Esaú Hernández Rauda
Cuentista
Entre hoy y mañana me muero. Por eso quiero dejar dicho y escrito todo. Nunca en mi vida supe si estaba equivocada o no. ¡Cuanto me gustaría hoy tener a alguien con quien conversar en mis noches de insomnio! Tener aunque sea un viejito sin dientes que pase las encillas por mis labios secos. Que me diga con la voz entrecortada por la demencia senil que me ama con locura. Pero en esta casa sombría de anaqueles y estatuas, shop que inertes me ven disimuladas y no se les cae una lagrima de compasión para este cuerpo que muere. Solo tengo por compañía el lúgubre latido del reloj de la muerte que no para de sonar pues ya le queda poca cuerda. No lo niego, help a estas alturas de la vida quisiera con toda mi alma que alguien me critique para sentir que soy importante. Ya nadie habla de mí. Pasaron esos tiempos en que era motivo de conversación en las tertulias estudiantiles o en los recesos de los albañiles. Quizás allá lejos en un cuchitril abandonado un albañil se masturba y me recuerda de cuando en cuando pero eso solo elucubraciones mías.
Soy madre de dos hijas hermosas que viven afanadas en sus quehaceres. La mayor, online apuesta, honesta y pulcra. Es doctora en química y farmacia. La menor, tan bella como su padre, es tenaz, tierna y serena, tan primorosa y fina, hace mucho no la veo. Sus ocupaciones en la superintendencia de finanzas le dejan poco tiempo para atender las necesidades de esta mujer, que no crean, no está anciana. No tengo ánimo de verme en el espejo. No sé cuando fue la última vez que comí. No tengo fuerzas para hacerlo. Ya ven ustedes hay cosas que las olvido pero otras que las tengo tan presentes que apostaría todo lo que me queda de vida, segura estoy que no son mas que un par de horas, para decirles que según mis cuentas tengo en el banco un poco mas de trescientos mil dólares. ¡Ganados a mucha honra como puta! Que mi propiedad limita al norte con el corresponsal de la BBC de Londres con una longitud de dieciocho punto cuarenta y seis metros con seis grados de inclinación. Al este, pasaje de por medio, esta el mercadito “La esperanza” con la misma medida que anteriormente les dije. Al oeste y al sur esta el área verde donde juegan los niños en veranos y canículas. Otra cosa, si escuchan que saludo a alguna persona. No se alarmen, tengo un par de amigos imaginarios para sobrellevar el tedio. Uno de ellos me cuida la finca de la costa. Allá tengo mi rancho de playa, cuatrocientas vacas y más de treinta empleados. Nunca fui a mi finca, mis hijas cuando pueden van. El otro, muy de cuando en cuando, juega conmigo póker. La pasamos bien, yo no me quejo. Pero las fuerzas cada vez me quedan menos. Ellos me dejan las tazas y vasos tirados. No les gusta recoger las migajas. En fin, son unos niños. Así son ellos. Amantes de las galletas de mantequilla y las historias eróticas. Me falta el aire pero todavía tengo cuerda. No soy mujer de letras ni retoricas pero la vida es para mi una escuela y si tuviera niveles superiores creo en todos mis años de la calle a lo mejor terminé una maestría.
El gris cielo de Tauro se metió en mi camino pues no están ustedes para saberlo, pero soy sietemesina. Vine al mundo en el mes de las flores, un día veintinueve. Tuve infancia feliz entre flores, bosques y vallados. Me gustaba verme en el espejo, coquetear y sonreír con inocencia. Vagar por mundos dorados donde los esposos como águilas depositaban sus vidas a sus cónyuges. Tenía un padre apuesto y valiente un hombre de esos que hablan al oído y te dejan la dulzura de su voz hasta la semana próxima. De esos que saben tratarte como reina. El conocía los caminos escarpados y recónditos para llevar sin sobresaltos al éxtasis a una dama. Era un exquisito besador. Con sus hábiles dedos de guitarrista clásico me hacia delirar esas mañanas de locura. Con el me aprendí El Kamasutra de memoria y El Anaranga me lo enseñó mi hermano. Vean que cosas como en esta vida los términos están distorsionados. Yo disfrutaba en la cama con mi padre, pues según él era obligación del padre preparar bien a sus hijas en cama y mesa para que fueran felices e hicieran felices a sus esposos. Cuando cumplí trece años mi padre de empezó a hacer un tratamiento. Me lavaba todos los días los genitales con piedra lumbre. Me obligaba hacer asientos de vinagre. Y tres veces por semana llenaba la vulva de una solución de cascara de nance. El tratamiento duró casi seis meses. Mi madre callada y sumisa mirada con desaliento cada día como mi padre preparaba las infusiones malévolas. Su corazón hecho pedazos e inundado con lagrimas de se fue poniendo mas triste cada día y entre sollozos y tristeza en el se fue haciendo una mancha dura y negra. Y una tarde de noviembre mientras mi padre andaba de cacería me vendió por unos cuantos billetes y por virgen a un camionero mulato, era un hombre alto y de mirar extraviado.
