Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y Editor
suplemento Tres mil
No me gusta que desconfíen de mí cuando entro a un banco. Pero, ¿qué puedo hacer? Mi apariencia puede resultar sospechosa para alguno de los vigilantes que se esmeran en revisar si no porto un arma. Sus sospechas a veces son porque llevo un sombrero o porque uso barba o sencillamente porque no porto un traje zapatos de lujo. Lamentablemente esa sospecha no se resume al entrar a un banco. En cualquier lugar donde no se nos conozca como ostentadores de un apellido ilustre y una cuenta bancaria de nueve digitos somos sospechosos. Es natural en El Salvador, como respirar.
Es de rigor sospechar en los autobuses, sobre todo si el individuo tiene las características que enumera Cesare Lombroso (1835-1909) en su teoría del delincuente. La gente toma asiento con la mirada inquieta a la espera de un asalto, a veces juzgando mal la apariencia de algún personaje (como si los delincuentes tienen una forma de vestir o actuar delimitada). Cualquiera es susceptible de tener pinta de criminal, porque así es la costumbre que nos han inducido en nuestro país porque somos: “los siempre sospechosos de todo/(“me permito remitirle al interfecto por esquinero sospechoso y /con el agravante de ser salvadoreño”)”, como bien lo expuso Roque Dalton (1935-1975) en su Poema de Amor. Así como sucede en las colonias que tienen portones y restringen el libre tránsito para mantener “seguros” a los residentes, porque los asaltos y los robos llegaron a descontrolarse por las visitas. Los vigilantes en la entrada solicitan el Documento Único de Identidad (DUI) para coartar algún probable indicio de sospecha, aunque ellos en varias ocasiones extravían o lo intercambian el documento por error (como le ha sucedido a varios que me han llegado a visitar) dejando indocumentado a más de una persona.
Sospechosos, somos sospechosos. Por ello las empresas cuando van a contratar a alguien es imprescindible solicitarle que lleve solvencia de la policía y de antecedentes penales. Nadie es inocente hasta demostrar lo contrario, por las dudas todos estamos en la misma olla. Y la gran mayoría de los asalariados hemos tenido que tolerar con paciencia las colas y la tensa espera por las dichosas solvencias. Sin embargo, quienes ostentan un cargo de elección popular no deben de presentar estos documentos cuando llegan a sus cargos.
Nuestra fama nos precede, así que no solo somos sospechosos en El Salvador, también fuera de él. Las noticias negativas acerca de la violencia del territorio o de los grupos delincuenciales llegan a calar hondo, tanto que hasta algunos cómicos mexicanos consideran que todos los salvadoreños (incluso al mandatario) tenemos tatuajes alusivos a los números o a las letras. Y así nuestra fama da pie a que la gente “sepa” quienes somos.
Nos señalan de violentos y en ocasiones hasta nos temen sin razón. Mi abuela Josefina me contó que cuando ella era joven y había asistido a una capacitación en Guatemala, escuchó a dos personas conversando en el lugar donde estaba realizando sus compras. Ella iba tranquila hasta que uno le dijo al otro: “Tené cuidado que ahí andan unos guanacos con unos grandes cuchillos”. Era un niño cuando me lo contó, pero cuando viví unos días en Tlaxcala, México, me di cuenta que esa sombra nos perseguía. Un señor muy amable me dijo: “Huuu en Salvador son rete harto violentos”. Bueno, sí existe violencia, le respondí. Entonces, él se apresuró a decirme: “No pos, si hasta se fueron a una guerra por un partido de futbol”.
Las personas que hemos crecido sabiendo respetar las reglas básicas de convivencia, que somos honradas debemos navegar en este océano en que siempre seremos sospechosos de todo dentro y fuera de nuestra tierra.