René Martínez Pineda (Sociólogo, UES y ULS)
Todos nosotros, sin excepción, conocemos y comprendemos la dureza o tersura, y el calor o el frío del mundo, y de las personas, a través del tacto, a través de la piel como instrumento de verificación -vuelto cultural- de las relaciones sociales reales y, por tanto, de percepción de la información del mundo exterior que nos permite saber cómo responder. Lo anterior me lleva a afirmar que la piel piensa, analiza y comprende, y eso significa que la conciencia se toca -y nos toca- porque surge del acto de palpar la realidad en tanto estado sensorial de las condiciones de vida y de la vida. Y es que, como seres sociales, somos producto de un largo recorrido de la piel por el planeta, somos la construcción racional de sentir la realidad a través de ella -cuando la presionan y cuando la acarician-, pues ésta nos faculta para sentir el dolor y el placer, nos permite sentir y que nos sientan, lo cual es elemental en todas las áreas de la interacción social: al acariciar o golpear; en el hogar y en la calle donde los rozamientos son inevitables; en la cama y en los buses; en los actos públicos y privados; y en el acto de adquirir conciencia de la realidad como reflejo directo de esas condiciones de vida que tocamos con todos los sentidos.
El usar la piel para tocar el mundo y que el mundo nos toque es, también, un buen negocio para la política y para la economía. En 2019, la dureza, el frío, el dolor y las arrugas provocadas por vivir en condiciones de pobreza tutelada, llevó a la población salvadoreña a una sublevación en las urnas que le puso fin, en un solo evento electoral, al bipartidismo de facto. Por el lado de la economía, que ha hecho de la piel una mercancía, los datos son igualmente abrumadores. En 2020, el mercado global de productos para el cuidado de la piel se valoró en 140.92 mil millones de dólares y se prevé que crezca un 4.7% durante el período 2022-2026. Al dato anterior hay que agregarle el valor global de los productos de limpieza que prometen el cuido de la piel de quienes los usan. Si, como dice la gente, el dinero habla, éste nos está diciendo, desde la segunda mitad del siglo XX, que la piel es muy importante.
Ahora bien, es necesario que la sociología analice la piel como instrumento de la conciencia en estos tiempos en que el capitalismo digital pretende acabar con los rozamientos propios de las relaciones sociales (la socialización como hecho sociológico que demanda de las presencias) imponiendo una realidad virtual, una realidad de cristal líquido carente de sensaciones reales que puedan ser compartidas y socializadas; una realidad signada por las ausencias porque ese capitalismo reconoce el valor del rozamiento para adquirir conciencia social y, por tanto, pretende anularlo para anular o minimizar las contradicciones. Entonces: ¿qué importancia tiene la piel, en su estado natural, en las relaciones sociales? ¿cómo se construyen-destruyen sus significados sociológicos que no son sólo simbólicos ni pueden ser suplantados? ¿de qué forma afecta el tacto, en lo tangible y simbólico, las relaciones sociales que permiten la construcción de la conciencia social como reflejo del ser social? ¿qué tipo de datos culturales y sociales están codificados en la piel, propia y ajena, como instrumento de percepción de la realidad social? Como premisa comprensiva, hay que mapear los diferentes tipos de estímulos del exterior que son captados por la piel, tanto los tangibles como los simbólicos (metáforas táctiles del tocamiento). Esos dos tipos no se producen de forma aislada en la realidad, aunque sean aislados por cuestiones políticas o económicas, sobre todo después de la pandemia. Sin embargo, en lo teórico sí podemos separarlos, y es el tocar simbólico el que le interesa a la sociología porque es un resultado decodificado del tocar real.
La percepción de la información del mundo y de las personas a través de la piel (acción de tocar y de ser tocado, y de sentir-racionalizar la realidad más allá del cuerpo-sentimiento) es un área elemental y crítica de la investigación sociológica, ya que por su omnipresencia en la cotidianidad se convierte en una fuente del conocimiento de lo social a partir de lo social del conocimiento. Tocar, social e íntimamente, al mundo y a las personas con frecuencia es olvidado por la sociología, y de hecho quiere ser minimizada para privilegiar la vista hacia lo virtual-mágico privilegiando las ausencias, lo cual nos impide sentir al otro a través de la piel, depredando, así, la memoria colectiva y las emociones que nos separan de los animales y modifican nuestro comportamiento individual y colectivo, en tanto nuestra piel tocando a otra piel constituye, culturalmente, una construcción moral de la realidad, debido a que permite sentir el dolor y las alegrías ajenas, así como compartir la dureza de la pobreza y la tersura de las posibilidades de edificar otro país en el que el mejor tratamiento para mantener suave la piel sea hidratar, aromatizar y nacionalizar el bien social como el milagro inherente a las presencias.
Como inocuo mea culpa, hay que reconocer que los sociólogos rara vez estudian los sentidos y los cuerpos-sentimientos y, siendo así, han descuidado el abordaje de la cotidianidad y las presencias como factores elementales de la socialización y la conciencia social. En esa lógica, las variedades de experiencias sensoriales producto del rozamiento de las presencias deben formar parte de la decodificación sociológica como premisa socialmente relevante de la conciencia. El tacto, el sentir la otra piel durante las relaciones sociales para palpar la vida, implica muchas cosas reales y simbólicas y, por tanto, forman parte de los intereses de estudio de la sociología: la piel que marca los límites del mundo externo para hacerlo interno; es un símbolo de la posición social; es lo que mantiene distancias; es la carta de presentación en las relaciones sociales; es una forma de protesta social o de júbilo.
Las sensaciones -gratas o no- que se ocultan en la piel son las cicatrices de la nostalgia presencial, tanto de la solidaridad orgánica que cambia la historia de los países, como del acto sexual que desenmascara las identidades secretas, y por eso se cuelan en el laberinto de las mercancías y en el púlpito de los políticos. Pero, ante todo, las sensaciones que nacen cuando tocamos al mundo y el mundo nos toca, son expresiones de lo que somos, no sólo de manera explícita, como signo de identidad y prestigio, sino como metáfora del reflejo de la conciencia en la piel cuando se pone triste y cuando ríe hasta por los poros.