Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
“Sumando valores, por el país que queremos” fue la nominación de la pasada Semana de la Ética 2016, realizada por el Tribunal de Ética Gubernamental, a cuya inauguración fuimos cordialmente invitados por su Presidente, el Dr. Marcel Orestes Posada.
La invitación buscó hacernos cómplices en la noble causa por la promoción de los valores y acciones que abonen en la lucha contra la corrupción y las prácticas anómalas imperantes en el sector público.
Tuvimos el honor de participar en el conversatorio: “Hacia el fortalecimiento de la identidad”, moderado por el historiador Pedro Escalante Arce, Director de la Academia Salvadoreña de la Historia, donde se destacaron el antropólogo Carlos Lara Martínez y el escritor Mauricio Vallejo Márquez.
La reflexión en común, ahondó en el carácter dinámico, heterogéneo y complejo del proceso de identidad, partiendo del análisis de la realidad salvadoreña, tan urgida siempre de una discusión especializada, que para el caso, transitó por lo histórico, lo antropológico y lo cultural-literario.
Entre los asistentes fue distribuida la revista “Ética y bien común”, en su edición N° 4, donde entre muchos interesantes artículos se destaca: “Los salvadoreños: A o B, nunca C…” del doctor Salvador E. Menéndez Leal, Miembro del Pleno del TEG, del que citamos un fragmento: “Los salvadoreños o A o B, nunca C: En esa línea, vale decir que el salvadoreño promedio de diversas edades, es renuente a aceptar los matices (…) Esta forma de ser radical reflejaría una marcada propensión a la intolerancia y, sobre todo, dificultaría en extremo el mecanismo más natural y racional para superar las diferencias de todo tipo es decir, el diálogo. Este doble anti-valor (maniqueos y deterministas) que nos distingue nos lleva a ser, a veces, violentos (verbal y físicamente) al punto que nuestra nación ha pasado a ocupar a nivel mundial, en los últimos años, los primeros lugares en tasa de homicidios…”
Como deseáramos que la identidad nacional, tuviera a la base una sociedad democrática, respetuosa, amplia y tolerante, capaz de hacer de la convivencia diaria en todos los ámbitos, una posibilidad enriquecedora para los ciudadanos. Sin embargo, esto no es así. Por el contrario, venimos arrastrando una pesada carga histórica, a la cual nos aferramos insensatamente.
Desde luego, a través del tiempo, se han institucionalizado, desde el Estado, y otros agentes, diferentes discursos sobre la identidad, interesados en fijar una visión ideológica sobre quiénes somos, cómo somos, y cómo debemos ser los salvadoreños. En todos ellos, el lastre idealizador y romántico, sea del signo que sea, ha prevalecido, en menoscabo, muchas veces, de la realidad y de las aspiraciones justas de los diversos sectores ciudadanos involucrados.
Debemos entender, que nuestra identidad no es única. En ella participamos todos. Puesto que todos la hemos ido forjando desde el siglo XIX. El momento actual -lleno de desafíos- nos ofrece una excelente oportunidad para llegar a urgentes entendimientos.
Un gran salvadoreño –de feliz memoria- el arquitecto Luis Salazar Retana, nos envió a finales del 2014, una dura, pero esperanzadora misiva, que revelaba su inmenso amor por esta bendita tierra. Precioso mensaje que nos debe animar, en la construcción de otra identidad, ya no salvaje, sino solidaria: “Miles de gotas hacen una lluvia y millones un océano. Yo les invito a que llenemos ese océano. Lo llenemos de bondad y amor, honradez y responsabilidad”.