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«Suárez Quemaìn, el combativo». Por Mauricio Vallejo Márquez

Mauricio Vallejo Márquez

Como lo hacía a diario, el poeta y periodista Jaime Suárez Quemaìn bebía café en Bella Nápoles, muy cerca de donde se encontraba la redacción de la Crónica, periódico del que él era el jefe de redacción. Acababa de darle un sorbo a su taza cuando el fotoperiodista César Najarro entró en el local y al ver a Suárez decidió ir a saludarlo. En ese momento llegaron dos hombres, que acababan de bajar de un taxi, se acercaron a los periodistas y uno se quedó tras Suárez y le tocó la espalda. Al levantarse Suárez el otro hombre le puso unas esposas, de inmediato hicieron lo mismo con Najarro. Era la tarde del 11 de julio de 1980. El silencio reinó en el Café Bella Nápoles, así como sucedía en la mayoría de calles, casas y parques de El Salvador. El 12 de julio fueron encontrados ambos cuerpos en la entrada de Antiguo Cuscatlán. Ambos habían sido torturados, Suárez había recibido varias cortadas con machete en la espalda, también le habían abierto el abdomen, además tenía varios golpes en su tórax, rostro y extremidades y un agujero de bala muy cerca de uno de los orificios de su nariz. Su sobrina Sonia Martínez Suárez junto a otros familiares lo llegó a reconocer.

Meses antes de que lo mataran llegaron donde su hermano, que era coronel, y le arrojaron un ejemplar de La Crónica frente a él. Con evidente enojo le dijeron: “decile a tu hermano que deje de escribir esas cosas, sino le vamos a dejar un mensaje en La Crónica”.

Un día se detuvieron dos vehículos frente a La Crónica, bajaron la puerta de la cama de un pick up y tomaron posición para empezar a ametrallar las instalaciones del periódico. A pesar de este aviso, Suárez siguió escribiendo.

Cuentan que la esposa del dueño del periódico le mostró a un visitante oficial la oficina de Suárez. Un par de días después, cuando estaban imprimiendo el medio llegaron un par de hombres y ametrallaron desde afuera la oficina de Suárez. A él no le pasó nada porque se encontraba supervisando la edición. Cuando los sujetos se fueron, el poeta subió a su oficina y recogió los casquillos y dijo: “me voy a hacer un collar con estos bolados”.

Un día volvieron a llegar donde su hermano, el coronel, y le dijeron que ahora el aviso se lo iban a dar directamente a Suárez y que le dijera que dejara de escribir. Ante la amenaza se reunió toda la familia y le pidieron que saliera del país. El poeta dijo: “si mataron a Monseñor Romero, quien soy yo”.

Suárez nació el siete de mayo de 1949 y fue un verdadero luchador en contra de la injusticia. Sus actos demostraban además de esa inclinación un fuerte deseo por defender los derechos de los salvadoreños. A diario lo demostraba en su trabajo donde literalmente se jugó la vida. Todo atropello contra los Derechos humanos, cada injusticia, cada verdad era publicada sin importar el precio que tuvo que pagar con los días. Se convirtió en un símbolo de la libertad de expresión.

“Es tan sucio el que pone las cadenas como el que lo acepta como algo sin remedio”, afirmó en su momento Suárez, una frase que es vista con normalidad en pleno 2008, pero a finales de 1970 el sólo hecho de pronunciarla en voz baja era suficiente para dejar de vivir.

Sus palabras eran leídas a diario no sólo por sus simpatizantes, sino también por sus enemigos que un día no pudieron tolerar más sus comentarios y decidieron acabar con él.

El 13 de julio de 1980 el periódico español El País destacaba el asesinato de Suárez:

“El secuestro de Suárez Quemaìn y Najarro ocurrió apenas cuatro horas después de que un grupo de familias campesinas llegadas del norte del país, bajo la protección armada del grupo izquierdista Ligas Populares Veintiocho de Febrero, ocuparan ayer la Embajada de Costa Rica en esta capital, para «denunciar al mundo la represión del Ejército contra los campesinos». Un policía que custodiaba la sede e intentó impedir la ocupación fue muerto de un tiro”, escribió Carlos María Gutiérrez.

