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Sociología: 50 años no es nada (1)

René Martínez Pineda *

Ir navegando en el tiempo, viagra de tumbo en tumbo, por las fechas cabalísticas, es algo que, desde la sociología de la nostalgia, más que un recurso metodológico es caer sometido en la paradoja del tiempo-espacio y de los códigos ocultos, al mejor estilo del Gramsci de los cuadernos de la cárcel; fechas que son los puntos de referencia que guían la expedición del saber sociológico. Este año se cumplen 50 años de la fundación del primer gremio de sociólogos –Asociación Salvadoreña de Sociología, por su nombre originario– lo cual exige un breve relato de lo hecho en el último quinquenio y debe llenarnos de orgullo y, al mismo tiempo, llenarnos de nuevos retos, siendo uno de ellos la recuperación de nuestra memoria histórica para arraigar la identidad profesional. Debemos volver sobre nuestros pasos y repasos epistémicos usando la sociología de la nostalgia para alejarnos de “los muchos que no quieren recordar”, porque por tradición sociológica la mayoría de nosotros somos parte de “los que no pueden olvidar”, aunque seamos tildados como los últimos soñadores, como los últimos dinosaurios de la emancipación a través de la teoría-práctica, como los últimos utopistas, como los últimos militantes del tiempo-espacio.
Pero ¿qué hacer para conmemorar medio siglo como si fuera un día? ¿Redactar un informe burocrático diseñado con formalismos administrativos o hacer un relato humano diseñado con sentimientos y epistemologías mundanas que más que dar cátedra quiere dar esperanzas? Ese es mi dilema. Como acto burocrático digo que la gestión de la Escuela ha estado en función de: a) la herencia de mística de trabajo, compromiso social y severidad científica no cientificista de los fundadores del Departamento de Ciencias Sociales en los años 60, y dentro de ellos hay que señalar a quienes, dándole vida a la relación dialéctica teoría-práctica, fundaron la primera asociación de sociólogos; b) impulsar la Política propuesta en la Ley Orgánica; y c) impulsar procesos exitosos y con excelencia académica en la concreción de las 3 funciones básicas: docencia, investigación y proyección social. En esos rubros algo hemos hecho, pero no lo suficiente como para que sea un aporte a la sociedad (sólo ha sido nuestro trabajo), y la principal limitante es la carencia de recursos financieros, razón por la cual más que gestionar proyectos se han gestionado ideas, iniciativas, buenas intenciones y mística de trabajo de la mayoría, no de todos.
Y entonces concluyo –conciliando un informe oficial con un relato humano- que lo correcto es lo segundo para no permitir que la burocracia sodomice a la idiosincrasia de las ciencias sociales. Quienes nos consideramos herederos de la mística y militancia progresista de los pioneros de las ciencias sociales estamos moralmente obligados a consolidar la Escuela de Ciencias Sociales y los gremios que la reflejan y complementan. Estar moralmente obligados con la comunidad de ciencias sociales y con el pueblo (palabra que algunos consideran mala o de mal sabor y por eso no la pronuncian) significa que no debemos callar lo básico: el compromiso social y colectivo que son hechos sociológicos sui géneris; la lealtad y la creatividad que debe signarlas para romper paradigmas conformistas y falacias epistemológicas como: globalización; fin de la historia y de la ideología; educación por competencias; posmodernidad; emprendedurismo; sociedad del conocimiento.
Y es que los datos nos dicen otra cosa, nos indican que estamos en la sociedad de los datos que abruman y son inaccesibles, no en la sociedad de la información; nos dicen que estamos en la sociedad del no-conocimiento o del conocimiento baladí que, aparte de ser producido por y en los mismos centros de poder, no soluciona nada: cada 15 segundos se publica un libro y cada 5 minutos un libro sobre la violencia social desde la perspectiva de las ciencias sociales, sin embargo, cada día son asesinadas casi 3,000 personas, es decir un poco más de dos personas por minuto, así que mientras leemos este articulo diez personas acaban de morir de esa forma. El ranking de conectividad por internet de 148 países, pongamos por caso, revela que las naciones más conectadas del mundo son (no hay mucha sorpresa): Finlandia, Singapur, Suecia, Holanda, Noruega, Suiza, EEUU, Hong Kong, Reino Unido y Corea del Sur. Entre los países latinoamericanos, el que ocupa el lugar más alto del ranking es Chile (35), seguido de Panamá (43), Costa Rica (53), Uruguay (56), Colombia (63), Brasil (69), México (79), Ecuador (82), Perú (90), El Salvador (98), Argentina (100), Guatemala (101), Paraguay (102), Venezuela (106), Honduras (116), Bolivia (120), Nicaragua (124) y Haití (143). Sin embargo, en el caso de nuestra región continental, la mayoría de las personas usan internet para escribir emails y ver su perfil de facebook, pero falta que lo usen para crear nuevos modelos de negocios, publicar investigaciones o crear empresas revolucionarias como Amazon.com. Si eso es así ¿de qué sirve el conocimiento generado? ¿Sólo para llevar un control más fidedigno y morboso de los problemas sociales y saber dónde nos podemos ir a tomar una selfie con los muertos?
En el caso de los docentes, esa obligación moral se debe, principalmente, a que como Director interino -como líder burocrático, para usar las palabras de Weber en el sentido de Lenin- jamás olvido que soy, antes que todo, compañero de trabajo, porque aprendí bien que “si quieres conocer a alguien: dale poder” y el darle el título académico a alguien es, también, darle poder, aunque unas veces ese poder carezca de credenciales; en el caso de los estudiantes, esa obligación moral está en función de su formación integral y autodidacta y sus referentes ideológicos, con la cual debemos atravesar lapsos de fuerte discrepancia teórica y político-ideológica, lo que no se puede evadir ni temer, pero tampoco se puede resolver o minimizar con la falsa diplomacia del saludo, pues esa no es nuestra tradición ni nuestro estilo y, de hecho, no lo es en ninguna Escuela de Ciencias Sociales de América Latina desde 1918.
Al hacer la valoración de lo que sucede en la Escuela –nuestra segunda casa y, además, heredera entrañable de las mejores tradiciones de lucha revolucionaria, aunque esas tradiciones muten, cuando se codifican como principios, en limitantes que hay que saber manejar- la conclusión a la que llego es que la comunidad de ciencias sociales forma un colectivo prometedor y comprometido socialmente que debe perseguir el sueño que desde la fundación, tanto de la Escuela como de la asociación gremial, lo ha perseguido.

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