Frei Betto São
Tomado de Agenda Latinoamericana
El tema socioambiental supera las contradicciones ideológicas y de clase porque nos afecta a todos, sin distinción. Es como los aviones en vuelos internacionales, aunque los pasajeros estén divididos en primera clase, ejecutiva o económica, cuando caen, nadie se salva.
La izquierda tardó en darse cuenta de lo grave del problema. Lo mirábamos con prejuicio, como si sólo fuera bandera de lucha de los “verdes” reformistas. En Brasil, sólo después del asesinato de Chico Méndez (+1988) -pionero de la lucha para preservar la Amazonia, la izquierda incluyo el tema en su agenda.
La derecha, por su parte, se apropió del tema cínicamente para hacer márquetin y proclamar la “revolución verde” en la agricultura y en los productos industrializados, engañando a los consumidores que, aún hoy, ignoran la cantidad de veneno en forma de pesticidas que contienen los alimentos al llegar a la mesa. Considero que el documento más consistente sobre la cuestión es la encíclica del papa Francisco, “Laudato Si” (Alabado Seas), en la que asocia degradación ambiental y aumento de pobreza mundial. El texto es un llamado urgente a la humanidad para salir de la “espiral de autodestrucción”.
El jefe de la Iglesia Católica condena el modelo de desarrollo actual centrado en el consumismo y la obtención de ganancias inmediatas. Denuncia “la incoherencia de quienes luchan contra el tráfico de animales en riesgo de extinción, pero son completamente indiferentes ante el tráfico de personas, ante los pobres o destruyen a otro ser humano cuando les adversa”. Salvar el planeta es salvar a los pobres, clama Francisco. Ellos son las víctimas principales de las invasiones de tierras indígenas, de la destrucción de los bosques, de la contaminación de ríos y mares, del uso abusivo de pesticidas y de energía fósil.
El texto rescata la interacción bíblica entre el ser humano y la naturaleza, haciendo un “mea culpa” por el modo en que la Iglesia ha interpretado el mandato divino de “dominar” la Tierra. También amplía el significado del “No matarás”: “Alrededor del 20% de la población mundial consume recursos en tal medida que roba a las naciones pobres y a las generaciones futuras aquello que necesitan para sobrevivir”.
La lucha contra la idolatría del mercado es enfática al señalar que el hambre y la miseria no terminarán “simplemente con el crecimiento del mercado. El mercado, en sí mismo, no garantiza el desarrollo humano integral ni la inclusión social”. Además de criticar por inocuas las cumbres importantes sobre el tema ambiental, ya que los buenos propósitos sólo quedan en el papel, Francisco amplía el concepto de ecología al destacar la “ecología integral”, la “ecología cultural” y la “ecología de la vida cotidiana”.
La pandemia del coronavirus es otro fruto amargo del desequilibrio ambiental. Un tsunami invisible capaz de paralizar a casi toda la humanidad y alcanzar la principal causa de esa contaminación del aire, del mar y la tierra: el sistema capitalista. Como sugiere el biólogo Víctor Diniz Pinto, no vivimos en el Antropoceno, la humanidad no es responsable de la destrucción del planeta. Nuestra era es la del Capitaloceno o, como dice Jason Moore, la era del capital, en la que los grandes capitalistas y sus corporaciones son la causa de las alteraciones en el clima, en los ecosistemas y en los ciclos bioquímicos de la Tierra. No podemos disociar la preservación del medio ambiente de la lucha por una sociedad post capitalista. Mientras la lógica de la apropiación privada de la riqueza prevalezca sobre los derechos humanos y los derechos de la naturaleza, otras pandemias biológicas, políticas y económicas amenazarán la vida humana y nuestra casa común, Gaia.
Según Oxfam (COP21, 2015), el 10% de las personas más ricas del mundo son responsables de casi el 50% de la emisión de gases contaminantes, mientras que la mitad más pobre de la población es responsable de sólo el 10%. Y el 1% más rico de la población mundial genera 175 veces más carbono que el 10% más pobre. Por ello, no es justo abrazar el racismo ambiental y acusar a la humanidad de devastar el planeta. Son los más ricos y poderosos del mundo los verdaderos responsables de las catástrofes sociales, climáticas y biológicas. Así, al inicio de la pandemia del coronavirus, ellos plantearon un falso dilema: ¿salvar la vida o salvar la economía? Muchos, como Trump, estaban más preocupados con la caída del mercado de valores. Según el Morgan Stanley Composite Index, ¡en pocas semanas el mercado financiero vio las acciones de las Bolsas perder 15.5 billones de dólares!
Sucede que el coronarvirus, como el calentamiento global, no hace distinción de clase.