Por: Iván Escobar
@DiarioCoLatino
El reloj marca las 11:45 de la mañana de este sábado 10 de octubre de 2020. Entre el bullicio del centro, los automóviles y música de las ventas informales, salen dos hombres jóvenes portando su uniforme de rescatista de los Comandos de Salvamento, en sus manos portan dos arreglos florales. Ingresan al centro comercial “Rubén Darío”, en pleno corazón de San Salvador. Seguidamente, ocho socorristas veteranos de la Cruz Verde, entre ellos la hija de Luis Solano “Piocha”, también ingresan al lugar.
El objetivo es el mismo, hoy no están corriendo para atender una emergencia. Están ahí para recordar y ofrendar a las víctimas del terremoto de 1986, que hace 34 años estremeció la ciudad capital. El edificio Rubén Darío se convirtió en el símbolo de la tragedia, al desplomarse y soterrar a cientos de personas.
Este sábado ambas instituciones de socorro, de forma tradicional, rindieron su homenaje anual. Al ingresar al lugar, colocan los arreglos florales, los miembros de Cruz Verde llevaron una corona de flores con la fotografía de “Piocha”, quien fuera el fotógrafo oficial de la entidad de socorro en esa época.
“Piocha” fue uno de los primeros socorristas y fotógrafos que estaba cerca del Darío. Ahí captó impresionantes imágenes con su cámara analógica, así como otras escenas de la tragedia en el centro, recuerda su hija Guadalupe Solano, quien aún resiente la muerte de su padre en 2018; “él siempre estaba presente en este lugar para esta fecha, recordando sus anécdotas”, agregó.
Para Fausto Nieto, un hombre que dedicó más de cuarenta años a la Cruz Verde, ahora de la Asociación de Voluntarios Veteranos, recuerda que aquella fecha fue dolorosa, ellos estaban de turno en la sede central en el Barrio Santa Anita, al sur de la ciudad, desde ahí se desplegaron de forma espontánea a prestar sus servicios de rescate.
“Estuve en el Gran Hotel El Salvador, ahí sacamos unas quince personas… Recuerdo que después de unas réplicas un compañero conocido como “El Pantera”, el viejo, le cayó un muro y de inmediato lo rescatamos, pero el susto fue grande”, comparte hoy.
La vulnerabilidad en San Salvador persiste hoy en día, advierte el socorrista, y enfatiza que la razón es porque “la ciudad fue creada solo para el momento, con calles angostas, parques pequeños. Hoy las autoridades han hecho muchos cambios. Aún el tráfico era pesado, en el momento del terremoto tuvimos que correr, gracias a Dios teníamos energía”.
Otro socorrista, y que en aquellos días era jefe de servicio en la base central, es José Luis Rosales, hoy dice que así como vivieron aquel momento, fue toda una aventura, y también conocieron verdaderos milagros.
“No teníamos ni una ambulancia buena, Merlos era el compañero motorista de turno, él ya murió, y estábamos pendientes cuando comenzó a llegar personas afectadas”, dijo. También recuerda a Piocha, quien era el encargado de Relaciones Públicas y Prensa; “él andaba por el centro, tomó unas fotos impactantes de las personas saliendo de un bus, fue frente al edificio ahora de la Biblioteca Nacional. Él nos informó que se había desplomado el edificio Darío y otros en el centro”, recuerda.
Ambos socorristas coinciden en que “San Salvador es una ciudad vulnerable”. Elliot Gómez, quien cuenta su tiempo como socorrista de Cruz Verde desde aquel 10 de octubre, comentó que “con lo que había y con los que estábamos nos tocó trabajar, y aprender en la marcha”.
“Es uno de los momentos más fuertes de mi vida, a partir de esa fecha empiezo a contar mi tiempo en el socorrismo, el terremoto de 1986 fue la prueba de fuego. Ahí pusimos en práctica lo aprendido hasta el momento”, recuerda Gómez quien estaba en el área de pre-hospitalarios.
Cruz Verde Salvadoreña recibió capacitación de “los Topos” de México, quienes motivaron junto a otros rescatistas internacionales a que el país más vulnerable de la región comenzara a prepararse ante las tragedias.
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