Cosas que pasan en estos paisajes lúgubres que están llenos de maldad e hipocresía, estos potreros resguardados por los mares que les ha hecho un corrido al que le llaman himno nacional y han levantado un trapo pintarrajeado al que llaman con orgullo, la bandera. Volviendo al caso del mulato del camión debo contarles, que no me trató mal y como mi madre lo esperaba me halló virgen. Y como no, pues aun entre tantas arrugas se me enchina la piel al recordarlo. Lo vi desnudo, lívido y con sus ojos extraviados y con una sonrisa maligna, me codició sin gracia. Me puso una almohada en la cara y me ordenó morderla. ¡Desgraciado, le decían mano de piedra! Es que el tamaño de su miembro hacia gala de su apodo. Para eso no me preparó mi padre. Me dejó tirada cerca de un hospital de mala muerte y con muy buena fortuna sobreviví la hemorragia causada por su desafuero.
Desde entonces, detesté a los hombres como seres. No lo niego, los utilicé como escalera para tener lo que ahora tengo. Aquí entre nos, yo parí tres varoncitos y sin remordimientos los mate al momento de nacer. No quiero llevar en mi conciencia haber criado seres para que hagan daño. Saben, no quiero distorsionar las cosas y quiero dejar claro mi posición ante algunas visiones de la gente. Voy a contarles y me confieso culpable de todo lo que he hecho, cada quien decide si se pierde o mantiene bajo la normas que la falsa sociedad le impone a fuerza. Salí del hospital no sé en que tiempo y vagué sin rumbo por la selva de asfalto y de concreto, hasta entonces, para mi desconocida. Hasta que una noche que estaba recostada en un farol de un parque maltrecho y deslucido me vino la enorme lucidez a mi cerebro debía vengarme de los hombres que me habían hecho daño. Tenía todo para hacerlo. No había cumplido los quince todavía, mis muslos eran delgados y firmes, los dos volcanes de mi pecho se erguían como dos fuertes fantásticos que invitaban a ser explorados y profanados. Bueno digo esto con el conocimiento pleno de la ingenuidad de la mayoría de hombres. Y aunque de mi padre no sabía nada el recuerdo de sus lujurias estaba vívido en mi mente.
