Sumpul

José M. Tojeira
José M. Tojeira

José M. Tojeira

Recientemente se estrenó en El Salvador el documental de Marcela Zamora titulado “Las Aradas, remedy masacre en tres actos”. Este catorce de Mayo se celebra el 34 aniversario de la masacre del Sumpul, advice como fue conocida originariamente, enmarcada en lo que deberíamos tipificar como un plan claro de genocidio aplicado a las zonas agrícolas de nuestro país, donde los campesinos se habían sumado a las reivindicaciones generalizadas de mayor justicia. No puede en realidad calificarse de otra manera un proyecto militar de tierra arrasada que repite en diversos lugares el mismo parón de creación de terror, expulsión de la propia tierra y asesinatos masivos, con el respaldo de la “teoría” de que el campesino es el agua vital de las posibles guerrillas y que por tanto hay que quitarle el agua al pez. Los testimonios de sobrevivientes que aparecen en el documental hielan la sangre en las venas.

A parte de los sobrevivientes, que son los verdaderos protagonistas del documental, aparece el testimonio de dos militares, ampliamente conocidos en el país. Uno el dado por el general Vargas, miembro de la famosa “tandona” y firmante de los acuerdos de paz, que niega prácticamente que haya habido masacres en el país. Otro el del coronel Adolfo Arnoldo Majano, participante de la Junta Cívico Militar que en 1979 derrocó al gobierno militar y corrupto del PCN tratando de evitar una guerra civil que se avecinaba. Este último reconoce que llegaron tanto al Ministerio de Defensa de aquel entonces como a él mismo noticias de la realización de la masacre. La situación era en aquellos momentos lo suficientemente difícil como para que el coronel Majano, ya medio apartado del poder, pudiera hacer nada. Pero muestra que, así como hubo en la Fuerza Armada verdaderos asesinos y encubridores de asesinatos, hay también personas decentes que son capaces de arriesgarse diciendo la verdad y defendiendo la honestidad y la profesionalidad en las filas militares. Ocultar crímenes, decir que no hay pruebas, lavarse las manos ante delitos de lesa humanidad no es de personas decentes.

Aniversarios como el de la masacre del río Sumpul, o de las Aradas, deben despertar en nosotros salvadoreños una doble reacción. La primera es la del recuerdo de las víctimas y, desde ese mismo recuerdo personalizado, el compromiso de desterrar toda forma de violencia de nuestra sociedad y de nuestras vidas concretas. La permisividad frente a las violencias de cada día conduce finalmente a la repetición de brutalidades como las que tanto nos han impactado en nuestra historia y siguen todavía impactándonos. La segunda reacción debe llevarnos a exigir verdad completa y por supuesto petición de perdón no sólo estatal, sino de todas aquellas instituciones, en la medida en que perviven, que participaron en este tipo de crímenes y, por supuesto, en esta masacre particular.

Mientras celebramos el aniversario de la masacre a las orillas de ese río fronterizo y bello que es el Sumpul, se desarrolla en El Salvador una campaña de recogida de llaves para contribuir con el metal de las mismas a la terminación de un monumento a la reconciliación, ya en construcción en las orillas del bulevar Mons. Romero. El recuerdo del Sumpul por un lado nos debe impulsar a la reconciliación. Reconciliación es querer vivir como hermanos. Y lo deseamos porque rechazamos que la violencia sea un condimento permanente en nuestra vida cotidiana. Pero la reconciliación debe construirse siempre sobre la verdad. Y la verdad exige tanto en las personas como en las instituciones el reconocimiento de los hechos, la asunción de responsabilidades y la petición de perdón. En ese sentido, aunque colaboremos con un monumento dedicado a la reconciliación, tenemos que tener la suficiente claridad como para saber que el monumento no reconcilia. Lo que reconcilia son actitudes humanas que desde el aprecio de las víctimas y desde el deseo de darles reparación, construye verdad, reclama alguna forma de justicia y exige a las instituciones desligarse de un pasado criminal pidiendo perdón.

Hasta hoy la Fuerza Armada salvadoreña ha rechazado pedir perdón por los crímenes cometidos por algunos de sus miembros, con el apoyo institucional. Es muy probable que el partido en el gobierno hasta hace cinco años se lo hubiera desaconsejado o impedido si algún buen militar hubiera querido hacerlo. Porque tampoco ARENA como institución política ha pedido perdón por el claro ocultamiento de crímenes de sus propios miembros, funcionarios de sus gobiernos, o de sus amigos y aliados. Pero independientemente de los réditos políticos o los descensos en popularidad que un partido concreto pueda obtener del reconocimiento de la verdad, instituciones permanentes de la república como la Fuerza Armada están obligadas por la ética y la simple decencia a reconocer y pedir perdón. Lo ha hecho, entre otras, tanto la Fuerza Armada de Argentina como la de Chile. Si mientras entregamos llaves para la reconciliación exigimos simultáneamente que la Fuerza Armada pida perdón por las masacres del pasado, haremos una contribución a reconciliación y la institucionalidad del país muy superior a la que puede significar un monumento.

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