Francisco Herrera
Digamos lo mismo así, bajo forma interrogante: ¿qué pasó, por qué tan portentoso error, creer – ir creyendo – que podía serlo?; ¿y cómo explican las actuales élites gobernantes taiwanesas el cálculo de sus predecesoras, cálculo según el cual algún día podría serlo? ¿Creyeron acaso, esas élites, en 1949, que el tiempo correría solamente a favor de ellas y que no podría correr también a favor de su rival ideológico, el Partido Comunista Chino?; un partido a la cabeza de una China, hace siete decenios, sumida todavía en espantosa milenaria miseria.
Taiwan, casi desde el inicio de esa reivindicación rectora de identidad político-ideológica entró en un largo período tenebroso (prácticamente medio siglo), sembrado de asesinatos de funcionarios políticos relevantes, bajo la acusación, de un lado y de otro, de traiciones y de corrupción. Como en El Padrino de Coppola con Al Pacino… Fue el período de dominación de la extrema derecha.
Dominaba todavía esa extrema derecha cuando el presidente Deng Xiaoping hizo un giro eminentemente pragmático gracias al cual China entró a la etapa de un singular desarrollo económico-social-científico-artístico-cultural que el mundo entero ha venido admirando, y solo en línea ascendente. Pero Taiwan también, ahí enfrente, a una treintena de kilómetros de la costa, proseguía su desarrollo, con una diferencia determinante: todo bajo un eje: la exportación de productos industriales (electrónica) y la exportación de dinero (finanzas), al grado de ser ahora un gran inversionista, empezando por China misma, su viejo enemigo ideológico; un desarrollo con un riesgo: dependencia excesiva de los vaivenes de la economía mundial. En cambio el desarrollo de China es más “integral”, como se dice.
Portentoso error, bien ¿pero por qué? Por haber creído que con dinero se puede comprar cualquier cosa, voluntades por ejemplo, no la de los pueblos sino la de gobernantes irreflexivos, fácilmente dispuestos a aceptar, a favor supuestamente de sus pueblos, atractivos programas “de cooperación”. Y portentoso error diplomático también: creer que desde afuera, desde la Comunidad Internacional (en concreto desde la ONU), el mundo iba a declarar – sin más, por la magia del dinero – la admisión en su seno de un miembro más, ahí a la par de China. Una China que desde su victoria fundacional tuvo (tiene) un principio: China es una sola, y Taiwan solo es provincia; a lo sumo (gesto distensionante) provincia “caprichosa”, en pase de rebeldía…
Dicho esto ¿quién en el terreno, en Taiwan, engañó a quién, y durante cuánto tiempo? En 1949 hubo ganadores y perdedores al final de la guerra de liberación de lo que hoy es China. Ganador el Partido Comunista Chino, el de Mao; perdedor el Guomindang, el del general Chiang Kai schek. Es éste quien escogió como refugio Taiwan, llevándose con él a “su” partido… para iniciar desde allí la nueva lucha: hacer de la isla un Estado. Y es sabido que Estados Unidos, a inicios de lo que se llamó la “guerra fría” (anticomunismo primario), escogió al Guomindang y al Taiwan del Guomindang como sus “aliados estratégicos”. Esto hasta 1972, cuando Richard Nixon (presidente de Estados Unidos) viajó a Pekín, gesto que estaba significando claramente que había llegado la hora de ponerle fin al engaño; en buenas cuentas autoengaño a dos. Gesto por un lado; y por el otro, trámite (simple trámite): el rompimiento de relaciones con Taiwan… y, acto seguido (trámite también): el establecimiento de relaciones entre Estados Unidos (potencia económica) y China (todavía no para ese entonces, potencia económica).
Han pasado setenta años, es probable que las élites gobernantes taiwanesas hayan descubierto ya otro garrafal error: creer que desde afuera podían ser Estado, desde la ONU. No vieron que no es la ONU que te hace Estado, eres tú, Estado, que haces la ONU. [Nosotros por ejemplo, y solo entre paréntesis, somos miembro fundador de la ONU (1945); pero somos Estado desde hace casi dos siglos…].
Empero Taiwan ganó un puesto en la ONU, la de observador. No es poca cosa ser observador en la ONU. Actualmente son varios los Estados, en la ONU, con este “status”. Algunos ubican a Taiwan en la categoría de los Estados de facto, y no de jure. De facto es expresión latina para decir que tu Estado está por ahí, por ejemplo en los corrillos de la ONU en Nueva York. Y de jure es otra expresión latina para decir que tu Estado… no es, en rigor, Estado. Esto último es tremendamente importante en política exterior. Por ejemplo, y para ponerlo así: un Estado no establece relaciones con un no-Estado, o con una parte de un Estado.
Cerremos esta nota. El presidente Sánchez Cerén, en mensaje a la nación el pasado 20 de agosto, anunció el rompimiento de relaciones con Taiwan. Si usted lo desea, estimado lector, y si tiene internet, y si tiene tiempito, puede leer el texto íntegro de ese mensaje. Aquí solo una palabra nos interesa subrayar. Dijo el presidente: “(…) mi gobierno ha tomado la decisión de romper las llamadas relaciones diplomáticas (…) entre la República de El Salador y Taiwan (…)”. Todo mundo entiende, no es necesario ir al diccionario: “las llamadas”. O sea, sí habían, de hecho (de facto) relaciones con Taiwan, de cualquier tipo, por costumbre quizá, o por conveniencia, o por intereses particulares… ¡pero no diplomáticas! Y se armó, desde esa noche, la alharaca, empezando por una cierta embajadora. ¡Hombre, estaba corrigiendo, el presidente Sánchez Cerén, sencillamente, un error! Es honorable haber corregido ese error.
Eso fue en agosto pasado, pero hoy, después del resultado de presidenciales que sabemos, otra vez la alharaca. ¿Ignorancia?, ¿mala fe?, ¿o que somos país chiquito y pobre y por lo tanto sumiso? ¿O será pendejismo?