Lucas Araújo, Laura Leal Nosella
Tomado de Agenda Latinoamercican
¿Qué entendemos por juventud?
A pesar de estar influido por varios factores biológicos y subjetivos, el concepto de juventud es esencialmente una construcción histórica y social. La definición de una fase de transición de la vida entre la infancia y la madurez está vinculada al desarrollo productivo que surgió con el modo de producción capitalista. Este desarrollo se refleja en la necesidad de formar e instruir a la mano de obra a un nivel superior al de los modos de producción anteriores. Al mismo tiempo, el reconocimiento de esta etapa de preparación como un derecho de la clase trabajadora, no restringido sólo a la juventud de las clases dominantes, es el resultado de la lucha de los trabajadores y de los conflictos de clase a lo largo de la historia. Por lo tanto, afirmamos que la juventud es un derecho conquistado por la clase obrera.
Por ser un derecho conquistado por los trabajadores, la categoría de juventud presenta variaciones a lo largo del proceso histórico. Así, una coyuntura de derrota de los trabajadores tiene como efecto, en general, retrocesos en el derecho a ser joven. Con el auge del neoliberalismo en América Latina después de la crisis de 2008, es posible ver el aspecto económico de la ofensiva burguesa sobre la juventud de la clase trabajadora, que se intensificó en varios países que sufrieron un golpe en este período, después de una ola de conquistas de derechos.
Cómo la coyuntura impacta en la vida de los jóvenes
La juventud latinoamericana, principal destinataria del trabajo precario en el contexto del capitalismo global y del auge del neofascismo de carácter neoliberal, se coloca frente a las contradicciones de este sistema opresor, que operan en la política internacional y nacional de tal manera que estos jóvenes, en un momento de transición a la vida adulta dentro del capitalismo, se encuentran entre los principales blancos de tales transformaciones políticas.
Punta de lanza en términos de precarización de la vida, nuestra juventud es el sujeto que tiene el primer contacto formal con las contradicciones del capital, hecho provocado por la reciente inserción en el mercado de trabajo con mano de obra no calificada para empleos cada vez más centrados en la lógica empresarial. Este joven es constantemente enfermado por este contexto y, como sector, tiene sus derechos negados diariamente. Siendo este perfil, recién afectado por este mundo adulto del trabajo, y estando tan a merced de la violencia del capital contemporáneo en un período de tanta potencialidad, la juventud acaba siendo uno de los principales sectores con espacio para la disputa, que puede ser manipulada por un discurso antisistémico y neofascista, por ejemplo, o por la ideología de la transformación profunda de la sociedad, y que da fuerza a estos jóvenes para que tengan capacidad y condiciones de levantarse ante la precarización de la vida de la clase trabajadora.
En Brasil, la realidad de la juventud del siglo XXI, creada en un período de ascenso social, proporcionado por los años de gobiernos progresistas, se ve en una realidad distorsionada de lo que se le prometió. Si las penurias de ser un pueblo explotado ya llamaban a la puerta debido a la ausencia de una política profunda de transformación social, con el avance del imperialismo neoliberal en la década de 2010 y el ascenso del neofascismo en toda América Latina, el proceso de retroceso en torno a los derechos conquistados se ha agravado, incluso para la juventud, lo que ha aumentado la necesidad de luchas de resistencia para mantener las condiciones de vida. La precarización de la educación formal y el aumento de la desigualdad social tienen como efecto el aumento de la deserción escolar en todos los niveles de enseñanza y la entrada cada vez más precoz en el mercado de trabajo, procesos acelerados a partir de 2020 por la pandemia. Vivimos actualmente una verdadera disputa ideológica entre la capacidad de soñar frente a la responsabilidad individual por el fracaso programado por el capitalismo.
Esta demanda creciente, sedienta de una entrada cada vez más precoz en el mundo del trabajo y el aumento de la carga de responsabilidad de la juventud para resolver los problemas que la atraviesan, plantea desafíos, como la búsqueda de empleo con un gran contingente de compañeros, escenario en el que se combina una gran oferta de mano de obra, menos experiencia y educación formal, ocupando puestos de trabajo más precarios y salarios más bajos. Para las mujeres, la carga del cuidado reproductivo también aumenta y, en consecuencia, a estas jóvenes proletarias se les niega su derecho a ser jóvenes, conquistado por su propia clase, negado.
Los desdoblamientos de esta lógica neoliberal afectan constantemente la práctica cotidiana de los jóvenes, lo que contradice el tan mencionado momento de la vida en que los jóvenes tienen tanto potencial para la organización popular. Con el avance de un plan de realidad individualista, vendido socialmente como forma de vida, la solu-ción a los problemas de la juventud trabajadora se individualiza y, con ello, los movimientos populares sufren directamente este vaciamiento político de los espacios revolucionarios de la juventud.
Desafíos para los movimientos sociales en la construcción de la solidaridad de clase y la organización social
En este momento de mayor dificultad de orga-nización para la juventud trabajadora, tenemos el desafío, como movimiento social de la juventud y de la izquierda latinoamericana, de profundizar la reflexión sobre los cambios necesarios en el movimiento popular, para dar respuestas a este período. No podemos abandonar el trabajo de base, fundamental para la lucha por una nueva sociedad. Sentimos los obstáculos y las dificultades, pero el camino para el cambio pasa por tener movimientos juveniles que reflexionen sobre cómo actuar y transformar la realidad.
Las condiciones de vida de la juventud trabajadora tienen impactos en nuestro trabajo de base, que son muy objetivos: la falta de tiempo para organizarse, falta de condiciones materiales, problemas de salud, entre otros. De ahí la necesidad de los movimientos sociales de tejer redes de solidaridad, en el trabajo, en las escuelas, en las redes sociales y en todos los espacios ocupados por la juventud. Fomentando las formas de cooperación existentes entre los jóvenes y creando otras nuevas, siempre con la intención de politizarlas y organizarlas.
Por lo tanto, es importante no confundir la solidaridad de clase con las acciones de solidaridad, que, desconectadas de una actuación perenne de educación popular y trabajo de base, fácilmente se confunden con acciones de caridad y se convierten en asistencialismo.
La práctica de la caridad puede ser hecha por cualquiera, incluso de forma mucho más efectiva por los capitalistas que, al apropiarse de nuestra riqueza, tienen acceso a los recursos de forma mucho más fácil. Nuestro diferencial, como movimientos sociales, es pensar cómo esa solidaridad debe acumularse en el proceso de construcción de la lucha por la liberación nacional y la integración latinoamericana.
Teniendo en cuenta que esta es una herramienta histórica de los pueblos y que ha estado presente en diversos procesos de lucha, es necesario reflexionar sobre una política de solidaridad que esté conectada a una estrategia de transformación radical de la sociedad para que los problemas de los pueblos sean resueltos en su totalidad y no sólo puntualmente.