René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES
Quien hace estudios rigurosos sobre el rumor (como factor de relación social que deambula entre el amor y el odio, al igual que la mentira como soporte de la armonía que confiere el conformismo y la doble moral, al estilo del Dr. Merengue) es la psicología social, de la cual es, según algunos profesionales, uno de sus puntos fundacionales, mientras que a la sociología le interesa analizarlo como un factor político-ideológico de control social –mover o frenar el comportamiento colectivo- que se potencia en las coyunturas de crisis políticas o en los procesos electorales, y hasta pre-electorales, cuando se carece de pensamiento político crítico. En tanto, para la sociología el rumor –como ruido confuso, sin territorialidad ni tiempo, que se usa para incidir en las relaciones de poder- es un hecho o una creencia (por lo general construida con intención política en el imaginario o en el estómago) que se transmite y repite oralmente como cierta, pero sin medios probatorios para demostrarla cuando se transmite, como por ejemplo todo lo que en torno a la privatización del agua difunden quienes quieren privatizarla, o lo que se dice sobre transparencias o sendos amaños para inscribir a los precandidatos presidenciales y a los magistrados de la Sala de lo Constitucional.
Sociológicamente, el rumor tiene cuatro aristas cognitivas que se entremezclan con la acción social: a) la veracidad irrebatible o la mentira perentoria del mensaje asociado al rumor; b) el carácter positivo o negativo que tiene, lo cual está fundado en intereses políticos e ideológicos definitivamente antagónicos; c) la naturaleza social e ideológica del mensaje, deliberada o espontánea; y d) el pensamiento crítico o acrítico de los receptores del rumor, de lo que depende en última instancia su poder de afectación y propagación. El rumor detonante de la represión antes citada, en París y México, fue intencional y falso (subversivos atacando al capitalismo o anarquistas cuyo único interés es el caos quijotesco, lo cual al final beneficia al régimen dominante), pero también hay rumores como noticias adelantadas, siendo las más comunes de ellas las que están vinculadas a: despidos masivos, hambrunas salvajes, calamidades públicas, renuncias súbitas de precandidatos a cualquier cargo, o enfermedades incurables de personas influyentes. A quien, para debilitarlo políticamente, le levantaron mil rumores sobre el padecimiento de enfermedades terminales fue Fidel Castro, y de ello se encargaron –por encargo esotérico y pecuniario- los Nostradamus de pacotilla de la modernidad: se decía, sin pruebas en la mano, que estaba enfermo de cáncer (en todos y cada uno de sus tipos habidos y por haber), con el fin de generar un sentimiento colectivo de desamparo en su pueblo para debilitar, así, su fuerte liderazgo revolucionario y para hacer nacer la urgencia de removerlo del puesto de inmediato.
Pero el rumor, además de ser un arma política, es una herramienta de mercadeo sociológico y comercial. Como herramienta política, es un sondeo solapado para medir la magnitud y el tipo de respuesta social frente a una medida económica perniciosa (privatización del agua o de la salud pública, por ejemplo) o frente a una decisión antipopular del gobierno –cualquier gobierno- en materia de políticas públicas (reducción de un subsidio vital o impulso de nuevos impuestos). Como mercadeo sociológico, el rumor es una suerte de “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra… y si tiene muchos que tire mil”; y como mercadeo comercial es una especie de degustación pública para determinar cuál producto (tangible o intangible) tiene más aceptación, como si se tratara de sodas o hamburguesas. En ambos casos, se lanza el rumor como plumas al aire; se tabulan las respuestas para que parezcan serias bajo la forma de gráficos; se estudia el significado sin llegar hasta el nivel de comprensión; se mide la respuesta individual como si fuera la respuesta de la sociedad… y luego se toma la decisión final en función del análisis realizado, y si la respuesta es muy negativa o muy débil y no merece la pena tomar la decisión, entonces se asegura públicamente que es un simple rumor y se desmiente.
Sin embargo, tanto la psicología social como la sociología concluyen que la inmensa mayoría de los rumores son de contenido negativo y hay una explicación lógica para ello: cuentan con la seguridad que da el anonimato y saben cómo explotar la incertidumbre general propiciada por la ignorancia, unida a la ansiedad colectiva como precariedad simbólica del espíritu. Precisamente, la incertidumbre general y su respectiva ansiedad se producen y se reproducen cuando hay un desconocimiento casi total en la sociedad del porqué se producen determinados hechos. Tan solo recordemos, como casos emblemáticos, toda la incertidumbre y hojarasca de rumores que se generaron en el mundo cuando apareció la peste negra; o cuando se produjo la pastilla anticonceptiva; o cuando se supo del SIDA y se desconocían las causas epidemiológicas (se esparció el rumor de que era un castigo divino porque la sociedad moderna era otra versión, mejorada, de Sodoma y Gomorra); o cuando, más recientemente, se dieron los atentados en las Torres Gemelas como obra del mismísimo diablo.
Y es que el sentido común –como una creencia común que no tiene sentido, la mayoría de veces- se inventa causas y asocia datos absurdos, hasta convertirlos en fidedignos, sobre un hecho que acongoja a la población y, para encontrar una causa, se construyen y se reconstruyen rumores que apaciguan la incertidumbre y la ansiedad, lo cual es una forma de propiciar la gobernabilidad en la cotidianidad. Todo lo anterior se ha visto potenciado –en la llamada sociedad del conocimiento que tiene más ignorantes que antes- por el avance y poder de afectación de los medios de comunicación social que hoy son increíblemente rápidos (dándole otra connotación al tiempo-espacio) y además contundentes: el Internet con sus miles de millones de páginas y sus redes sociales que pueden hacer que cualquier hecho sea “viral” y abarque toda la territorialidad social. Sin embargo, esa rapidez y exuberancia vertical de datos (que no de información) genera inmensas áreas de vaguedad cognitiva o de ignorancia erudita que son cartografiadas con rumores. Últimamente, el instrumento idóneo para propagar los rumores –y luego desmentirlos como si nada se hubiera dicho- es el Twitter, por ser de impacto inmediato y con mensajes breves.