Luis Arnoldo Colato Hernández
Educador
La democracia salvadoreña se procuró instalar con los acuerdos de paz una vez finalizado el pasado conflicto armado.
Estos sufrieron desde su primer momento, el asalto de las fuerzas retrógradas de derecha, que los torpedearon y erosionaron intencionalmente, con el ánimo de reducir sus efectos, de volverlos inefectivos, agravado aquello con las privatizaciones duras que se adelantaron desde la derecha gobernante, desde inicios de los 90´s, que solo la beneficiaron a ella, y que para las mayorías supuso una acusada y acelerada pauperización, que promoviera que hasta 2,2 millones de salvadoreños buscarán seguridad material y jurídica en terceros países a través de la migración ilegal.
Esos años no sólo no dieron arraigo a una democracia institucional, hicieron de todo para impedir que fuera posible el cristalizarla, o promoverla, para en cambio profundizar las desigualdades, agudizar la exclusión, y establecer la inequidad social mediante la instrumentalización estatal, para el solo beneficio de esas élites.
Entonces, la derecha política impidió que los acuerdos contraídos como las reformas necesarias para hacerlas efectivas, pudieran hacerse reales, lo que a lo largo de esas dos décadas perdidas bajo la égida de la derecha política recalcitrante, solo supuso para nuestro pueblo, desprovisto de la elemental capacidad para entender aquella dinámica, lo que se debe agradecerse por regla general a nuestro pobre sistema educativo, lo que también es intencionado, naturalizara aquel interesado mal desempeño de la supuesta institucionalidad democrática.
Ese mal entendimiento de lo que es democracia, sumado a la inoperancia institucional y la violencia social, hicieron que la mayoría de la población echara de menos aquella supuesta seguridad con la que los abuelos describen los tiempos del martinato.
Detengámonos un poco.
Supuesta, porque es falso que los días del martinato se distinguieron por lo que algunos aseguran fueron los días en que más se respetó la propiedad privada, la institucionalidad y el orden, nada más alejado de la verdad, lo que podemos corroborar al revisar los periódicos de la época y las delaciones que, sobre el delito, la seguridad pública de la época y el ministerio público, acusan.
¿Por qué entonces esos abuelos describen aquellos días del modo que lo hacen?
No son todos los abuelos, primero, y, por otro lado, el martinato no tuvo a su favor los medios de la época, mientras quienes lo favorecen tienden a hacerlo bajo el esquema de nuestra idiosincrasia, que sustenta la verdad en el consabido “…dicen, que dicen, que dijeron, que quizás dijeron, que quizás dijeron, que quizás pasó…”, montándose sobre esa ola.
Pues no somos un pueblo que se distinga por ser ilustrado, todo lo contrario, lo que hábilmente cualquier vende humos explota en su beneficio.
Así, las pandillas que actúan bajo las propias narices de la autoridad, con su completa complicidad por los acuerdos que celebraron, que secuestraron, violaron, asesinaron, roban, conservan su impunidad.
O, ¿Dónde están los ejecutores responsables de aquella matanza que es la justificación del estado de sitio?
¿A quién beneficia el estado de sitio?
No. No tenemos democracia.
Debemos instalarla.