César Ramírez Caralvá
Escritor y Fundador Suplemento Tres mil
Caminamos la distancia suficiente para encontrarnos frente al zoológico, mientras mi padre y madre me llevan -según yo- al encuentro de la jungla, en mi imaginación algo no funciona, puesto que en la televisión necesitas aviones, autobuses, transporte rural, caballos y caminatas de largo aliento, acá solo un autobús.
Llegamos. De uno en uno pasamos niños, niñas y adultos. En la colecturía leemos: niños $0.50, adultos $1.00; escuelas $0.25.
¿Papá las escuelas pagan $0.25?
No -los alumnos pagan-
¿Los adultos hacen fila para ver los animales? ¿y por qué no hacemos fila para ver una estrella? ¿o los pericos por la tarde?
-silencio-
Era la mañana de zoológico, recorríamos senderos señalados con nombres diferentes: ¡Leones! ¡Patos! ¡Monos! ¡Aves! al final la tienda de refrescos y galletas… ¡el más dulce lugar!
Después de un tiempo estaba irritado. ¿Por qué los adultos deciden las rutas? Yo quería ver primero a los monos, mi padre no, él decía primero a los elefantes, entonces tirábamos cada uno de la mano, él hacia la izquierda y yo a la derecha, la escena no quiere decir los que los chicos seamos derechistas y los adultos izquierdistas, eso era cuestión de brazos; otra circunstancia es cuestión del lado en que se encuentran los animales más queridos, pero ahí estábamos tirando cada uno de un brazo, tensionando las manos, por supuesto: ¡yo ganaba! no por la fuerza, sino por mis berrinches.
Construí mis propias caminatas, después de todo los adultos se equivocan cuando afirman: “los niños no saben lo que quieren”, claro que sabemos: chocolates, galletas, chicles, refrescos, globos, pasteles y todos los caramelos.
Él muy serio después de un tiempo afirma: ¡cállate!…. Y de nuevo caminábamos sobre los senderos. Te contaré algo: Charles Darwin fue un científico, se fue por el mar comparando especies de aves, plantas, peces, mamíferos todo… un gran cuento que yo no entendí.
Llegamos al corral de las cabras, corrí a deshojar un arbolito para alimentar a las cabras, ellas en tropel se acercaron, mi padre cauteloso observó si los guardias nos vigilaban; al finalizar de nuevo a correr a otra zona, mi imaginación explotaba por los descendientes de capra aegragus, al menos así dijo mí padre. ¿Por qué los adultos no usan su imaginación? Yo corría de un sitio a otro, de una sala a otra.
De pronto me detuve frente a los monos, ellos saltaban o trepaban a su ritmo, escalando rocas, árboles, ejecutando clavados al vacío entre ramas, uno de ellos se columpiaba de su cola sobre el lago mientras bebía agua, su péndulo magistral era un dibujo abstracto, una bolita de pelos deslizándose sobre la superficie del estanque; otros dormían sin preocupación, algunos tirados al sol veraneando.
No podía parar de coleccionar mis descubrimientos, un mundo diferente era posible en esos espacios, había vida y más vida. Mi padre y madre se entretenían en cosas aburridas, para ellos era importante leer: Clase Mamalia, Orden: Primate, Superfamilia: Hominoidea… para mí era ver la mirada de los chimpancés, los pequeños abrazan a sus madres con una fuerza sorprendente, ella los besa, espulga, arrulla, les contempla, les habla, tienen un lazo de ternura inocultable, son como nosotros… entonces mi padre afirmó: “¡nosotros descendemos de los monos!
¿De verdad? Algunos descenderán, porque mi mamá me ha dicho que de mis abuelos.
No lo entenderás, mocoso.
Un mono tomó una lata de refresco, al golpearlo produjo un sonido destemplado inconstante pero muy fuerte, los otros monos corrían tras él, era un artista primate, Mono-lata-ruido-manada, se confundían en un juego alegre, estaba fascinado…
Descendemos del mono -dijo mi padre-
¿Qué?
Sí, los monos son primates
¡ja, ja, ja! ¡no es cierto¡
Sí, hijo, hace muchos años, nosotros fuimos como ellos, monos.
¿En serio?
¿Por eso mamá nos dice ¡monos sin cola!?
No por eso
Entonces no entiendo. Ella me dice: ¡vos mono, igualito que tu papá, cuando comes helado o hasta en la forma que mirás!
No, tampoco por eso, No entendés lo mono.
Ya ves… vos también lo decís.
Entonces muy molesto, se calla y mira al horizonte. Aquél día corrí al puente, es una pasarela de cuerdas metálicas entre la isla de los monos y la jaula de las aves; me gusta, puedes saltar porque el puente es de cuerdas, pero muy atento a los guardias vigilantes. Todo fue feliz… excepto porque me extravié. Ahí vagaba por varios sitios confundido entre las multitudes, no veía a mis padres, un sentimiento de angustia invade el pensamiento, entonces percibes la sed de los seres queridos, tenía miedo, todos los rumbos eran iguales, no tenía a quién preguntar. Decidí regresar, crucé de nuevo el puente de cuerdas, observé por aquí, por allá, nada. Entonces una sensación de soledad se ahoga en la garganta, ningún rostro conocido entre la muchedumbre, lloré.
De pronto una mano tocó mi hombro al tiempo que una voz conocida decía:
“ves mono, estabas perdido” “no llores, no llores, los hombres no lloran”
Sí, ya sé
¿Entonces?
Es que estoy llorando como mono, no como hombre, soy un niño mono.
Bien ya no llores, acá te traigo un sorbete para que se te quite, el susto.
Y seguí explorando el zoológico. Ahora tomo la mano derecha de mi madre y yo con mi izquierda, tirando cada quién por su lado, confundidos entre la gente una mañana de noviembre.
Años después todavía recuerdo el momento de mi extravío, la angustia, la multitud, el momento de caminar sin rumbo, sin nadie a quién pedir ayuda.
Era correcto, soy mono me decía, lo fui una mañana de noviembre, un mono salvaje precisamente… en la jungla.