 

La sopa del chucho

Jaime Suárez fue un maestro por naturaleza. Enseñó durante algunos años en las aulas de algunos centros escolares, pero también instruyó a varios escritores e intelectuales de la época, entre ellos la cantante y antropóloga Lorena Cuerno e incluso a mi padre, Mauricio Vallejo, quien lo conoció por medio de mi abuelo Oscar Antonio Vallejo cuando Suárez y él trabajaron juntos para el Ministerio de Educación.

Jaime les decía a sus amigos: “Vamos a comernos la sopa del chucho”, cuando los invitaba a comer en su casa, porque su madre, Carlota Quemaìn vda. de Suárez tenía un perrito que no comía si no le preparaban una sopa de carne de res o de pollo. Así que los poetas llegaban a diario a comer y se escuchaban las pláticas de: Ricardo Castrorrivas, Nelson Brizuela, Mauricio Vallejo, Rigoberto Góngora, entre otros.

También recomendaba lecturas a los jóvenes escritores que se reunían con él en el Café Bella Nápoles como era el caso de los hermanos Galeas.

Suárez fundó junto a Alfonso Hernández, Rigoberto Góngora, Mauricio Vallejo, Humberto Palma, Jorge Mora San, los hermanos Galeas, Nelson Brizuela, David Hernández y Chema Cuellar, entre otros, la revista literaria La Cebolla Púrpura, que gozó de mucha simpatía por varios años. Todo esto mientras desarrollaba su trabajo como periodista de La Crónica.

Su oficio literario lo compartió con muchos, entre ellos sus vecinos. Cada uno de ellos tuvo el honor de que el poeta le dedicara un poema en la serie Mis Vecinos.

En la escena poética, Suárez se dio a conocer al ganar un certamen estudiantil nacional en 1970, desde entonces no soltó la pluma y escribió poemas, teatro, además de sus incisivos artículos de opinión.

“Cuando asistas a la universidad ten presente que manos de albañiles la construyeron, que detrás de cada libro hay manos de tipógrafos que, aunque no te conocen, piensan en tí en cada letra que colocan, que detrás de una regla de cálculo, de una probeta y hasta del lápiz que ocupes: hay manos obreras. No los defraudes volviéndoles la espalda. Si algún día te toca anteponerle a tu nombre la palabra “doctor” o “licenciado” que no sea para estar en alianza con el gangster”, afirmaba Suárez.

Entre sus libros destacan:

Un disparo colectivo, poesía, edición póstuma. San Salvador, 1980; El discreto encanto del matrimonio, teatro, 1980; y Lienzo abstracto, poesía, inédito, 1980.

Además de muchos trabajos más publicados en periódicos y revistas de la época.

 

La lucha

Jaime Suárez Quemaìn no fue un boxeador, seguramente nunca se puso los guantes ni buscó el ansiado ranking de una Federación amateur o profesional, quizá apenas sabía un poco de palabras como: rectos, ganchos. Tal vez ni le interesaba ver las peleas tanto como escribir. Pero tenía sangre de boxeador y la de una de las mayores glorias boxísticas de nuestro país. Quizá por ello él fue tan combativo. Su padre fue Alejandro de la Cruz Suárez quien figuró como campeón centroamericano en 1939.

Dentro de su poemario Un disparo Colectivo encontramos un poema conmovedor llamado Un round a tu recuerdo, donde habla de su padre, de lo orgulloso que en ese momento se encontraba de tener un padre como él, un boxeador heroico y al que le dedicaba su vida. Cuenta su familia que lo escribió un día en que se iba a suicidar, pero al ver el retrato de su progenitor en la pared en lugar de acabar con su vida tomó una pluma y comenzó el poema. Un hermoso poema de Suárez que cobra aún más sentido al conocer la historia que le vio nacer.

Así como su progenitor tuvo la vida de un verdadero luchador, uno que peleó contra la libertad de expresión, contra el miedo y habló sin ataduras:

“Es tan sucio el que pone las cadenas como el que lo acepta como algo sin remedio” afirmó Suárez y aún ahora a veintiocho años de asesinado siguen vibrando en más de algún escrito como muestra de que Suárez dejó su huella en las letras salvadoreñas

Escritor y editor, Licenciado en Ciencias Jurídicas, Maestrante en Docencia Universitaria.
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