Fundador
Televisión educativa
Ser escritor en mi caso sería una vocación tardía, nurse un oficio sin beneficio. No tengo pretensiones de llegar a tanto, troche pero admito que me ronda un leve sueño de poder escribir algo.
Un crítico de por ahí dijo que mis escritos reflejan a un romántico desfasado, en forma despectiva. Esto me alegró porque, de veras, somos escasos los que todavía tenemos sentimientos románticos.
Hoy es raro que los jóvenes sean románticos, todo les gusta al chilazo, sin preámbulos ni gastar dinero. Miran a una cipota guapa y pronto le dicen vamos a… y algunas no se hacen rogar. Los varones no saben de entregarle una rosa, de llevarle serenata, de escribirle una carta de puño y letra o un poema de amor. Todo parece frío y tecnológico, predominan los mensajitos con errores de ortografía.
Otro crítico de por aquí me dijo que le gustaban mis prosas porque digo la verdad con cierto buen humor, que seguiría leyéndome. Y otro me preguntó cómo hacía para escribir tantas prosalegres, si ya llevo varios años sin fallar, que quizás soy creativo. Estas opiniones elevaron mi autoestima y sigo de terco queriendo ser escritor.
En mi cipotez, en Cojutepeque, redactaba tareas sobre los pajaritos y las plantas; en mi adolescencia, poemitas de amor en el cuaderno de mi novia y un poco mayor, salutaciones a reinas. De ahí no pasé, vino el trabajo de aula, mañana, tarde y noche, sin tiempo para escribir literatura.
Ah, pero tuve que escribir textos didácticos para los alumnos de educación Básica y Media sobre Matemáticas y Física; para educación Normal, sobre Didáctica de las matemáticas y Recursos audiovisuales y para educación Superior sobre Comunicaciones y Metodología de la investigación, además de módulos sobre Producción de Televisión, Cinematografía e Innovaciones educativas.
Y completé más de medio siglo de trabajo continuo en el aula. Desempeñé cargos administrativos pero no abandoné el santuario de mi aula. Una extraordinaria experiencia que me permitió observar y vivir muchos cambios educativos y políticos en nuestro país.
Últimamente cuando mi compañía perenne es la nostalgia, he escrito algo. Comencé con una novela corta titulada «El potro pinto» sobre la vida de un personaje especial como fue mi padre Pedro Guadalupe Burgos. Se las presenté a mis coterráneos Carlos Abarca y Toño Sandoval quienes la juzgaron como muy buena. Les dije que solo esto iba a escribir porque no hallaba temas que abordar.
De inmediato opinaron que yo tenía muchos temas a la mano, que escribiera sobre mi propia experiencia, que cada tramo de mi vida ha sido una novela. Toño me sugirió escribir sobre nuestra vida estudiantil en 1952 con la huelga y mi noviazgo con Carmencita quien muy temprano emprendió viaje para la otra vida, Extraordinarias vivencias que reuní en la novela «Bonita». Abarca me sugirió el tema sobre la aventura de ir a rodar tierras a Honduras lo que concreté en «El sueño hondureño». También ya finalicé «Padre Lempa», drama romántico socioambiental.
Actualmente trabajo en dos narrativas novelísticas. Una sobre mi experiencia docente y de vida en la ciudad puerto de La Unión, y otra acerca de mis vivencias en la TV. Educativa Canales 8 y 10, donde participé en su fundación.
He comprobado que muchas veces, la realidad supera a la fantasía. En mi narrativa uso poco la fantasía, me apego más a la realidad, lo que resulta estupendo.
He deambulado por talleres literarios y he aprendido mucho. Tengo dos trabajos sobre relatos: «Prosalegre» y «La Ceiba de mi pueblo», y otros en proceso.
No queda nada en mis manos, solo mis hijos, cada uno es tema de una narrativa interesante. Ah, y faltan mis nietos que van apareciendo por mayor. Con estos me pongo a jugar, poco tiempo por supuesto porque son muy absorbentes.
Y con ellos no puedo beber café, pero reímos a carcajijijeaditas.
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