René Martínez Pineda *
La historia de la Escuela post-intervención del campus (de 1983 hasta estos días, decease etapa en la que retamos, health con cuadernos propios y armas ajenas, medical a la dictadura militar y a la privatización de los servicios públicos como segunda acumulación originaria de capital) se sitúa, hoy, en una sociedad convulsionada (por la delincuencia y la seguridad privada como gran negocio) que espera que las ciencias sociales recuperen la voz, y el principal problema que tenemos es hacer lo posible e imposible para dar la talla como científicos sociales comprometidos y no defraudar la confianza y herencia axiológica sin testamento que recibimos, y la única táctica que tenemos es trabajar duro; leer y escribir y escribir; debatir más y discutir menos; dudar; investigar; volver sobre nuestros pasos (sociología de la nostalgia) y asumir el compromiso social congénito, pues es ese compromiso el que les da pertinencia histórica y teórica: se gasta la misma cantidad de neuronas escribiendo chambres y calumnias en el Facebook que redactando un ensayo académico.
La confianza que otros tienen en nosotros es del mismo tipo de la que nutre al proceso educativo, pues es la que templa la disciplina de estudio. Perifraseando a Helen Keller: “no soy el único, pero así soy alguien. No puedo hacer todo, pero aun así puedo hacer algo; y justo porque no lo puedo hacer todo, no renunciaré a hacer lo que sí puedo”. Sé que los cambios en el sentido de la confianza como acicate de la educación, investigación y mística de trabajo todavía no se ven o se ven poco, pero eso se debe a la inercia del desgano y la apatía que se han convertido en parte del consenso moral básico de la sociedad hasta llevarla a la crisis de la situación revolucionaria que previó el marxismo, la cual es un hecho sociológico que hemos obviado, así como hemos obviado el análisis del discurso populista, cuya esencia no está en su formato y ni siquiera en el contenido de lo que dice o promete, sino en la intencionalidad de clase de eso que se dice o promete, y si no tenemos claro eso vamos cometeremos la aberración teórica de confundir a Maduro con Trump. Si dejamos que la apatía y el desgano lo dominen todo como moderno Leviatán –en la Escuela como en el gremio- seguiremos siendo espectadores o víctimas de la historia y de la víbora de la burocracia neoliberal que retoca libros y expedientes con su veneno letal, y hace de la investigación social una consultoría, y eso es una ignominia tan grande como hablar de investigación social sin haber investigado nada, ni siquiera de dónde viene el semen de sus vidas inmensamente amargas.
Si no tuviéramos miedo de hacer de las metáforas y paradojas un aparejo de las ciencias sociales y pudiéramos vocear un “gracias” simbólico por ser portadores preeminentes del compromiso social; un “gracias” que dure más de un instante para que no sea una simple palabra sin cuerpo ni sentimientos; lanzar un “gracias” como una piedra etnográfica que lo resuma e impacte todo. Poder agradecerle al pueblo (nuestro sujeto-objeto de estudio más relevante y el que más está latente en los libros que publicamos, aunque no pronunciemos su nombre por temor a despertarlo) por permitirnos ser su voz académica; agradecerle con el mismo fervor con que se agradece en la juventud la sabiduría que nos regalan los otros (nuestros fundadores y mártires) para descubrirnos tal cual somos porque así lo hemos decidido, aunque con esa decisión nos convirtamos en “the fool on the hill” de los Beatles, en el fantasma de la ópera de los sueños, o sea en los utopistas de las ciencias sociales y éstas no pueden existir sin ellos. Agradecer es estar orgulloso de lo que en colectivo hemos hecho (sabiendo que se puede hacer mucho más) y, con ello, arrebatarle al tiempo la atención para agradecerle su cobijo y desamparos que nos forjan y templan; para agradecerle al pueblo la comprensión de los defectos, virtudes y penurias neuronales que tenemos como científicos sociales, las que siempre van juntas, de la mano, como totalidad humana; hacerlo del mismo modo como abordamos la vida y la vida nos aborda para que existamos más allá de nuestro cuerpo-sentimientos para servirle a los otros desde la especificidad de las ciencias sociales (ante todo al pueblo), tan naturalmente y sin obligación premeditada, tan naturalmente y sin agenda oculta para que tengamos la frente en alto porque somos depositarios del imaginario popular. En fin, tener la capacidad, la humildad y el tiempo para encontrarnos frente al mar caprichoso de las relaciones sociales cotidianas y de las peripecias de la investigación social, y sin miedo ni sentir que perdemos rigurosidad científica, lanzar un “gracias” que quede escrito en nuestra biografía para que se convierta en cultura corporativa.
Lo que en la universidad he aprendido desde que era estudiante –lo que de seguro todos nosotros hemos aprendido- es a soñar sin miedo y a equivocarme con disciplina haciendo lo que creo que es lo correcto (aunque a ratos parezcan quijotadas o arrebatos subjetivos); he aprendido a vivir sin miedo a las aventuras (sociales, personales, políticas o académicas) y con disciplina para continuar en ellas hasta que no tenga fuerzas para seguir adelante, aunque ese seguir adelante sea una necedad, la misma necedad que, traducida a virtud, nos hizo a muchos mantenernos firmes en los ideales de una lucha revolucionaria tan lejana que hoy es incomprensible o parece mentira, con lo que he re-aprendido a ser un hombre de sueños como los de José Martí, pero en ciencias sociales los sueños son válidos sólo cuando son colectivos. Hoy, conmemorando medio siglo del gremio de la sociología y otros demonios, quiero darles un “gracias” sin burocracia que encienda los relojes sonámbulos de la memoria histórica, para que seamos parte de “los que no pueden olvidar que la memoria está llena de olvidos”, porque la gratitud, como imperativo social y sociológico, no es un trisílabo, sino una misión en favor de los demás que hará que cada ciudad, cada pueblo y cada cantón sea un territorio de la alegría del desarrollo local y que los zapatos nuevos no sean un espejismo infantil que hiere los ojos del semáforo. Estas frases parecen lirismo ingenuo y parecen impropias de los estudiosos de la sociología, pero son para mí la base vital de las ciencias sociales comprometidas.