Carlos Girón S.
La nuestra, nuestra sociedad salvadoreña es una de esas que sabiendo que es pobre presume, se da aires de ser rica y opulenta haciendo derroche de dinero, de recursos del Estado como también recursos naturales. Cierto que se dice que los miembros de esta sociedad son o somos muy trabajadores, con una fama que trasciende las fronteras.
Y, en realidad los derrochadores no son propiamente los ciudadanos en lo particular, sino quienes se arrogan el derecho de ser sus representantes en las esferas gubernamentales, siendo ellos quienes, a fuer de esa condición se toman esa licencia, el abuso de disponer a su arbitrio y capricho de los recursos del Tesoro Nacional, que se forma con las contribuciones de toda clase que hacemos los ciudadanos de todas las condiciones.
También es cierto que si bien nuestros conciudadanos son muy hacendosos, igualmente les gusta el dispendio, no teniendo el don o la virtud del ahorro, de economizar todo lo que se pueda –y aquí van los recursos naturales, como el agua, principalmente-; lejos de guardar para el mañana nos agrada darnos los grandes gustazos en restaurantes, ventas de comidas “chatarras”, las playas, paseos donde sea; el asunto es gastar. Parecería que a muchos nos causa escozor el dinero en las manos y por eso nos apuramos a deshacernos de él, en lo que sea.
Fijémonos que mes a mes, año con año, los índices económicos nos hablan en un ingreso de las remesas familiares. Los hermanos lejanos se matan trabajando en países lejanos, tal vez dejando de comer ellos con tal de poder hacer “la masita” del envío de money orders, Western Unión u otros medios. Luego los hermanos cercanos corren a ver qué compran, cuáles son las ofertas en los súper o los almacenes. Así en un dos por tres cuando vienen a ver, ya no les quedó nada y quizá hasta la tarjeta de crédito al tope…
Bueno, pero ese es dinero de ellos, lo han obtenido digna y legítimamente con su trabajo y las remesas; en cambio miren a los funcionarios de la administración gubernamental, de todo tamaño y color, ellos meten sus manos sucias en las arcas del Estado y dicen a llenarse los bolsillos propios y los de familiares.
Se informó en estos días, en los medios que los diputados de la Asamblea Legislativa se habían repartido bonos por trescientos mil dólares… Si, leyó bien tres-cien-tos mil dó-la-res… Una grosería, un tremendo desfalco, robo cuantioso que le hacen al pueblo al que apenas le tiran migas para sus necesidades sociales. Veamos el caso de los pensionados del Estado, a ellos los señores diputados se niegan a concederles un pírrico aumento y pasan años con la misma pensión. Igual o peor lo de los afiliados forzosos a las AFPs, donde son éstas las que se lucran millonariamente a costa de los pensionados; pensionados solo por unos cuantos años pues al agotarse sus ahorros se quedan hambreando.
Por el otro lado, los medios han informado que unos nueve mil funcionarios gubernamentales esconden, pues se han negado desde hace diez años a acudir a las oficinas de Probidad de la Corte Suprema de Justicia, a declarar el patrimonio que han tenido durante esos años y el que actualmente tienen. La gente se preguntará: ¿Por qué esa negativa?, ¿por qué esconden algo?, ¿por qué van a esperar a seguir aumentando su patrimonio? Y esto ¿de qué manera?, ¿de la manera en que lo habrían venido haciendo todos esos años? Ya es sabido que la mayoría de funcionarios –salvo los empleados de los niveles bajos- inmediatamente que asumen los cargos sienten despertárseles el gusanito del hurto, y naturalmente entre más alto el puesto más las sumas que se apropian. Si no pregunten a quienes han sido presidentes de la República, ministros, presidentes de instituciones autónomas -y ojalá hubiera bastantes excepciones-.
Esas son algunas de las principales razones para que nuestro país sea pobre, no obstante, lo cual con lujos como esos de los jugosos bonos legislativos y lo embolsado por exfuncionarios se pretende aparentar opulencia. Sombrero de marca con los pies descalzos…