René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES
Ciertamente, la sociología en busca de los imaginarios colectivos podría aglutinar a los sociólogos que pretendan darle un talante imperativo a “lo simbólico” como mecanismo para construir la conciencia social al margen de la izquierda política siendo una pre-izquierda social, la que parece ser el signo de los años posteriores. En El Salvador es urgente que abramos el debate en torno a definir qué es la sociología y cómo debe progresar a partir de producir conocimiento propio. Las mil y un respuestas indicarán, de suyo, que no hay vías teóricas unívocas o finales, eso es un hecho, pero de seguro se despertará el interés sobre el imaginario colectivo, tanto en la academia como en el análisis político.
Desde el mediodía de la década de los 90 del siglo XX, se observa un creciente interés -sobre todo en Francia, Argentina y México- por demostrar la verticalidad y contundencia del imaginario social para la comprensión de la realidad social y la formación de la conciencia democrática, y ello redefinió la práctica sociológica (o debería hacerlo), en tanto muestra la operatividad de los constructos del sentido común en la formación de lo sociocultural. En términos metodológicos abordar los imaginarios colectivos demanda el uso de la observación participante (pensemos en la propuesta de Luhmann) depurada –en el acto de la abstracción sociológica- por la perspectiva marxista que destruye, construye y reconstruye juicios teóricos desde la contradicción dialéctica, o sea depurada por la variable de la lucha de clases, la que se puede negar en los libros y discursos políticos, pero no en la realidad concreta donde el hambre tiene los colmillos bien afilados.
Sin embargo, la que parece ser una apuesta esencialmente teórico-metodológica es, al final, una apuesta ideológica, que es el área donde pernocta el compromiso social en el que los imaginarios colectivos determinan la realidad inequívocamente percibida como propia y construida como ajena por el pueblo. Entonces acercarse a los imaginarios colectivos es acortar la distancia con la ideología, es buscar la identidad y es reconocer su relación orgánica con lo histórico de la modernidad en sus diversas locuciones culturales, por ello es un rescate de la hermenéutica simbólica, sociológicamente ejecutiva, para la comprensión de los signos íntimos de la cultura que mueve y hace tomar decisiones. En ese sentido, el imaginario colectivo forma parte de lo que los antropólogos llaman “cultura profunda”, que le da coherencia al sentido de colectividad comprensible solo desde las metáforas.
En el caso de la sociología salvadoreña pugnar por la prioridad de los imaginarios colectivos es desafiar la hegemonía de los parámetros epistemológicos oficiales, por beneficio o por inercia, desde la década de los 90s del siglo XX en la que nos vendieron la falacia del “fin de la historia”. Ese desafío debe ser afrontado, al principio, como un espacio abierto para el debate teórico de los sociólogos en el que se pongan sobre la mesa, tanto la pertinencia del abordaje como los aspectos relacionados con los imaginarios colectivos desde la fenomenología del fin del bipartidismo y desde la sociología aplicada a la coyuntura política teniendo como su referente el sentir del pueblo que ve como un líder carismático a Nayib Bukele, lo que obliga a redefinir –desde las teorías de Max Weber, Luckmann y Bourdieu- el concepto de liderazgo en los años en que no se cuenta con líderes históricos como los de la segunda mitad del siglo XX, tales como: Fidel Castro, el Che Guevara, Salvador Allende y Hugo Chávez.
Para comprender y teorizar la que podría ser considerada como la nueva época de la cultura política salvadoreña, la que -por cierto- remonta a los partidos tradicionales, se requiere formar –cual alternativa intelectual- la nueva generación de sociólogos que estén dispuestos a salir de los escritorios, de las oficinas y de los hoteles de lujo para construir-reconstruir propuestas comprensivas de los imaginarios colectivos, lo que puede considerarse –cual metáfora académica- como un tipo de espeleología ideológico-cultural (lo profundo como meta teórica), pues realiza una revalorización ampliada de la actividad subjetiva de los sujetos en sus muchas expresiones: la religiosidad sin iglesia; la identidad sin memoria ni apellidos relevantes para el capital; el rápido cambio tecnológico como factor condicionante del comportamiento social; la percepción relativa del tiempo-espacio como refugio; el análisis con datos y el rumor destructivo, todos ellos como arista para la comprensión sociológica.
Podríamos empezar la promoción de los imaginarios colectivos –en el marco de la nueva coyuntura política que yo llamo “el marzo-febrero de las papeletas rotas”- sistematizando los imaginarios de la ciudad para reconstruir lo simbólico de la acción social a través del Twitter y de las tribus urbanas; la imagen nostálgica de la iluminada arquitectura histórica como factor de las nuevas ilusiones urbanas; las rutas cruentas del imaginario del genocidio en las calles de la capital; y los sentimientos que brotan en las tertulias bohemias como espacio de formación de la cultura política reunida –en torno a un café- con la sociología, a través de la organización de un diálogo continuo y ameno entre los conceptos sociológicos del comportamiento colectivo y el aura de los imaginarios colectivos.
Al ir extendiendo el debate sobre los imaginarios colectivos van a aparecer otras experiencias metodológicas, principalmente cualitativas, pero será necesario crear una especie de híbrido para poder arribar a lo comprensivo de las estructuras de los significados populares (como representaciones sociales), que en el caso salvadoreño mantienen una relación hegemónica 96-4, lo cual podríamos decodificar como el intento de la utopía social por volver a la vida.
Y es que para decirlo en los términos de las metáforas sociológicas, el imaginario colectivo es el campo de batalla en el que los hombres –movidos por la necesidad histórica- tratan de exorcizar su indigencia existencial que los mantiene siendo y no siendo al mismo tiempo, en tanto construye un mundo imaginario que, por tener todas las posibilidades de ser real, le permite compensar el desencanto y la desilusión que ha sido amamantada por la exclusión social impuesta por una realidad carente de la fascinación de los sueños utópicos, con ello le da un sentido a su existencia, aunque en los momentos más agónicos sientan que son simples espectros.