relató este martes a la AFP Víctor Pérez, de 67 años, exlíder del movimiento estudiantil.
– Opaco episodio –
Uno de los descubrimientos de investigadores ha sido que el gobierno usó tres cuerpos de seguridad para reprimir el mitin, todos con órdenes distintas.
Una de estas corporaciones, conformada por los francotiradores, era la única con la misión de ejecutar tanto a militares como a estudiantes, para simular que el movimiento estudiantil era armado.
Dos años después, en 1970, quien era secretario de Gobernación (Interior) cuando ocurrió la matanza, Luis Echeverría, ganó las elecciones presidenciales pese a su baja popularidad.
En 2006, fue acusado por el delito de genocidio, pero por su avanzada edad cumplió prisión preventiva domiciliaria y finalmente alcanzó la libertad condicional.
La prensa internacional reportó entre 300 y 500 muertos en la masacre, mientras que el gobierno sólo reconoció 20.