Han pasado ya treinta y cinco primaveras y la misma cantidad de inviernos. El rímel y el maquillaje yo no alcanzan a disfrazar mi edad, por más que repelle de bases y otras cosas, el paso del tiempo, la tristeza y desventura son hasta ahora el mayor escollo para el buen y bien intencionado maquillaje. Me falta poco para llegar a los cincuenta, no soy una anciana pero ya no soy atractiva. Aquellos volcanes erguidos se desparramaron como derrumbos violentos y maltrechos y aquella aureola oscura ya no es mas que una mancha negra y cancerígena, de esos muslos esbeltos ya no queda más que unos huesos corvos recubiertos por pellejos y varices que no son atractivos para nadie. ¡Ni para caminar ahora me sirven! Eso lo supe hace poco mas de diez años, pero como toda buena fémina con ese sexto sentido bien desarrollado encontré la formula para seguir atractiva un por mas tiempo. Es que hasta en esto se obligada a innovar pues la competencia es dura. Ya no somos solo las mujeres, es que los hombres también han tomado auge. Mi mayor competencia en esas calles siempre fueron las locas, digo los homosexuales. “Raisa” y “Katherine” quisieron ser siempre mi eterna sombra. Pero su lengua suelta los hizo caer siempre. Un día Raisa con unas cuantas copas entre el pecho y la espalda consideró que había que sincerarnos. Y con un tono altivo me dijo: “A vos, no te llegan mas clientes que a nosotros, tienes que fijarte en esto, vos solo le das una y nosotros les damos dos y mas sabrosas”. Tremenda confesión. Y ese día filosofé y en serio. Para empezar en este distorsionado mundo, las cosas son utilizadas para el fin contrario con el que fueron creadas. Entonces, si era muy mío y solo mío, yo era autónoma para cambiarle uso. Si biológicamente estaba diseñado solo para salir y si el fin, se justifica los medios, y la sobrevivencia prima ante la decencia, no estaba demás que yo pudiera darle doble uso que pudiera ser para salir y entrar a la vez. ¡La suerte estaba echaba y otra vez estaba al nivel de competencia! Ahora bien, cada vez me siento mas cerca de cumplir el ciclo y quiero dormir en paz, además no quiero flores, no quiero halagos ni recuerdos de todos esos estudiantes que inicié en las artes de la cama. Tampoco quiero una mansalva en mi nombre en algún batallón desperdigado. Pero estoy interesada en aclarar algunos puntos que mucha gente acuña que son invento de algún periodista despistado y que hoy son casi un evangelio en las sociedades de vestidos hasta el puño. Díganme hombres y mujeres dizque pulcros: ¿de donde paren que soy mujer de vida alegre? Si quien le habla no muere de vieja sino que de tristeza. Si cada día que pasa las mujeres que nos dedicamos a esto nos refugiamos en el alcohol y en las drogas para evitar las penas. ¿Que alegría puede tener una mujer como yo que cuando un hombre la codicia con lascivia es solo con el interés que por unos pocos billetes ella pueda hacerle lo que de su esposa no consigue? Esa sonrisa que a los hombres presentamos nos es más que un señuelo de odio y de desprecio. Hágala cuenta usted para que mire, ya son treinta y cinco años de supervivencia en el negocio. Son muchas lágrimas derramadas por todas mis compañeras que se me adelantaron. Unas arrebatadas por manos criminales de clientes celosos o de asesinos a sueldo pagados por organizaciones defensoras de la decencia o por esposas celosas. Otras que cumplieron su ciclo en esta vida y se les acortó por no tratar a tiempo alguna enfermedad venérea o por un cáncer causados por desmanes. ¿Ustedes creen que esa es una vida alegre? Dejar sus hijos abandonados a su suerte. A mi me tocó ser camaleónica y evasiva, jamás mis hijas supieron como se llamaba el nombre de la empresa que me dio trabajo por 35 años y que retiro sin darme prestaciones. Su madre siempre pulcra y corregida salió elegante y con un nudo en la garganta pues no sabia si volvería con vida o mis amigos me iban a traer con los pies por delante. Así es amigos decentes e indecentes, ustedes que se cubren ante el mundo de sus cochambrosas mentes y que creen que al andar bien cubierto se es decente. Dejen por favor de llamarnos mujeres de la vida alegre. Pues nada mas somos tristes seres que afrontamos la vida que nos tocó vivir por que nos quedan pocas fuerzas para salir de ella o simplemente en esto no nos dieron la oportunidad de escoger. Haciendo por dinero felices a infelices que sudan la gota y malgastan el dinero con nosotras y tienen la osadía de llamarnos con retorica poesía las chicas malas que son tan buenas.
