Colaboración SECULTURA
“Mi papá se llamaba Tomás de Jesús Chile y mi mamá se llama Juliana Ama”, cuenta el arquitecto Tito Chile, originario de Izalco, quien no lleva uno, sino dos apellidos de origen indígena, algo que lo hace sentirse “muy orgulloso y agradecido con la madre naturaleza”.
Chulo, Chical, Shico, Sunzine, Cuio, Punche y Chilin*, son algunos de los apellidos que cientos de pobladores de Izalco aún conservan como legado de su herencia cultural indígena.
Una de las razones de por qué los izalcos podrían haber conservado hasta el día de hoy sus apellidos es “debido a que durante la Colonia, ellos tenían control de sus condiciones de vida, era una comunidad muy próspera, ya que la zona era una región de cacaotales”, explica el director nacional de Investigaciones en Cultura y Arte, Carlos Pérez Pineda.
Una muestra de esta afirmación es que, además de los apellidos, aún sobrevive la Alcaldía del Común de Izalco, creada en 1543 por los colonizadores, que por mandato del emperador Carlos V formaron pueblos y gobiernos autónomos en las comunidades indígenas.
“Ellos (indígenas) eran los productores y los que comercializaban el cacao tenían poder de negociación. Esto hizo que se conservara la comunidad y su cultura. No era una comunidad sobreexplotada hasta la reforma agraria liberal (1881-82), cuando los despojan de los terrenos comunales, con lo cual se extingue su sistema de vida”, dice Pineda.
Isidoro Culina Pililla es el tamborilero de la milicia de la Alcaldía del Común de Izalco. Tiene 81 años y está agradecido porque Dios le “regaló bastante vida… y primero Dios le va a seguir regalando”. El apellido Culina lo heredó de su madre, Toribia Culina, y el Pililla le viene de su papá. “Yo me siento bien porque ya me vienen por derecho”, cuenta.
Los apellidos nos dan identidad, nos dicen de dónde venimos y, en la cosmovisión indígena, ese es un rasgo muy particular. Carlos Cortez, nahuablante y originario de Santo Domingo de Guzmán —único municipio del país con alrededor de 200 nahuablantes—, no tiene apellido indígena pero “quisiera tenerlo”, dice.
Cortez dice no conocer a muchas personas con apellidos indígenas en su municipio, pues este fue un pueblo de encomienda, dedicado a cultivos variados, donde el encomendero cambió los apellidos a los pobladores al ser bautizados en la fe católica.
Si tuviera la posibilidad de cambiar el Cortez por “Tetzin” —que significa príncipe con fortaleza como de roca—, lo haría porque esto le daría “sentido de identidad y mucho orgullo”, expresa.
Al igual que el apellido que Cortez elegiría para sí, los otros apellidos indígenas tienen significados muy particulares, por ejemplo “Quizilapa”, que podría provenir de güisquil o de xiquilite (la planta del añil), lo cual podría significar que la familia de quien lo posea es de un lugar donde hay plantaciones de xiquilite o que utilizaban mucho la planta.
Los apellidos en la cosmovisión indígena daban a conocer la actividad a la que se dedicaba una persona, explica Carlos Cortez, escritor del diccionario “Ne Nawat Yultuk”.
Trampa (red para cazar), Cushco (paternas), Tepas (piedra de pase), Lapa (el verdor que acompaña a los ríos). Tener un apellido de estos debería de ser siempre un motivo de orgullo, como el que siente el profesor de nahuat Alexandro Tepas Lapa, quien heredó sus apellidos de sus abuelos izalqueños.
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