Orlando de Sola W.
Por placer y por dolor sobrevive la humanidad, pero también por amor y por temor. Todas las especies vertebradas utilizan el placer y el dolor para promover su reproducción y evitar su extinción, pero solo los humanos tenemos algo que nos hace amar y temer.
Los invertebrados no tienen esas características, pero proliferan con éxito, como las bacterias que amenazan nuestra salud. Por eso, a través de las artes y las ciencias, tratamos de entender y explicar nuestra existencia, que difiere del resto de los seres vivientes.
La ciencia tiende a reducir nuestros sentimientos a meros procesos bioquímicos, asistidos por glándulas y sustancias como la dopamina, la endorfina y la adrenalina. Pero es obvio que por amor y por temor también actuamos, siendo cariñosos o rencorosos según la voluntad que agreguemos a esos sentimientos, dependiendo del momento y la circunstancia.
Fue el Marqués de Sade quien, mucho después de muerto, dio nombre al sadismo, que es crueldad. Era parte de la nobleza francesa, pero sus extraños hábitos y escritos lo llevaron a la cárcel en los albores de la Revolución. En 1789, poco antes de la Toma de la Bastilla, fue trasladado a un asilo para enfermos mentales, donde siguió escribiendo sobre el dolor y el placer.
Napoleón Bonaparte hizo quemar una de sus novelas mas importantes, pero su espíritu sigue vivo, especialmente donde el sufrimiento comparte con el poder el dominio de unos sobre otros. Eso sucede en todas las clases sociales, pero especialmente en la política, donde inmisericordes verdugos sacrifican víctimas propiciatorias para aplacar la ira, o venganza social.
El drama entre superiores e inferiores cobra vida cuando nos sometemos por dolor. Pero la crueldad de los que se sienten sometidos también es importante. Así fue en la conquista, la colonización y la república, que mantiene los mismos patrones ancestrales de crueldad.
La humillación es parte del esquema, que tiene expresión en los poderes del estado, pero especialmente en el judicial, donde se combina con el morbo para perseguir y castigar igualados. Los poderosos pueden ser crueles, pero no los igualados, o advenedizos. Y la arrogancia está reservada para el poder antiguo, pero se prohíbe a los débiles y novatos, de quienes se espera sumisión y servilismo. Esa ha sido la costumbre durante mucho tiempo.
No hay misericordia en la cárcel, en el empleo, o el espectáculo porque el dolor físico y el psicológico son mas importantes que la justicia, cuyos ojos permanecen vendados, a manera de verdugo justiciero, para que los operadores no sientan compasión, ni remordimiento. La rehabilitación, que es el propósito pretendido del sistema, no funciona.
No se respeta a nadie, ni al que le dicen señor, porque la hipocresía es parte del sistema, que se entristece cuando al vecino le va bien y trata de rebajar con crueldad la indiferencia del príncipe y con dolor la envidia del mendigo. Los castigos son variados, pero no hay premios, excepto para los indiferentes y despiadados.
La realidad indica que no es suficiente opacar el dolor con placer, pues se necesita amor, que es la principal fuente de paz y felicidad, tanto individual como colectiva. La desconfianza y el pesimismo son expresiones del imperante desamor, que nos impide ser felices y nos esclaviza al castigo, al dolor y al sufrimiento, como al Marqués de Sade. Por eso la presente campaña contra la corrupción y la impunidad no tendrá éxito, mientras no se examinen y comprenden las raíces del mal.
Además de sadistas también somos masoquistas, porque así como hay quienes gustan castigar a otros, hay otros quienes gustan castigarse a si mismos, o que los castiguen para sentir dolor y confundirlo con placer, que no es lo mismo que amor.
El enfermizo masoquismo se combina con el patológico sadismo, convirtiéndose en sadomasoquismo, que parece ser uno de los principales rasgos en nuestra aberrante cultura. Sin esas características no se explica el sometimiento de unos, que se sienten inferiores, a otros que se creen superiores.
Esas no son razones de estado, sino de calamidad social, de la que solo saldremos si aprendemos a confiar, esperar y amar. Pero eso se logra con piedad, misericordia y compasión, no con sadomasoquismo.