TE RECUERDO AMANDA

ÁLVARO DARÍO LARA

A Víctor Hugo Granados González

Hace unas semanas la policía chilena se presentó a la casa de habitación del Brigadier del Ejército de Chile, en retiro, Hernán Chaco Soto de 86 años para arrestarlo, ya que había sido condenado a 15 años de cárcel por homicidio calificado y 10 años por secuestro calificado del cantautor Víctor Jara, en septiembre de 1973, en el marco de los criminales hechos perpetrados en contra de miles de civiles opositores, tras el golpe de estado al presidente constitucional Salvador Allende.

Al ser notificado de su detención por elementos policiales, el Brigadier solicitó permiso para tomar un medicamente en su dormitorio, donde se disparó falleciendo en el instante.

En su momento, la defensa del militar había señalado su inocencia, asegurando que únicamente había cumplido su deber salvaguardando el perímetro instalado alrededor del Estadio Nacional de Chile, lugar donde fueron concentrados, torturados y asesinados miles de chilenos durante los días posteriores a la caída del gobierno de la República. Sin embargo, la Corte Suprema de ese país desestimó los alegatos de los defensores y confirmó ampliamente la responsabilidad del militar en la tortura y asesinato de Víctor Jara y del ciudadano Littré Quiroga, encargado de Prisiones del Gobierno de Allende, el 16 de septiembre de 1973.

Ya otros militares implicados en los horrorosos hechos acaecidos en septiembre de ese año han preferido, antes de enfrentar la justicia, terminar con su vida de idéntica manera. Basta recordar el sonoro caso del general, en retiro, Hernán Ramírez Rurange, quien se suicidó en 2015, a los 76 años, acusado, entre otros graves delitos, del homicidio del ex químico y agente de la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional), Eugenio Berríos, en Uruguay.

Berríos había trabajado en los temibles organismos de inteligencia del régimen de Pinochet, fabricando armas químicas (Proyecto Andrea), utilizadas en contra de los opositores a la dictadura; se le acusaba, además, de estar directamente involucrado en varios crímenes abominables, y había sido llamado a declarar en 1991 por el asesinato en Washington, en 1976, del ex canciller del gobierno de Allende, Orlando Letelier, víctima del mortal atentado de la DINA. Sin embargo, Berríos salió de Chile, trasladándose a Uruguay, antes de comparecer a los tribunales. Sus restos óseos fueron identificados en 1995 en la playa “El Pinar”, próxima a Montevideo. Las investigaciones demostraron que el móvil de su muerte está directamente relacionado con la información que poseía, y que la autoría del crimen recae en militares chilenos y uruguayos, confabulados para asesinar a todos aquellos hechores o testigos de graves violaciones a los derechos humanos durante la dictadura.

Pasando como respetables ancianos, muchos de estos criminales, al verse atrapados por la justicia optan por terminar con su vida, por su propia mano.

Además del suicida Chaco Soto, la justicia chilena ha condenado con idénticas penas a los exmilitares Raúl Jofré González, Edwin Dimter Bianchi, Nelson Haase Mazzei, Ernesto Bethke Wulf y Juan Jara Quintana. A estos se agrega el ex oficial Rolando Melo Silvia, sentenciado a 5 años y un día; y a otros 3 años y un día de cárcel por complicidad al encubrir los homicidios y los secuestros de Jara y de Quiroga. Recientemente los medios chilenos informaron que dos de los exmilitares: Nelson Haase Mazzei y Juan Jara Quintana se encuentran prófugos de la ley.

Víctor Jara (1932-1973) fue un extraordinario artista: músico, cantautor, escritor, actor y director de teatro. De origen humilde, se desarrolló teatral y musicalmente a pasos agigantados y con mucho éxito debido a su gran calidad artística y a su voz de barítono que él usaba convenientemente. Su trayectoria era muy sólida y sostenida nacional e internacionalmente, antes de convertirse en un visible personaje de apoyo a la candidatura de Salvador Allende por la Unidad Popular. Tras el triunfo de Allende fue nombrado Embajador Cultural y trabajó en la Universidad Técnica del Estado y en la Televisión Nacional de Chile. Su producción musical abarca una notable discografía, que se inscribe en una tendencia de gran raigambre lírica y social. Su nombre se encuentra entre los más representativos de la llamada “Nueva canción chilena” y constituye un referente insoslayable de la renovación de la música popular latinoamericana, que floreció en las décadas del 60 y del 70 principalmente.

