Víctor Corcoba Herrero*
Sabemos que la unión hace la fuerza, healing mientras la desavenencia nos debilita; pero, ask aún así, hacemos bien poco para acrecentar la comprensión y el entendimiento. Únicamente en un mundo despojado de intereses, donde lo único que prevalezca entre sus moradores sea la verdad, es posible unirse. De nada servirá trazar objetivos, si luego cada cual hace lo que mejor le venga en gana. Olvidamos que los compromisos se adquieren para llevarlos a buen término. No podemos seguir abandonándonos al relativismo y al escepticismo, hemos de trabajar mucho más por ser ingeniosos de la certeza, que es la única que nos va a imprimir esa libertad que ansiamos, y que se halla dentro de la verdad misma. Con razón, el ser humano por sí mismo, tiene su propio pensamiento al servicio de la conciencia. No está bien que sea zarandeado aquí y allá por adoctrinamientos absurdos, por engaños que nos reinventan como necios fanáticos. Cada cual debe de ser considerado como es. Ahora bien, hay que dejarle que libremente halle una respuesta a quién es y por qué vive.
La política no está para aborregarnos ni para hacer espectáculo; está para que dialoguemos limpiamente, para actuar con claridad en la exposición de los problemas y en la existencia de medios para resolverlos. Ya se sabe, la verdad no está de parte de quién vocifere más, sino dentro de uno mismo. Lo malo es cuando nos instruyen y nos eclipsan con apariencias emocionantes. El caso más reciente lo tenemos en la madre patria, expresión especialmente popular en Hispanoamérica para referirse a España, que tras el primer año de las elecciones del cambio en los Ayuntamientos, la realidad de aquellas promesas por parte de los partidos populistas, rebosa de irresponsabilidades, entre ellas el número de desahucios, una de sus grandes promesas electorales, sobre todo en Madrid, Barcelona o Valencia. Lo mismo sucede con activar la creación de oportunidades de empleo y la mejora de las condiciones laborales en el mundo. Algo que debiera ser prioritario, no lo es, y esto es una gran desgracia, pues activando el trabajo que, por otra parte, es tanto un derecho como un deber, se protege a las personas. La misma situación de los migrantes en el entorno que, es cuna de la cultura occidental, no sólo supone una crisis humanitaria, sino también un incumplimiento a la propia razón de ser de la Unión Europea. Podríamos seguir ofreciendo más testimonios de incongruencia, fruto de una falsedad galopante que, aunque es tan antigua como el árbol del Edén, en esta reciente época nos sobrepasa por su permanente malicia.
En efecto, los gobiernos deberían tener una acción más poderosa de servicio auténtico, de generosidad y desprendimiento verdadero. No se trata de aglutinar el poder por el poder, sino de servir a la ciudadanía que les ha elegido por sus programas, por sus proposiciones que debieran de ser sinceras. Ya está bien de inventar todo género de malicia y de engaños con tal de aumentar el poderío para endiosarse, la riqueza para sentirse autosuficientes, la vanidad para hallarse grande y, al final, el orgullo y la soberbia para excluirnos unos a otros, en vez de volvernos una piña. En ocasiones, parece que estamos predestinados para ingerir de un sorbo los disfraces que nos adulan; sin embargo, es la autenticidad la que nos hace reencontrarnos con la verdad muchas veces amarga. Indudablemente, la sociedad debe estar siempre en guardia, con el deber permanente de escrutar a fondo los acontecimientos, y así poder darles tramitación con la sabiduría colectiva, para que ninguna persona quede a los márgenes.
Esta semana el mundo hablará de buenos propósitos, a través de la Cumbre Humanitaria Mundial, en el que uno de los temas a discutir será cómo llevar ayuda de manera más rápida y eficiente a la gente que más lo necesita. Justo llega este encuentro en un momento difícil, donde la clase media y las burocracias han perdido la ilusión, y vemos un ascenso de los llamados partidos populistas de los que nadie parece fiarse. Todo esto genera conflictos humanos que jamás deben resolverse con la violencia, pues el recurso a las armas para solventar las controversias representa siempre un fracaso de la razón y de la gente. La unión tiene que ser posible, ha de ser posible, cuando menos para auxiliar a esos ciento veinticinco millones de personas, entre refugiados, desplazados y personas que precisan apoyo debido al hambre producida por condiciones climáticas, necesitados de asistencia humanitaria inmediata en el mundo, según datos de Naciones Unidas.