por Mauricio Vallejo Márquez
Hoy desperté como si no hubiera soñado, con esa curiosa sensación de que mi sueño era la continuación de la noche. El reposo era apenas un asomo de cerrar y volver a abrir mis párpados. Absurdo, tal y como a veces se nos presenta la vida. Abrí mis ojos soñando que nunca los cerré y que toda la noche permanecí conectado en ese submundo que no existe y apenas procuramos habitar, pero que ahora es fundamental: las redes sociales. Pero sin estar, como si tuviera importancia o fuera la razón del sueño, pero en un sueño de sensaciones las imágenes se escapan como palomas. Y al fin, procurando poner el pie derecho en el suelo como primer impulso para volver a tomar carga con los días.
Abrí la ventana y vi tres palomas columpiándose en el tendido eléctrico. Fantásticas equilibristas viendo a su alrededor con la despreocupación que da la altura. Todo lucía húmedo, como si lo acabaran de limpiar. Las palomas volaban en círculos, caían y se alzaban, como si estuvieran bailando y la noche en realidad no existiera. Ya antes he vivido eso de tener dos noches al hilo o de tener dos días sin noche, pero cuando en mi habitación han cabalgado tantos años y recuerdos resultan inquietantes.
He cambiado tantas veces de dirección mi cama, crédulo de que es necesario hacerlo. Dando la impresión de que en realidad siempre permanecimos ahí y nada más existe fuera, como si la casa estuviera suspendida en una marisma negra de vacío. Sin embargo, las palomas emiten esos sonidos curiosos que parecen llevar de la mano al viento. Mi hijo los sabe imitar muy bien, y mientras caminamos en las paredes del tobogán va contándome secretos que repaso en ese sueño sin sueño en medio de la agitación de conversaciones, palabras y nombres que ansiamos, llenamos, nos llenan y vamos descifrando como parte de ese camino de la vida, como si Calderón de la Barca siempre tuvo razón, porque la vida es un sueño.
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