Víctor Jara, uno de los miles de chilenos inocentes, secuestrados, torturados y asesinados brutalmente por la dictadura de Pinochet, fue capturado el 12 de septiembre y llevado al Estadio Chile (ahora “Víctor Jara”) donde padeció indescriptibles tormentos: se le quemó con cigarrillo el cuerpo, se le quebraron los huesos de las manos, se le cortó la lengua, entre otros suplicios. Finalmente lo asesinaron de 44 balazos el 16 de septiembre. Su cuerpo fue encontrado en descomposición, tres días después, a inmediaciones del Cementerio Metropolitano de la ciudad de Santiago de Chile, junto a los cuerpos de los funcionarios Littré Quiroga y Eduardo Paredes.

Desde finales de los años setenta y a inicios de los ochenta las voces de Víctor Jara, del conjunto Inti Illimani, y desde luego, de los venezolanos Guaraguao, se hicieron frecuentes en las marchas de las organizaciones populares por las calles de la ciudad; y en las ocupaciones políticas que los grupos revolucionarios realizaban de edificios públicos y embajadas de San Salvador.

Con toda probabilidad ahí escuché por primera vez al gran chileno. Esa voz grave, profunda, de especiales modulaciones, triste muy triste, enternecedora. Su recuerdo se me vuelve más firme en el tiempo, y me lleva hasta la casa de mi amigo Víctor Hugo, en la Colonia Divina Providencia de la ciudad capital, donde escuchábamos cantar a otro compañero de estudios universitarios, las canciones de Silvio Rodríguez, Mercedes Sosa, Pablo Milanés, Serrat y por supuesto, Víctor Jara, hace cuarenta años aproximadamente.

Eran sábados de fiesta, y al final, después del baile y del avivamiento que nos provocaba la cerveza y el licor, ya más reposados, Milton tomaba la guitarra y todos nos callábamos. Bebíamos en silencio mientras fumábamos cigarrillos. Llovía como en la canción. Aún el monstruoso Pinochet gobernaba en Chile; y en el país, la guerra avanzaba dolorosamente.

La música de Jara nos arrancaba lágrimas, pero también esperanzas: “Te recuerdo Amanda/La calle mojada/Corriendo a la fábrica/Donde trabajaba Manuel/La sonrisa ancha/La lluvia en el pelo/No importaba nada/Ibas a encontrarte con él/Con él, con él, con él, con él, con él/Son cinco minutos/La vida es eterna en cinco minutos/Suena la sirena/De vuelta al trabajo/Y tu caminando/Lo iluminas todo/Los cinco minutos/Te hacen florecer/Te recuerdo Amanda/La calle mojada/Corriendo a la fábrica/Donde trabajaba Manuel/La sonrisa ancha/ La lluvia en el pelo/No importaba nada/Ibas a encontrarte con él/Con él, con él, con él, con él, con él/Que partió a la sierra/Que nunca hizo daño/Que partió a la sierra/Y en cinco minutos quedó destrozado/Suena la sirena/De vuelta al trabajo/Muchos no volvieron/Tampoco Manuel/Te recuerdo Amanda/La calle mojada/Corriendo a la fábrica/Donde trabajaba Manuel”.

Cincuenta años se tardó la justicia terrena en condenar a los responsables de aquel crimen. Sin embargo, ellos están condenados desde mucho antes, por una ley universal más poderosa y trascendente.

Y como bien expresó el Presidente Allende en su último discurso: “Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos”.

Nos queda, entonces, la luminosa esperanza. La esperanza de una sociedad más justa y democrática, ideal al cual jamás renunciaremos, pese a esta época de desmantelamiento de la República y de neofascismos nacionales y regionales.

 

 

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