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Suecia, un país serio

Alejandro A. Tagliavini*

Estocolmo está en paz y libertad. Hay gente, hay vida en las cafeterías y adolescentes charlando en los parques. Las autoridades aconsejan el distanciamiento social, el trabajo en casa, que las personas mayores de 70 años se aíslen y que las reuniones se limiten a 50 personas. Está prohibido estar de pie en los bares, pero dan servicio en mesas. Las escuelas secundarias y universidades están cerradas, pero no las preescolares y primarias.

“Suecia es un caso atípico”, dijo Johan Giesecke, de la Agencia de Salud, “Otras naciones han tomado medidas políticas desconsideradas en lugar de las dictadas por la ciencia”. Coincidiendo con muchos científicos, como Lawrence Gostin, de Georgetown, que asegura que las cuarentenas nunca son efectivas. La cuarentena obligatoria – impuesta por el Estado policial- no es real porque se puede contagiar desde el balcón, en el ascensor, etc., y los recluidos son más propensos a contagiarse y enfermarse al estar debilitados.

Según Gymtca, a las tres semanas de inactividad física una persona pierde el 40 % de su estado, a las 7 semanas el 100 %, ganando en estrés, depresión, ansiedad, agresividad, paranoia y pánico y perdiendo sobre todo en defensas inmunológicas. Según Federico Fros Campelo, docente del ITBA en Neurociencia, cuando el cerebro “opera con normalidad, rige el pensamiento secuencial y se da la vinculación causa-efecto, con la incertidumbre… El miedo a lo inexplicable nos hace creer en todas las noticias que nos llegan”. La hormona de la oxitocina fortalece los vínculos de proximidad y disminuye con el aislamiento. “Ante la falta de contacto se puede engañar al cerebro a través de la tecnología. Efecto similar al de la pornografía” asegura Fros.

Los gobiernos del Estado policial -que se agranda como un cáncer y luego será difícil retrotraerlo- saben que con la “cuarentena el número de casos no va a bajar… Se busca que aparezcan de manera controlada y no desborde el sistema”, dice la principal asesora del Gobierno argentino. Es decir, reconoce que el sistema de salud estatal es incompetente, de hecho, por caso en España, mientras que las empresas privadas están repartiendo barbijos por millones, el gobierno viene muy por detrás. Entonces el Estado debe retirarse, no entrometerse aún más.

Con enorme hipocresía se dice que hay que preservar la vida, aunque cueste la economía. Descuidar la economía es matar a más personas que esta epidemia. En España se ha creado un programa “Alimentando familias desesperadas por la crisis del covid”. ¿Crisis del covid? Las cosas en su lugar, la crisis alimentaria es consecuencia directa de las medidas del Estado policial no del virus.

Juan Isasmendi -sacerdote en Buenos Aires- acaba de habilitar un comedor de emergencia para 4.000 raciones diarias. “Estamos perplejos. La ‘emergencia sanitaria’ ha empeorado la emergencia social (…)” mucha gente ya no trabaja. En lo que va del 2020, según la ONU, solo entre menores de 5 años han muerto 140.000 por desnutrición. Y la situación se agrava rápidamente por el encerramiento global.

Suecia, que con 10 millones de habitantes tuvo 239 muertos por coronavirus hasta fin de marzo, actúa con sabiduría, porque violar el derecho humano de la libertad empeorará las cosas, el mal solo puede traer mal, es el principio de no contradicción de Parménides, y la violencia -la coacción policial- solo puede destruir al cosmos, como ya decía Aristóteles.

*Asesor Senior en The Cedar Portfolio  y miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California

@alextagliavini

www.alejandrotagliavini.com.

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