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Sociología: 50 años no es nada (3)

René Martínez Pineda *

La verdadera gratitud (recordemos a Marx y los utopistas; a Gramsci y sus carceleros; a Rosa Luxemburgo y sus detractores; a Boaventura y los críticos de su estilo) es un sueño privado en movimiento colectivo. Gratitud, advice en ciencias sociales, sickness es no olvidar de dónde venimos; no olvidar el ombligo que dejamos enterrado bajo el mango indio que creció en el predio baldío que de milagro se ha salvado de la expropiación capitalista; no olvidar el lindo pie descalzo que se sacrificó por nosotros para darnos estudios; no olvidar que nuestro comedor es un lugar de comunión familiar gracias a la institución que nos formó, a la que le daremos cuentas de lo que hicimos, no de lo que hablamos o fingimos; no olvidar el pecho enemistado con las camisas que pulula en las milpas, mercados y burdeles de los puertos y cabeceras… es no olvidar que somos la razón de ser de nuestros mártires y fundadores, aunque despreciemos su legado. La gratitud no es un acto final, aunque a veces le ponga fin a algunas realidades trazadas con fechas cabalísticas. Es levantar entre todos –estudiantes, maestros y pueblo- una obra social que valga la pena continuar cuando nos hayamos ido y que nos haga merecedores de ser parte de las CC.SS., pues eso es “sentir y actuar con las ciencias sociales”. La gratitud no es una consumación, es una prueba de inspirada iniciación para hacer algo que nos supere o sobreviva, y nosotros tenemos las capacidades y mística suficientes para lograrlo, capacidades y mística que se sobreponen a los problemas personales: la hipoteca de la casa, el pago de la luz o las bajas calificaciones de nuestros hijos; los dulces, semillas y pupusas que debemos vender para pagar la cuota de la “U” y dibujarle una sonrisa al cuaderno, lo cual nos convierte en estudiantes extraordinarios.

Todos deberíamos tener reservado un grito que lanzar antes de morir y lanzarlo sólo porque creemos que es nuestro deber como comunidad. Entendiendo por grito una obra social que lo supere porque será en beneficio de quienes nunca han tenido beneficios. Grito. Obra. Gratitud. Sueños de libertad y justicia. Seis ideas utópicas y una sola obra que debemos construir: compromiso social. El compromiso social de una obra colectiva que transforme el mundo cotidiano para bien, porque en el fondo todos queremos cambiar el mundo, ya que quienes no han tenido esa emancipadora sensación de amor hacia los otros es porque le fueron arrebatados los sueños, les caparon la utopía y les hicieron un trasplante de soberbia en el quirófano de las aulas o los salones de hotel. La gratitud efectiva y afectiva debiera ser una conspiración sociológica que tenga como espías y milicias las retribuciones voluntarias y las obras públicas para ser de nuevo una ciencia peligrosa y maliciosa. La mejor forma de iniciar la conspiración desde la Escuela para construir un país distinto -un país bonito y bien peinado y perfumado, como dijo Roque- es iniciar por la conspiración personal, o sea entregarnos a una misión que –sin dejar de ser académica- cada día represente la gratitud hacia quienes viven en una situación precaria y, con ello, construir juntos una leyenda, ser juntos una leyenda urbana no importa quién esté al frente de la burocracia; ser juntos una leyenda como la que nos enamoró a quienes estudiamos sociología en los rojos años 80: la leyenda de los profesores argentinos y de los estudiantes de sociología que se disfrazaron de guerrilleros.

La vida universitaria en descomposición –como la sufrida antes de la Reforma de Córdova o durante la guerra con Honduras- provoca que todo se detenga por olvidarse de devolver un mundo mejorado al ser esclavos de la seguridad de lo dado. La seguridad como derecho e imaginario es imprescindible (pensemos en Marx, Lenin, Boaventura y Gramsci), pero si tal seguridad implica que hemos de cerrar las fronteras del cambio y el rigor científico que tiene una posición de clase, también quedará cerrado el pensamiento crítico comprometido y, con ello, el desarrollo científico-político. La Universidad Pública necesita un nuevo grito, un nuevo sentido común que sea sentido de clase y nosotros somos los llamados a darlo iniciando y dirigiendo, por ejemplo, la lucha por un presupuesto justo usando mecanismos de presión académicos y políticos. Un grito que sirva para consolidar la educación y la democracia. Un grito que no se confabule con el oscurantismo vivido ni con la vileza individualista de quienes no han hecho nada por los otros. Uno que desempolve la memoria, la identidad y la dignidad, ideas que tienen su definición concreta y única en la sociología y en el imaginario, y eso nos hace ser tan distintos y tan iguales al mismo tiempo. Un grito que sea obra y que sirva para inspirar a nuestros estudiantes para que construyan otras obras más grandes todavía, pues el buen estudiante es el que supera al maestro.

Ese viaje ontológico y escatológico hacia la transformación social están llamados a guiarlo quienes sepan que la vida no es el tiempo que vive el cuerpo, sino que es la territorialidad sociocultural para la obra de gratitud con los pobres (que están vigentes como concepto y como hecho sociológico) que son nuestros hermanos gemelos. Si no sabemos por dónde empezar volvamos a leer La Ideología Alemana, empecemos por nosotros reconstruyéndonos como ser social, como identidad, como historia con múltiples caminos invictos y frustrados y, aunque a algunos les parezca pedante, reconstruyéndonos como científicos sociales comprometidos, ese es el inicio para crear nuestra propia leyenda.

Construir esa leyenda colectiva de las ciencias sociales es posible si estamos convencidos de que hay que usar los libros como machete desenvainado para resolver la injusticia estructural que viven los pobres; si creemos que ya no es posible un minuto más de ignominia pública; si creemos que permanecer callados es un acto de complicidad que niega todas las premisas y tesis de la sociología; si creemos que hay en el cielo constelaciones por inventar. Si en algún momento nos creemos superiores por los títulos acumulados, es que no hemos comprendido que el conocimiento social proviene de lo social del conocimiento, por eso no somos sus dueños ni sus autores intelectuales, tan sólo somos sus pregoneros, y eso debe llevarnos a la humildad eisnteiniana para que nuestras vidas valgan la pena porque no serán un silencio prolongado como el que sufren las víctimas, tanto en los libros como en la realidad; víctimas con las que debemos ser sensibles en el acto académico y político.

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