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Sociología: 50 años no es nada (4)

René Martínez Pineda *

Sé que cuesta mucho ser un hombre comprometido con la utopía y no ahogarse en las llamadas “cosas malas” que al final son buenas. Sé que cuesta mucho ser socialmente sensible y no ensuciarse o no herirse de sociedad y de pueblo; pero herirse o ensuciarse no es retomar las perversiones de una sociedad que, help tiránica, se basa en la explotación consuetudinaria, la doble moral de los hipócritas, el consumismo de basura, el chambre histriónico, la corrupción vertiginosa, el fraude pautado-consumado y la expropiación de la tierra barrial, los servicios básicos y la sonrisa que, premeditadamente, han sido convertidos en los nuevos espacios de acumulación y ampliación del capital; pero herirse no es desangrarse por los otros como un mártir inútil o sin coordenadas mundanas: es ofrendar la sangre con los otros que son nosotros… y la tinta no es sangre, aunque a veces sea roja; pero no debemos levantar pedantes muros tecnocráticos o bibliográficos para no ser heridos ni ensuciados o para no sentir miedo de lo que es culturalmente correcto o incorrecto o, peor aún, para sentirnos superiores a los descalzos de telúricas risas que se explican el universo con doscientas palabras, veintiséis gerundios y doce interjecciones fulminantes; porque quien siembra muros cosecha masacres en el medio día del asfalto; porque el que cría muros le sacarán los ojos de la conciencia; porque el que con muros anda a ser serpiente capitalista aprende.

En estos últimos años –enfrentando la apatía malsana de propios y extraños- la Escuela de Ciencias Sociales ha tratado de conciliar la escasez financiera con las ganas de trabajar, sólo porque sí; la falta de capacidad intelectual que tenemos algunos con la audacia de abrir la boca para denunciar lo que hay que denunciar. Sin embargo, hablar del aporte de las ciencias sociales a la sociedad salvadoreña todavía no tiene un referente empírico y lírico que lo sustente y valide tanto en la metodología como en el imaginario de los pobres y, además, sería prepotente de nuestra parte, pues para el pueblo de carne y huesos somos, todavía, unos seres exóticos y mudos, algunos de los cuales prefieren el impúdico aire acondicionado de un salón de hotel de lujo, que la densa y tensa hojarasca de penurias de una comunidad marginal sin desarrollo local ni políticas públicas; y para las bibliotecas somos unos ilustres desconocidos. A lo sumo podemos hablar de las actividades que hemos promovido y de las que hemos pospuesto por desgano o por falta de urgencia; de las ideas que hemos pensado, discutido o intentado y de las ideas a las que le hemos puesto muchos “peros” escudados en el “no me pagan para hacer eso”, como, por ejemplo, la idea de incorporar la cultura como tiempo-espacio formativo y sumativo en la enseñanza de las ciencias sociales; de los proyectos utópicos que hemos ensayado y de las transformaciones concretas que no hemos podido impulsar ni soñar; de los pocos libros que no hemos escrito y de los muchos que nos quedan por escribir; de los artículos que aún no acabamos de redactar por falta de palabras propias y tildes prestadas. Entonces, el aporte que como unidad académica hemos dado a la sociedad en función de tener mayor incidencia en ella es definitivamente exiguo, porque no hemos transformado sustancialmente la sociedad, y eso es como si un odontólogo jamás hubiera sacado una muela.

Pero la voluntad de trabajar para los pobres, de la mano con la comunidad de ciencias sociales, sigue intacta en la mayoría de nosotros, porque esa comunidad está inundada de luciérnagas-pueblo y de la mitología de la libélula-utopía que puede servirnos de inspiración para el compromiso social, si así lo decidimos sin temor ni condiciones pecuniarias. Aún tenemos pendiente publicar la investigación institucional sobre “La historia completa de la UES”; debemos darle seguimiento al Plan de Estudios de la Licenciatura en Geografía para que por fin sepamos dónde estamos parados como pueblo y determinemos las coordenadas exactas de la felicidad colectiva; debemos seguir tocando las puertas del Ministerio de Educación para que, quitándose la camisa de fuerza de la burocracia, financie el Diplomado en Prevención de la Violencia con Participación de los Docentes; debemos seguir insistiendo en la necesidad de la práctica profesional en sociología para que nuestros estudiantes tengan un adelanto del mundo laboral; hay que convertir en parte de la mística formativa los cursos, diplomados y talleres que le darán sustento a la pre-especialización; hay que consolidar y promover el proyecto de la Peña Cultural “30 de Julio” que es el espacio donde las ciencias sociales se enamoran del arte y podría ser el origen de una “nueva generación comprometida”… ese es el sueño; hay que incorporar las actividades culturales en las cátedras como evaluación formativa y sumativa para que la creatividad sea el punto de ruptura de los viejos paradigmas teóricos que nos sojuzgan con nuevas falacias conceptuales, tal como la de la “globalización” y “el fin de la historia”; hay que recuperar el pensamiento político que no sea una mercancía, la solidez ideológica que no sea un panfleto, y los códigos ocultos de las ciencias sociales que desnudan la realidad por completo, ese tipo de pensamiento, ideología y códigos ocultos de los que hablaron Marx, Engels, Lenin, Gramsci, Bourdieu y Boaventura, y seguir denunciando la injusticia social y tomar una posición en la sociedad sin sentirnos malos o menos académicos; hay que continuar con el audaz proyecto del programa de radio de la Escuela: “Critica Social”, para que las ciencias sociales recuperen la voz y el voto. En resumen, hay que continuar inventándonos para que no nos inventen otros ni nos inventen cuentos sobre la realidad.

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