Subsidio

Orlando de Sola W.

Algunos creen que subsidio es solo el ingreso que los gobiernos dan a ciertas empresas para reducir el precio a los consumidores; pero subsidio es toda ayuda valiosa que un grupo, o persona, da a otro grupo que lo necesita.

     Lo que los padres dan a sus hijos desde que nacen hasta que tienen ingresos propios es subsidio. Y lo que reciben los ancianos de sus familiares cuando flaquean también es subsidio, por lo que no es criticable subsidiar a otros. Sucede en las sinagogas, templos e iglesias cuando los rabinos, pastores y sacerdotes reciben diezmos, dádivas o limosnas para sobrevivir y ayudar a otros. Subsidiar es parte de nuestra naturaleza humana, especialmente a los desvalidos y desaventajados.

     El gobierno no subsidia a nadie porque no tiene ingresos propios. Somos nosotros, los ciudadanos, quienes subsidiamos a los gobiernos, a veces sin percatarnos. Ese subsidio, a menudo exagerado por las extravagancias de la burocracia, suponemos nos será devuelto en buenos servicios públicos, prestados directa o indirectamente, como en la distribución de energía eléctrica, el gas licuado, el agua potable, el transporte público de pasajeros, las pensiones y otros.

     Todo gobierno depende del subsidio de los ciudadanos, que pagamos impuestos con la esperanza que nos retornen buenos servicios públicos de seguridad, relaciones internacionales, administración de justicia, salud, educación y otros. Pero es necesario redefinir cuales son los servicios públicos esenciales, para evitar desperdicio.

     El problema es grave cuando los gobiernos no devuelven bienes y servicios aceptables, malgastando los ingresos recibidos, como el abuelo que se va de farra y pierde en el casino todo lo que su familia le dio.

     No puede el gobierno seguir derrochando dinero en subsidios directos o indirectos a actividades no beneficiosas. Está bien que traten de reducir el desperdicio en subsidios como al agua, la energía eléctrica y el transporte público, pero además deben dejar de subsidiar el gigantismo y la pereza de empleados públicos cuya productividad es nula, puesto que cobran salario y no contribuyen al bienestar general. Esos no son servidores públicos, sino parásitos del estado de calamidad que vivimos, gracias al mal uso del subsidio obtenido con impuestos.

     Para frenar ese desperdicio necesitamos llevar a cabo una depuración general del estado en todos sus órganos y dependencias, comenzando por los empleados y funcionarios cuyo propósito no es el bien común.

     Subsidiar a sectores, o personas necesitadas, como se hace en toda familia con los infantes y ancianos débiles, es lícito y encomiable. Pero subsidiar alimañas y parásitos, como los empleados y funcionarios perezosos, o sus concesionarios aprovechados, no es correcto. Necesitamos una reingeniería profunda del estado para evitar que su degeneración nos lleve a la bancarrota familiar. Ello implica repensar las verdaderas funciones del estado, descartando las actividades superfluas, o innecesarias.

     No podemos seguir subsidiando actividades gubernamentales cuyo beneficio social es dudoso, o poco, comparado a su enorme costo. Dicho subsidio se convierte en pesado lastre a las economías familiares, cuya importancia es superior a las engañosas mediciones que hacen los prestamistas internacionales y sus acólitos locales. Basta ya de cuidar elefantes blancos y obras faraónicas en las carteras de estado, especialmente las que no protegen nuestros derechos fundamentales a la vida, libertad y propiedad de nuestro cuerpo, pensamientos y sentimientos. Esa es la verdadera misión de los estados y sus gobiernos, no para parrandear. Los subsidios con impuestos no deben ser desperdiciados en actividades contra la cosa pública, como el cartel de los partidos, sus dueños y operadores.

     No mas desperdicio en jueces y magistrados fanfarrones que cobran por cometer injusticias. No mas fiscales extorsionadores que inventan, o quitan delitos por encargo. No mas funcionarios públicos que cobran por dejar hacer, o pasar, como en Francia del Rey Sol y su ministro de Hacienda, que cobraba peaje al libre tránsito de personas y bienes entre provincias. Para eso no es el subsidio que damos a los gobiernos, sino para proteger nuestra vida, libertad y propiedad, que son la razón de todo estado humanitario. Lo contrario es aberrante, como pueden atestiguar los que viven en estado de temor.

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