Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y coordinador
Suplemento Tres mil
@vallejomarquez
En el colegio los profesores decían que me distraía mucho, que parecía poner atención, pero mi mente estaba en otro lado. Tenían razón. A veces creo que no necesito ver la televisión, porque en mi cabeza surgen escenas que vi o imagino.
“Recordar es volver a vivir”, afirmaba un anuncio de fotografías a la que añadiría que recordar es vivir. Recordar es volver a ese lugar donde estuve, y repasar lo que sucedió. Ahí puedo detenerme a observar y examinar cada paso que di. Algunos de mis recuerdos se mantienen frescos, basta solo detenerme un instante y explorar todo lo que pueda de esos momentos como si estuviera disfrutando de una película en realidad aumentada. Algunos sucesos surgen inesperadamente, quizá por un destello o una imagen al tropezarme o pasar por una calle. Existen algunas anécdotas que me gustaría no tener o volver a ese ayer cuando sucedieron para enmendar lo que pasó.
Los recuerdos están ahí para hacernos lo que somos, no para atormentarnos o brindarnos una sonrisa. Cada uno es lo que nos ha cultivado, alimentado y hecho crecer. Somos recuerdos.
Mi recuerdo más antiguo consiste en salir de mi habitación y caminar en puntillas hasta la sala. Era pequeño, aún no alcanzaba la perilla de la puerta. Rememoro mis zapatos azules con líneas amarillas que se sentían inseguros porque pretendía dar la apariencia que se apoyaban completamente en el suelo, mientras hacía equilibrio para verme más alto. Llegué a la sala y le dije a mi tía Alba: “Ya tengo seis años”. Y mi tía junto a no recuerdo quién me dijo: “sí, que rápido”. No sé cuántos años tenía, pero creo que menos de cinco. Tarde mucho en comprender las diferencias de los años, siempre he sentido que mi cuerpo envejece pero mi mente parece decirme que es la misma, solo que más alimentada de reminiscencias.
Sin recuerdos estaríamos vacíos, confundidos en un mundo que se conecta a través de acciones y palabras, que en resumen son la suma de todos los presentes vividos. Somos recuerdos que añadimos conforme vivimos, hasta que de pronto llega ese definitivo presente en el que se termina nuestra vida en esta tierra y nos convertimos en el recuerdo de alguien más, es la prueba irrefutable de que hemos existido.
Es difícil perder la memoria, olvidar detalles de nuestra vida, extraviar el nombre y las personas que estuvieron junto a nosotros. Pero, el tiempo que vivimos procura mantenernos cada vez más ocupados, distraídos de lo importante. Y olvidamos vivir y recordar. Pasamos por alto que esa suma de instantes nos vuelven inmortales, que en nuestra cabeza está todo el pasado e incluso el futuro mientras nos desenvolvemos en el presente.
Todo surge en la mente, se vuelve palabra y acción. Pero nada que existe fue antes del pensamiento. Basta hurgar en nuestro cerebro para comprendernos más y darnos cuentas de quienes somos.