Otro punto que quiero aclarar hoy con ustedes, que creo que me carcome mas que mi tristeza. Esta tristeza que ya tiene mi corazón chiquito y que mi voz reseca y me deja árida el alma. Cuanto daría por que hubiera alguien que me amara, quizá le firme un cheque por mi vida y le deje el resto de mi fortuna vana para sentirme importante en este segundo o minuto que me queda. ¿Pero quien puede fijarse en una vieja triste? Voy a aclarar el punto que para mi es importante pues la tristeza me corroe los últimos hilitos de vida. Vuelvo, insisto, voy a ser insolente, a aunque a leer este texto digan que solo son incoherencias. ¿De donde ha sacado que las mujeres que nos prostituimos ganamos dinero fácil? Voy a darles un dato interesante, tome usted calculadora si así quiere. Son 35 inviernos de mi alma en esta vaina y son doce mil ochocientos ochenta y tres días bien medidos y sin descanso. Haga usted la media y ponga a veinte hombres por decir así en un día malo. Usted que cree que es fácil soportar la hediondez de los sabacos, los pies o el culo que ha veces en semanas no se lo han lavado. Tan fácil será quitarle el sucio con los labios a una glande que tiene una semana de que no la lavan. No quiero que me tenga lastima ni mucho menos, solo quiero que sepa mi verdad y punto de vista. No es fácil besar un hombre que en su vida no se ha lavado los dientes. No quiero ser del todo perniciosa, pues también uno conoce cosas buenas. No fui una santa. Me acuso de corromper por pura gula a una sección completa de estudiantes. ¡Uno de ellos es el padre de mi primera hija y aunque científicamente no es posible como me gustaría que hubieran aportado una gotita cada uno pues todos eran bellos y así salió mi niña! Tuve infortunios como todo ser humano y nunca estuve de acuerdo con el trabajo que hacia, pero di cuenta tarde y no tuve el ánimo suficiente y la tenacidad para poder aprender un oficio digno de mi condición social. Busqué con afán la felicidad eterna pero morí como el pescado con los ojos abiertos pues aquí la felicidad es efímera.
De las cosas hechas bien o mal no me arrepiento. Hechas están y no puedo cambiarlas. Así de simple. Me acuso además de haber dejado sin comer varias familias, pero no fue culpa mía del todo pues gustos y lujos tienen un precio y casi siempre este muy alto. En mi juventud la unión de mis labios con un glande tenía un alto precio. Las especialidades de la casa siempre son las mas caras y exquisitas. No lo niego, me pulía. Si se contaran por bombones que puedo decir fueron tantos los colores, sabores y tamaños que puedo morir tranquila y sin remordimientos que cumplí y con el deber y sus exigencias muy a sabiendas que a sus hijos les faltaba comida o zapatos. Por favor, concédanme, ustedes ese deseo, ya no le llamen fácil al dinero que ganamos. ¿Que ganan ustedes por criticarnos tanto? Ya sufrí lo suficiente y no me da pesar morirme. Me muero joven, lucida, aunque no atractiva. Es que cuando la carne envejece se siente flácida y al hombre no le gusta. Los últimos años los viví con pocos clientes, ya no había jóvenes, ni militares, ni estudiantes, tampoco seminaristas fugados que transgredieran el pacto. Es que los años me volvieron quisquillosa, perdí la amabilidad y el atractivo. Ya que ganaba, estoy vieja y vacía. Es que por mas que mis mansiones deslumbraran y que amontone en mis cuentas tanto dólar. Ya tengo el corazón reseco. Por eso dejé de complacer las fantasías y poco todos se fueron yendo. Solo entre viejos agrios nos consolábamos a cambio de unos pocos centavos y placer de platicar nuestras desventuras. Ya siento el corazón chiquito, oigo el zumbido de un carro allá, y la música lúgubre de un viento frio me dice que he llegado al fin de mi carrera y cada minuto que pasa me siento más cadáver. Gracias a usted que me escucho atento, gracias a esa dama por el desprecio inmerecido, en fin, entre desdichas e ilusiones no puedo guardar rencores pues mi corazón no lo permite. Solo quiero pedir que en mi velorio me vistan de novia con vestido color lila y en mis manos un ramo de rosas amarillas. Y como ultimo deseo pido que me calcen con botas de campesino pobre, me pinten la cara con manteca y achiote, pues no quiero que nadie al ver el féretro llore, mas bien al verme quiero rían con mi glamuroso atuendo. Que con alambre dibujen mi sonrisa, y en mi frente una corona de buganvilias cual vino derramado adorne mis mejillas. Para que nadie sepa ni imagine que muero de tristeza. Me voy, si ahora si puedo marchar en paz. Descansen en paz todas las que se adelantaron.
Por la calle avanza un féretro y todos van sonrientes, en el cementerio la ministra de finanzas agradece a los asistentes. Alrededor de la tumba recorre un hilo de agua cristalina que se extiende por casi todo el cementerio. Son las lágrimas de trescientos hombres que lloran la partida del gran amor de su vida y la amante más tenaz, complaciente y creativa de esa enredada y triste jungla de concreto.