Ana Delmy Amaya
Escritora y poeta
Sor Carmen, see siempre llevó marcado el rostro con las ansias, de ser madre, esposa y mujer.
Quería formar una familia como la de San José y María, desde mucho antes de ingresar al convento de las Hermanas Misioneras de la Misericordia pero las circunstancias la llevaron a consagrarse como hermana de esta congregación.
En las noches soñaba con un hombre hermoso, de barba poblada y ella se soñaba como una hoja en cuyo haz llevaba virtud y en el envés sexo pleno.
Sor Carmen se sentía agotada durante el día porque sus sueños de ser madre la turbaban provocándole insomnios desesperantes.
En las cortinas de su celda, veía en imágenes color sepia la película de su vida matrimonial, una vida plena, donde su esposo y sus hijos eran el centro de su universo , pero al salir de esos sueños alucinantes , se preguntaba ¿Dónde encontrarlo? Así… así como lo veía en sus sueños; hermoso, viril, barbado y sensual. No lograba conciliar el sueño; rezaba aves marías, salves , padres nuestros, credos, en tanto la claridad del amanecer la sorprendía, calenturienta y triste, con su castidad derramada.
Casi se volvía loca de anhelos y desvelos, no obstante debía levantarse a la hora de siempre; (cinco de la mañana) aunque le ardiera, sus grandes ojos almendrados , color de uva, razón por la que siempre llevaba lentes oscuros, a pesar de las llamadas de atención de la Madre Superiora.
Tomaba el baño con lágrimas de tristeza que se confundían con al agua de la regadera. Durante el día , al realizar su trabajo como maestra, una enorme desolación le opacaba la mirada y le agitaba la respiración.
II
Sor Carmen, había llegado al colmo del conflicto que decidió abandonar la congregación de las Misioneras de la Misericordia. Quería ir en busca del sueño acariciado por muchos años , pero ese hombre alto barbado sensual y viril, se escapaba de su búsqueda. No lograba encontrarlo ni en los días soleados de los parques cercanos, ni en los días de penumbra, con tintes de sueños azules.
–¡ Inútil ¡ ya no te encuentro ni en mis ilusiones , ni en el bosque del edén color sepia.
Sor Carmen lloraba desconsolada con gemidos casi salvajes y su familia la consolaba, creyendo que sus lágrimas eran de añoranza por el colegio abandonado.
Cada día, la tristeza la abrazaba con mayor fuerza. Sin embargo reaccionaba y seguía orando por encontrar al hombre de sus sueños, el padre de sus hijos; ya no le importaba que fuera barbado, sensual y viril: no importa que sea lampiño, se decía a sí misma.
Se miraba al espejo y solo veía que de su cuerpo colgaban tres ramitas de romero y una enredadera envolviendo su cuerpo, que cada día se desgajaba más y más y más ,hasta notar en el espejo del tiempo la imagen de una mujer ojerosa y angustiada ya, sin ser monja, sin ser madre, sin ser esposa , sin ser amante
Pasaron los días y su torturante situación la empujaba a consultar el espejo que le devolvía la imagen de la enredadera con la forma de su cuerpo pero vacía de él.
Sor Carmen, no se daba cuenta que la razón de la enredadera vacía, era que su cuerpo ahora ocupaba un espacio en el corazón de la tierra y que su espíritu levitaba por su casa y por todos los confines del universo ya, sin la angustiosa obsesión de encontrar al hombre de su vida y de ser madre. Finalmente la luz del universo la había tomado en su regazo, para vibrar eternamente fusionada con la luz de Dios.
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